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JORGE SAINZ
Viernes, 30 de diciembre 2016, 00:53
El 30 de diciembre de 2006 debía haber pasado a la historia como el día en que ejecutaron en la horca al dictador iraquí Sadam Hussein. Esa era la noticia principal a primera hora de la mañana de aquel sábado en el que la ciudadanía ... preparaba ya el fin de año.
El diálogo entre el Gobierno socialista y ETA renqueaba, pero la víspera, en el último Consejo de Ministros del año, el presidente José Luis Rodríguez Zapatero había dicho aquello de que dentro de doce meses «estaremos mejor que hoy». Tampoco figuraba en el guión de la izquierda abertzale que a las nueve de la mañana ETA fuera a reventar el proceso de paz con la furgoneta bomba que destrozó la terminal 4 del aeropuerto de Barajas, acabando con la vida de dos ecuatorianos que se habían quedado a dormir en sus coches en el aparcamiento.
Pero bajo los escombros de la T-4 no quedaron solo enterradas las vidas de Carlos Alonso Palate y Diego Armando Estacio. La bomba también sepultó las esperanzas de paz y acabaría siendo el principio del fin de ETA. Voces relevantes, como la de su histórico exdirigente Eugenio Etxebeste, Antxon, creen que con aquella ruptura del alto el fuego sin previo aviso, algo inédito hasta entonces, ETA perdió la «credibilidad».
La banda también se dejaría en Barajas la «legitimidad interna entre las bases de la izquierda abertzale», que desde aquel día aceleraron el viraje para abrazar las vías pacíficas y avanzar hasta el final definitivo de la violencia cinco años después, en 2011.
Así lo cree el expresidente del PSE-EE Jesús Eguiguren, un hombre clave en aquel proceso de paz de hace una década. La bomba de la T-4 le pilló cerrando la maleta para viajar a Badajoz a celebrar la Nochevieja con la familia de su mujer. El dirigente socialista tuvo que aplazar unas horas el viaje para reunirse en el caserío Txillarre de Elgoibar con el líder de Batasuna, Arnaldo Otegi, el político con el que llevaba años de conversaciones secretas. «Arnaldo rezaba para que no hubiera muertos, pero no fue así. Él estaba muy jodido, pero insistía en que no lo tomáramos como ruptura de la tregua. Yo le decía que no había ya arreglo».
El dirigente independentista convocó una rueda de prensa en San Sebastián para insistir en que el proceso no estaba roto. No obstante, los rostros desencajados de él y sus compañeros en el ascensor del hotel de la comparecencia, como recordaría tiempo después el entonces ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, evidenciaban su preocupación.
Fue un día «aciago» para Batasuna, según coinciden sus líderes diez años después. Pero para Eguiguren, sin embargo, aquel atentado no fue tan sorpresivo. El expresidente del PSE-EE había participado apenas dos semanas antes en la última reunión negociadora en Oslo (Noruega) con la delegación de ETA que encabezaba el entonces número uno de la banda, el fallecido Xabier López Peña, Thierry. Días antes, la Policía había detenido en Francia a varios presuntos etarras y Thierry se lo reprochó a la delegación socialista, que completaban Javier Moscoso y el abogado José Manuel Gómez Benítez. «Thierry me dijo que las detenciones iban a tener contestación, y en España. Yo transmití al Gobierno, a Rubalcaba, que podía ocurrir algo. No tanto por el hecho de que el proceso de paz ya andaba mal, sino por esas detenciones. Pero igual pensaban que yo estaba demasiado afectado y nadie se lo tomó en serio», recuerda el veterano político socialista.
Debate interno
Sobre el erróneo vaticinio de Zapatero, Eguiguren solo se lo explica en que su entorno o los servicios secretos quizás le trasladaron datos incorrectos. «Supongo que tenía información aparte de la que le proporcionaba yo». O quizás, añade, el hecho de que los negociadores del Gobierno y ETA se hubieran citado en enero para abordar cuestiones como los presos indujo a una interpretación equivocada.
Pese a todo, la apuesta de Zapatero por la paz fue premiada en las urnas en 2008. En cambio, a ETA el órdago le salió mal. La izquierda abertzale comenzó un nuevo debate interno en el que uno de los documentos claves fue el que recogía que «recurrir a la violencia en una negociación no solo no desata el conflicto sino que lo enquista».
ETA quería dar un golpe sobre la mesa pero la destrozó. En aquel contexto de diálogo, pese a los obstáculos, no se podía dar una respuesta «militar», mantienen desde el sector independentista.
Pese a todo, hubo un intento desesperado por retomar el proceso con nuevas reuniones en Suiza. No hubo éxito. ETA rompió oficialmente la tregua en junio de 2007 y se cobró diez nuevas víctimas mortales, hasta que el contador se paró para siempre en 2011. Un final de la violencia que comenzó en parte a escribirse aquel 30 de diciembre.
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