PSOE, examen de conciencia
Puede que este proceso de clarificación resulte traumático, pero es la única manera de abordar el dilema que atenaza a la socialdemocracia
Denis Itxaso
Domingo, 2 de octubre 2016, 02:17
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Denis Itxaso
Domingo, 2 de octubre 2016, 02:17
Cuán cierto es que no valoramos lo que tenemos hasta que lo vemos peligrar. Estos días en los que el PSOE exhibe sin tapujos sus diferencias internas, somos muchos los cargos y afiliados al partido que nos vemos en la tesitura de responder a ciudadanos ... que desean saber si apoyamos a Pedro o a Susana. La disputa ha tomado una deriva arriesgada y es sabido que los enfrentamientos personales no son fáciles de sanar cuando alcanzan tal nivel de enconamiento. Pero más allá del juego táctico al que asistimos -trufado por lo demás de intereses de grupos mediáticos, luchas de poder e interferencias externas-, creo que en el fondo subyace un debate estratégico inconcluso que hace tiempo urge resolver en el seno de la socialdemocracia europea. O dicho de otro modo: más allá de la partida que se está librando en el seno del PSOE y que los medios y algunos compañeros se empeñan en caricaturizar, hay una trascendental pregunta que responder y que exige mayor pedagogía política y menos emplazamientos públicos.
El Partido Socialista lleva años encadenando derrotas sin que hayamos hecho un diagnóstico suficientemente sincero con nosotros mismos sobre las causas que las originaron, y sin que seamos capaces de encontrar, como sucede en general con los partidos socialdemócratas de nuestro entorno, la fórmula adecuada para atajar este declive. El debate es ya recurrente, y se libra entre la pureza ideológica o la vuelta a las esencias de un lado, y la responsabilidad de Estado de otro; responsabilidad que nos obliga a obedecer y aplicar las políticas de austeridad impuestas por una Europa en crisis de identidad. Como todo dilema, este que nos atenaza en este comienzo de siglo pone a prueba nuestro carácter y nuestro compromiso hacia el mayor bien para el mayor número de personas. Y si lo que está en juego es nuestra capacidad para tomar decisiones justas y equitativas, entonces deberíamos concluir que el papel del Partido Socialista estuvo, está y deberá estar en el futuro en la defensa radical de los más desfavorecidos.
Como suele decir Angel Gabilondo, la palabra socialista encierra valores genéticos para la izquierda como la solidaridad, y es que el nuestro es un proyecto incompatible con cualquier otro que se resigne ante la desigualdad creciente, y quiere seguir dando cobijo al universo de hombres y mujeres en la búsqueda de su felicidad. A quienes estas ideas les resulten ingenuas hay que recordarles que en ocasiones se hace necesario volver a los clásicos para encontrar respuestas. Luego obviamente hay que armarse de coraje para convertir esas respuestas, básicas, primitivas, en políticas realizables. Lo que es evidente es que la aceptación resignada de las consignas liberales no ha servido ni para mejorar el estado de cosas ni para soslayar el desgaste de la izquierda.
Bajando al terreno, en el PSOE llevamos tiempo jugando al escondite. No hace falta ser muy sagaz para concluir que nuestras opciones ante el atolladero político en el que se ha metido España por la atomización del voto y la compleja aritmética parlamentaria resultante se resumen en tres alternativas: permitir con nuestra abstención que Rajoy y el PP sigan gobernando, tratar de articular un gobierno alternativo que cuente con el apoyo y abstención de Podemos y Ciudadanos, o dejar que los plazos transcurran hasta que automáticamente queden convocadas las urnas por tercera vez en un año. Todos sabemos que no es posible decir no a las tres alternativas, pero se ha querido conducir al Partido a un callejón sin salida con el único propósito de que Pedro Sánchez asumiera en primera persona la que a juicio de la militancia del partido es la peor de todas las decisiones. En el fondo, quienes proclaman que el PSOE debe permanecer en la oposición están diciendo implícitamente que debemos permitir la investidura de Rajoy, pues mientras no haya gobierno, tampoco habrá oposición. Lo que no se dice es que inmediatamente después vendrá el debate presupuestario, y entonces el dilema -con una Comisión Europea exigiendo mayores ajustes- será aún peor, porque entraremos a sostener al gobierno y a las políticas que todo presupuesto encierra. Ese sería, a juicio de muchos socialistas -afiliados, simpatizantes y votantes- el principio del fin.
Naturalmente es legítimo defender esa operación, pero alguien debería encarnar esa apuesta y explicar a las claras esa hoja de ruta, su alcance e implicaciones, para que el debate sea honesto y la militancia pueda hacerse una composición de lugar que le permita tomar una decisión fundamentada. Puede que este proceso de clarificación que propone Pedro Sánchez resulte traumático, pero es la única manera de abordar de una vez y por todas un dilema que no podremos resolver sin hacernos preguntas básicas que nos remiten de nuevo a nuestros principios y valores fundacionales. Quienes buscan refugio en un grotesco debate procedimental están abocándonos a un choque de legitimidades que no resuelve el debate de fondo y exhibe de forma impúdica la mera disputa por el control del partido. Está bien decir que España es lo primero y el Partido viene después, pero sinceramente, conozco mucha gente que no comprendería España sin la existencia del PSOE. Aunque suene a boutade, creo que este país ha funcionado como proyecto político gracias fundamentalmente al Partido Socialista, que supo históricamente ambicionar un proyecto de mayor cohesión social y territorial y que acompañó a la sociedad en cambios culturales acelerados que nos permitieron recuperar el terreno durante décadas perdido por la falta de libertad y exceso de mitos y religión. De modo que, llegados a este punto, bajemos los decibelios y dejemos que los y las socialistas de España apuntemos el camino a seguir, recuperemos nuestras utopías y recordemos a la izquierda europea cuál es nuestra verdadera razón de ser.
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