Hoy toca Euskadi
Pese a la reprobable intromisión de agentes y de intereses externos, la campaña se ha desarrollado dentro de los límites de unas elecciones autonómicas
José Luis Zubizarreta
Sábado, 24 de septiembre 2016, 21:40
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José Luis Zubizarreta
Sábado, 24 de septiembre 2016, 21:40
A todos nos gustaría que, a lo largo del día de hoy, mediante la introducción de las papeletas en las urnas, quedara contestada la pregunta de si los resultados de estas elecciones se habrán visto condicionados por la gran anomalía de la campaña. Y es ... que este proceso electoral, el más tranquilo de cuantos podrían haberse vivido en Euskadi, ha estado rodeado de un ambiente exterior tan convulso que a quienes aquí vivimos nos ha surgido la duda de si no se habrá visto turbado el sosiego que vive el país hasta el punto de hacerse notar en el sentido de sus votos.
Pero, por desgracia, las urnas no van a sacarnos de dudas sobre un asunto que permanecerá siempre abierto a la especulación. Lo que sí nos habrá quedado claro, en cualquier caso, es que los responsables directos de la convulsión exterior han hecho todo lo que estaba en sus manos por inocularla en este país y contaminar todo el proceso. Nunca el desembarco de líderes de partidos estatales había sido tan abrumador ni tratado de desvirtuar tanto como en esta ocasión el carácter autonómico de unas elecciones. Han venido como hooligans para, además del ridículo, hacer un aprovechamiento abusivo del electorado vasco, intentando persuadirle de que su voto serviría para dirimir lo que en Euskadi no está en juego y solucionar lo que ellos no han sabido arreglar. No sabremos si su comportamiento habrá obtenido el provecho que pretendían obtener o causado un efecto bumerán adverso a sus intereses. Pero, sea esto como fuere, lo que habrá quedado fuera de toda duda es que merece la reprobación de cualquier demócrata. Ha sido impropio de quienes dicen defender las normas del sistema.
Dicho esto, la campaña propiamente vasca ha transcurrido por los cauces de la cortesía y del respeto. Aburrida o no -siempre resultan aburridas las campañas para el común de los ciudadanos-, se ha alejado de los enfrentamientos acalorados y estériles que han dominado otras campañas en nuestro país, para centrarse en las cuestiones que más tienen que ver con las ocupaciones y preocupaciones de la vida cotidiana del electorado. Ha empatizado, por tanto, con el que parece ser hoy sentir mayoritario de la ciudadanía. Como ejemplo que confirma la regla, cabría quizá añadir -y no sería pura boutade- que de independencia han hablado más quienes la atacan que quienes aspiran a ella. No se habrán enterado de que al descenso del fervor independentista que registran las encuestas responde otro igual del anti-independentismo militante, por lo que marra el tiro quien cree que, poniendo la mira en este último, dará en la diana de los votos. De independentismo y anti-independentismo la ciudadanía vasca ha tenido, por el momento, bastante.
Lo económico y lo social han centrado, pues, la atención de los partidos. Y, pese a las vaguedades y ambigüedades con que suelen tratarse estas cuestiones en las campañas electorales y los silencios que se escuchan en torno a los temas más espinosos, todo lleva a pensar que de lo dicho por unos y por otros no se desprende que haya insalvables diferencias entre sus respectivas posiciones. Parece, más bien, que, incluso desde quienes podría haberse temido una huida hacia las periferias más extremas, se ha producido un notable acercamiento al centro. Esto ha planteado, con más incertidumbre que en otras ocasiones, preguntas sobre las alianzas que vayan a hacer posible la gobernación del país con un Parlamento sin duda muy fragmentado, así como sobre la orientación que el futuro Ejecutivo acabará adoptando.
Como suele ocurrir, estas preguntas no han sido contestadas en campaña. El silencio de los partidos sobre esta cuestión irrita, por lo general, tanto a informadores como, quizá por inducción de éstos, a los propios ciudadanos. Es, sin embargo, común a todas las democracias y, en gran medida, comprensible. Las campañas electorales son competiciones para ganar voluntades y acumular votos, y en nada ayuda a este propósito desvelar de antemano querencias o afinidades que, además de ser inciertas en cuanto a su plasmación posterior en razón precisamente del comportamiento de las urnas, pueden desdibujar el propio proyecto e incluso desmotivar al electorado.
Parece, pues, que hasta el respeto a la libertad del votante recomendaría a los partidos y a sus candidatos una razonable dosis de prudencia a la hora de explicitar sus preferencias de futuro. Por lo demás, en un sistema representativo como es el nuestro, es consustancial a su propia esencia que se otorgue a los representantes la discrecionalidad suficiente para que interpreten con razonada flexibilidad, una vez emitidos los votos y escrutadas las urnas, lo que sus respectivos electores les han encomendado. De esa interpretación tendrá cada uno que dar cuenta en sucesivas convocatorias. La rigidez de posturas que está produciéndose en la convulsa política española quizá debería servirnos de lección -que no de ejemplo- a este respecto.
Por todo lo dicho, sólo cabe esperar hoy, tanto de los electores como de los que resulten elegidos, una misma cosa: que los primeros ejerzan su libertad sabiendo lo que está dirimiéndose en estas elecciones autonómicas y que los segundos, a la hora de traducir los votos obtenidos en políticas prácticas, lo hagan también pensando en el servicio a quienes les han votado y no en cuestiones que no estaban para nada en juego en esta contienda.
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