Investidura a la vista

La gestora socialista deberá realizar una gran labor de pedagogía con las bases para convencerles de la necesidad de permitir la formación de un Gobierno del PP

Javier Tajadura Tejada

Martes, 11 de octubre 2016, 02:14

La falta de Gobierno no es la causa sino el efecto de la profunda crisis política que atraviesa España. En el origen de esa crisis están la polarización y el sectarismo que han caracterizado la vida política durante las últimas dos décadas. El rechazo de ... Pedro Sánchez a negociar con el Partido Popular la formación del Gobierno de España es el último episodio de una historia de caínismo político que se inició hace veinte años con aquel desdichado «váyase Sr. González». Los últimos acontecimientos vividos en el seno del PSOE permiten albergar la esperanza de que será posible investir un presidente del Gobierno y evitar el fraude de las terceras elecciones, pero esto no bastará para superar la crisis. La crisis sólo podrá ser superada cuando la política del frentismo y de la confrontación se sustituya por la del acuerdo y la cooperación. Y esto exige un cambio muy profundo en las actitudes y comportamientos de los dirigentes del PSOE y del PP.

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En el PSOE, la gestora presidida por Javier Fernández deberá realizar una gran labor de pedagogía con las bases para convencerles de la necesidad de permitir la formación de un Gobierno del PP, y de que el partido recupere la centralidad que nunca debió perder. Pedro Sánchez llevaba tiempo conduciendo al PSOE por una senda que lo alejaba de la socialdemocracia europea. Baste recordar que, cuando se forjó la gran coalición entre populares y socialistas para gobernar la Unión Europea y el Parlamento Europeo votó a Juncker como presidente de la Comisión, Pedro Sánchez ordenó a los eurodiputados socialistas españoles votar no. Es decir, se opuso al acuerdo alcanzado por socialistas, populares y liberales, a nivel europeo, y colocó al PSOE junto a los euroescépticos británicos (incluidos los laboristas) y diversas fuerzas políticas antisistema situadas en los extremos del arco ideológico. Aquella orden insensata debió haber encendido todas las alarmas. En todo caso, era fácil prever que si Pedro Sánchez se había negado a apoyar un Gobierno de coalición entre socialistas y populares a nivel europeo, nunca permitiría la formación de un Ejecutivo del Partido Popular en España. Esa es la actitud que la gestora habrá de modificar.

El Partido Popular, por su parte, habituado a imponer la tiranía de la mayoría, reacio a afrontar las reformas que requiere el país, y carcomido por la corrupción, deberá hacer un gran esfuerzo para cambiar su modo de hacer política. Como el propio Rajoy reconoció, «deberá ganarse la gobernabilidad día a día». Ciertamente, hubiera sido preferible que, de la misma forma que ha ocurrido en el PSOE, Rajoy hubiese dejado paso a un nuevo dirigente, y de esa forma asumiera su responsabilidad política por los lamentables episodios de corrupción ocurridos en el seno de su partido. Pero por este reparo de tipo moral no puede impedirse la formación de un Gobierno que es una exigencia constitucional. Con todo, Rajoy debe ser muy consciente de que, si finalmente resulta investido, deberá gobernar de modo muy diferente.

En este contexto, el diálogo emprendido por Javier Fernández y el líder popular debería configurarse como el pórtico a una política pactista que sustituya al frentismo de las últimas legislaturas. La hoja de ruta inmediata pasa por la celebración el 23 de octubre del comité federal del PSOE que ratifique la abstención (constructiva) de los diputados socialistas en la investidura del candidato popular; ronda de consultas, que puede celebrarse el mismo lunes 24 donde se le garantice al Rey que, esta vez, Rajoy cuenta con los votos necesarios para ser investido; convocatoria y celebración del pleno de investidura esa misma semana, y designación de Mariano Rajoy como presidente del Gobierno.

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Ahora bien, con ello no terminará la crisis, sino que únicamente se sentarán las bases para poder superarla. El discurso de investidura de Rajoy y la composición del futuro Ejecutivo serán determinantes. Se trata de un discurso y de un Gobierno que deben expresar la voluntad de apertura y de consenso (al PSOE, a Ciudadanos, al PNV y a todos los partidos comprometidos con el Estado de Derecho). Un gabinete que deberá convocar a los partidos y a los agentes sociales para la aprobación de una serie de acuerdos inspirados en los Pactos de la Moncloa de 1977 sobre la estabilidad presupuestaria, reforma del sistema fiscal, de las pensiones, de la legislación laboral, y de la educación, y otros de reforma de las instituciones y de la organización territorial que deberían culminar en una reforma constitucional.

El nuevo Gobierno de España habrá de hacer frente al golpe de Estado anunciado en Cataluña para el año próximo y a aquellas fuerzas políticas que, impulsadas por delirios nihilistas, aspiran abiertamente a la destrucción del sistema democrático representativo instaurado por la Constitución de 1978. Y ello en un contexto europeo e internacional donde, desde EE UU hasta Alemania, pasando por Francia, asistimos al auge de fuerzas políticas contrarias a los valores del Estado Constitucional. La lucha política no se libra ya en los sencillos términos del eje izquierda-derecha sino entre los partidarios del libre comercio, la inmigración, y la democracia representativa, y los defensores del proteccionismo, el cierre de fronteras, y la democracia plebiscitaria. Está en juego la libertad misma. Todo ello hace más indispensable aun la cooperación entre el PP y el PSOE.

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