Inquietud 'política' en la Iglesia española
José Ignacio Calleja
Domingo, 10 de julio 2016, 20:15
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José Ignacio Calleja
Domingo, 10 de julio 2016, 20:15
Habló el cardenal Cañizares en Valencia y lo que tenía que llegar, ya está aquí. El silencio que venía observando la Iglesia española en nuestra ... convivencia tampoco era lo más normal. Pillada a contrapié con el nombramiento de Francisco como Papa, el episcopado español ha guardado silencio social por varios años, hasta la instrucción Iglesia, servidora de los pobres, y ahora, ante el vuelco político que se adivinaba próximo. Ciertamente, en tres años ha habido algunos cambios en la cúpula de la Iglesia española. Nuevos obispos en distintas diócesis, bastante teología y pastoral de la Iglesia de la misericordia -sentir como propios las necesidades y sufrimientos de los más débiles y tratar de aliviarlos-, y con estos ingredientes los católicos hemos ido explorando el nuevo territorio de la fe en nuestra sociedad. Como fuera que Francisco mostraba concentración y claridad en la dimensión social de la vida justa y como fuera que elegía una actitud compasiva en cualquier debate moral y social, la Iglesia española se ha dado un tiempo hasta ver qué pasaba con ella, quiénes eran los llamados a dirigirla, qué estilo pastoral primaba y qué sesgo adquiría su relación con la política gobernante. El esfuerzo de cuidar con esmero la acción social de Cáritas, en plena crisis, más la convicción de que la sociedad política habría de reconocer este servicio, han retrasado la aparición de voces episcopales denunciando con nombre concreto y actitud agria a colectivos, ideologías y programas políticos, en principio, nada amigos de lo católico. Cañizares ha sido el más destacado en el tiempo, pero varios arzobispos y obispos por el norte y por el sur están en guardia y creen llegado el momento de pronunciarse. Es posible que el propio Cañizares fuera a Roma para afinar los límites de su discurso moral en lo social y político, pero lejos, creo yo, de la versión simple de que «lo llamaron al orden».
A partir de aquí, las cartas han comenzado a ponerse sobre la mesa por parte de ese grupo de obispos, aún reducido, pero sospecho que comprendido por algunos otros. Imagino que en la Iglesia española hay bastante gente con ganas de abandonar este silencio prudente de Blázquez, Osoro y Omella, porque estiman que ya no habrá tiempos mejores para impulsar un proyecto común de país con cultura de inspiración católica. Me gusta esta cura de humildad a favor del evangelio.
Como el espacio que tengo es reducido, no puedo seguir describiendo cada detalle y sus porqués. Cañizares y otros obispos han traído al centro la denuncia de «la ideología de género, la más perversa de las ideologías de la historia», dijo, y «el imperio gay» que extiende con éxito su pretensión contra natura. En el catolicismo militante hay un buen número de gente, los más conservadores socialmente, que estas palabras las tienen por evangelio puro de Jesús, y a D. Antonio, por un profeta de la nueva era. Profundizan poco en el tema y generalizan sin rubor. Otros obispos han hecho más hincapié en «los antisistema» y en el peligro general que para la concepción recta de la sociedad representa esta corriente política que crece sin parar y no les merece confianza alguna. El arzobispo de Oviedo lo ha dicho.
Es natural ver todo esto como lo es, un movimiento importante pero extremo en el sentir de la iglesia, y sobre todo, legítimo en la vida cívica. También en la Iglesia es algo grande saber vivir en un pluralismo inconfortable, pero en la sociedad es vital el aceptar esta diversidad de voces. Lo requiere la libertad de expresión y política que nos caracteriza. Si alguien cree que ha habido un exceso que el derecho penal castiga, puede denunciarlo, pero yo no creo que éste sea el camino. En caso de la mínima duda, a favor de que Cañizares y quien sea diga lo que estime conveniente. Las personas son absolutamente respetables, mientras que sus ideas son totalmente discutibles. Las de Cañizares también. Se trata de dar las mejores razones y después, que la gente elija, asuma y apoye. La democracia las llevará a la ley y si ésta, en la conciencia razonada de muchos, fuese injusta, está la objeción; si hay ley de objeción, adelante; si no la hay, a luchar por lograrla y, mientras tanto, siempre vamos a tener algunos problemas. Pero esto a los cristianos convencidos no los debería asustar.
Yo no creo que Francisco, u otros como él, se vayan a oponer a la lucha por las libertades, al contrario, lo que van a exigir es que esa lucha de la Iglesia por las libertades sea a favor de toda la sociedad y de los pobres en particular, que sea claramente lucha por las libertades y no por los privilegios adquiridos o las querencias de partido, y que sea con buenas razones de fe cristiana y no de una verdad natural que el predicador cree a su cuidado divino. Por eso no me convencen estos obispos. Nosotros creemos en la verdad religiosa sobre la vida y en la verdad natural, pero en la primera nos creemos invitados por la fe, y en la segunda, guiados en igualdad a los demás por la razón humana. De ahí el empeño de contar mil veces nuestra forma de ver la vida, sabiendo que no podemos imponerla. Cada vez que alguien dice de nosotros que nos apoya porque decimos la verdad, es muy tentador el halago, pero tiene sin duda el mismo tufo de exceso que el de quienes nos desprecian por creyentes. Todo es más modesto en la verdad, y por eso mismo, más libre para cuestionarnos, aunque hayamos ganado unas elecciones o aunque seamos obispos. La verdad natural existe, pero qué es lo natural en cada caso tiene mucho de opción argumentada y todo de respeto al diferente que no delinque. Por eso estos obispos dicen lo que tienen derecho a decir, pero lo dicen poseídos de una certeza natural que no es de su propiedad. La palabra tiene vida por delante entre nosotros.
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