Pillados de nuevo
Los dirigentes nacionales de Podemos tienen ciertas dificultades para aceptar las críticas ajenas a las que ellos mismos son tan aficionados
Pello Salaburu
Sábado, 5 de noviembre 2016, 02:51
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Pello Salaburu
Sábado, 5 de noviembre 2016, 02:51
Los dirigentes nacionales de Podemos tienen ciertas dificultades para aceptar las críticas ajenas a las que ellos mismos son tan aficionados. Pero les han vuelto a pillar, esa es la verdad. En lugar de encajarlo con deportividad, y en lugar de tomar las medidas de ... limpieza y decoro que con tanta convicción exigen al resto, se parapetan de forma indefectible en su castillo de pureza y arremeten contra el prójimo: todo el mundo, salvo quienes son considerados de su cuerda, se ha puesto de acuerdo para atacarlos recibiendo oscuras consignas. La antigua conspiración judeomasónica se ha convertido aquí en una conspiración de un medio de comunicación, a cuyo presidente le ponen la mordaza democrática correspondiente si quiere hablar en público en la universidad. No cuela. Aunque entiendo que todo el mundo es muy libre de montarse las explicaciones que mejor justifiquen su actitud.
Lo que hacen estos dirigentes no sería muy diferente a lo que el resto de partidos y muchos políticos han venido haciendo durante demasiados años, si no fuera porque el nacimiento de Podemos tuvo mucho de apropiación en exclusiva de un discurso reivindicativo de esencias casi sagradas que contrastaban con las tan mundanas que parecía defender la casta. Eso también ha cambiado y sus líderes se han ido adaptando al terreno cambiante del entorno como si se tratara de un curso acelerado de la teoría de la evolución. Pero siguen empeñados en darnos lecciones a todos. La consecuencia natural es que todos estemos pendientes para ver si la prédica y el trigo van de la mano. Es lo malo de dar lecciones de moral a un personal cansado de tanta homilía. Ahora les han vuelto a pillar.
Arrancó el propio Pablo Iglesias con la sospecha, nunca aclarada, de financiaciones de países que no se caracterizan precisamente por su defensa del débil y el respeto por los derechos humanos que tanto sudor ha costado conseguir en los países democráticos. Le siguió Errejón, expedientado por la Universidad de Málaga, porque cobró por un estudio hecho desde la distancia. Echenique dejó sin pagar durante 14 meses las cotizaciones de su asistente personal. Monedero quiso trampear a Hacienda. Un defraudador, que ha tenido que pagar con creces lo defraudado y ha sido expulsado de la universidad durante una temporada. Parte de sus cobros provenían, por cierto, de ese modélico país que se llama Venezuela. Ahora tenemos entre nosotros a Ramón Espinar. Se presenta como avezado en urbanismo y vivienda pública, y no cabe duda de que lo ha demostrado con creces. Un verdadero experto. Todos ellos son ardientes paladines en la defensa de los más débiles, de esos mileuristas que no pueden llegar a fin de mes. Vinieron dispuestos a cambiar el mundo. Pero, por si acaso, por si el cambio les pilla desprevenidos, procuran situarse un poco (manejan fondos y ganan pasta gansa muy por encima de la media). A nuestro diestro urbanista, Ramon Espinar, le sucede lo mismo.
Su habilidad parecía venirle de cuna. Su padre ha sido imputado por gastar 178.000 euros durante varios años con la tarjeta black. Esa tarjeta milagrosa. Y lo aclaró en su día: «Yo no soy ningún chorizo». Vamos a ver lo que opina la justicia. Es cierto que Ramón Espinar junior no tenía por qué saber nada, pero es evidente que es hijo de aquellos polvos. Pidió una casa de protección oficial en 2007, cuando tenía 21 años. En Alcobendas. Aunque no estaba empadronado allí ni se había inscrito en ningún registro previo, que es lo que el resto de los mortales hacen. Pero, oh milagro, le tocó una vivienda (la promotora se reservaba un 15% de los pisos para cederlos a quien quisiera: Rodrigo Rato, duquesa de Alba ..., a quien quisiera). Así que la promotora apuntó ese piso a nombre del habilidoso urbanista. Podía haberlo hecho a su nombre, amable lectora, o al mío propio. Pero no, le cayó a Ramón. Tenía entonces 21 años, pero de todos es sabido que hoy en día esos jóvenes a los que con tanto entusiasmo se dirigen los dirigentes madrileños de Podemos acostumbran a comprar una casa con 21 años. Lo hacen todos. También él: en 2010 formalizó la compra por un coste de 146.224 euros. Su familia le prestó parte del dinero.
Pero la fatalidad se interpuso en su camino porque de repente, con las escrituras en la mano, cayó en la cuenta de que no ganaba suficiente para pagar la hipoteca que había suscrito con el BBVA: hay que ver cómo se conceden las hipotecas. Así que decidió vender. Quizás sea usted propietario de una vivienda de protección oficial, y sabe bien lo que significa vender un piso de esas características. No es el caso de Ramón, un buen urbanista y, por lo demostrado, magnífico contable. Especuló, como todo pichichi, y en unos meses vendió su propiedad por 30.000 euros más de lo que le costó. Quitando impuestos, se metió 20.000 euros en el talego. Todo sea por la causa. Es decir, ha hecho lo que la inmensa mayoría de los españolitos habría hecho de tener la oportunidad. Los que son ricos obtienen rentabilidades mayores. Y los que pueden, tiran de tarjeta, del color que sea. Ahí tenemos, sin embargo, a Pablo Iglesias intentando justificar la incuestionable indecencia con el sólido argumento de que todo responde a «una operación mediática que busca socavar su propia autoridad a nivel nacional». El urbanista implicado indica que son los «poderosos» los que se meten con él. Mal que lo digan, es lo que todos han hecho cuando se han encontrado en situaciones parecidas. Mucho peor es que lo crean de verdad. Supondría que su pureza ideológica adquiere tintes de virginidad angelical. Es verdad que el resto podemos ser idiotas. Pero solo hasta un punto. Ay, esos discursitos morales.
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