Tres requisitos
Para aceptar de nuevo a Reino Unido en la UE tendrían que cambiar la libra por el euro, conducir por la derecha e integrarse en el sistema métrico
Pello Salaburu
Sábado, 9 de julio 2016, 01:30
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Pello Salaburu
Sábado, 9 de julio 2016, 01:30
La salida de Gran Bretaña de la Unión Europea como resultado del referéndum ganado por quienes propugnaron el abandono de las instituciones comunes es, seguramente, un resultado imprevisto de esta crisis que comenzó hace varios años y no termina de acabar. Por el camino han ... quedado millones de rabiosas víctimas afectadas por la codicia, la corrupción y la ineptitud de quienes debieran incluir la palabra solidaridad en su diccionario. Ellos nos trajeron a donde estamos y en ellos seguimos confiando, porque la estupidez humana es infinita. También el universo. Lo dijo Einstein, aunque de lo segundo ya no estaba tan seguro. Sin embargo, también es cierto que el sufrimiento y el enfado de los ciudadanos se ha traducido en reacciones imprevistas que están afectando a las reglas del juego político en todo el continente: en varios países europeos la derecha se está consolidando y en otros, en los del sur, han surgido con fuerza movimientos de izquierda. Hay también potentes grupos antieuropeos. La reacción de los cabreados en Gran Bretaña ha cubierto ambos flancos: el UKIP (Partido de la Independencia de Reino Unido), un partido de derechas a quien nadie hacía demasiado caso y cuya consigna ha sido seguida por millones de votantes, hasta colocar a toda Europa al borde del abismo. Dicho y hecho: nos vamos, estamos hartos de todos los que mandan. Hartos de la situación y de la casta que nos ha llevado a este desastre. Hartos de todos, menos de la Reina.
Los dirigentes políticos fueron, quizás, demasiado optimistas. Por mucho que hace unos años las encuestas dijeran lo que dijeran, no tengo tan claro que los ciudadanos europeos nos creyéramos eso de Europa con tanta fe. Los anclajes de pertenencia personal tienen distintos grados, y creo que el anclaje con Europa no era el que más pesaba en nosotros. En muchas ocasiones, por lo que las propias clases dirigentes nos transmitían: unas instituciones lejanas que no se sabía bien a qué se dedicaban, que costaban mucho, y en las que los partidos acostumbraban a aparcar como en un retiro dorado a sus representantes, una vez cumplido el ciclo serio, el de la participación en las instituciones nacionales o autonómicas. Es evidente que esta percepción ha ido cambiando con el paso de los años y en el caso de las generaciones más jóvenes, que no han conocido fronteras y se han valido de una moneda común, la única que conocen. Europa forma ya parte de ese sistema complejo de anclajes vitales.
No se esperaban los británicos que iba a triunfar el sí. Tan poco se lo esperaban que nada tenían previsto para el día después: ¿Y ahora qué hacemos? Así que se han visto sorprendidos, porque iban a dar a Europa con la puerta en las narices y se han encontrado con que el golpe ha sido para ellos. Los británicos, tan dados a mirarse en el espejo y convencerse cada día de lo guapos que son, están inmersos ahora en una grave crisis cuya salida parece complicada: Cameron, ese gentleman de segunda mano que ha hecho la machada de su vida y se ha retirado; el laborista Corbyn, que es atacado dentro de su partido por tierra, mar y aire; el exalcalde Johnson, que se las prometía felices y se ha visto desbordado por un tipo con pinta de cursi resabiado que a su vez ha visto cómo la ministra de Interior lo ha adelantado por la derecha; y Farage, el del UKIP, que se larga a casa. Es el resultado de haber jugado a aprendiz de brujo y haber puesto en marcha un proceso cuyas consecuencias no era posible prever y mucho menos controlar. Los ciudadanos británicos se encuentran ante una crisis existencial grave por vez primera en mucho tiempo. Durante años nos han tomado el pelo. Incluso después de conocerse el resultado la votación, Johnson escribía en su columna de The Telegraph que nada iba a cambiar en el futuro para los británicos en Europa, que los únicos que íbamos a tener problemas éramos los continentales en Gran Bretaña, no ellos. Ahora tienen que mirar dentro de casa. Porque la aplicación del resultado del referéndum tampoco parece fácil. La UE les dice que venga, que ya saben el resultado y que se larguen. Pero eso depende de que alguien con poder active el artículo 50 de Tratado de la Unión Europea, que es el que pone en marcha el proceso. Eso no lo hacen los votantes. Tiene que hacerlo el primer ministro. Pero según algunos juristas solo lo puede hacer con el permiso del Parlamento, cuyos miembros son mayoritariamente contrarios a la salida. Activar ese artículo es solo el inicio de las negociaciones -se pueden prolongar por dos años y requieren la aprobación de la propuesta final de al menos 20 países que representen al 65% de la población de la UE-, hasta saber qué nuevos tratados y acuerdos se cierran en diversos campos entre esa Europa que han despreciado sin disimulo durante años y lo que queda de un imperio venido a menos, con Escocia e Irlanda subiéndose por las paredes y con Londres pidiendo un trato diferenciado. Los británicos se han metido en un lío enorme, ellos solos y, acatarrados, están ya perdiendo su flema. Veremos en qué acaba, y cuándo. Igual necesitan clínex.
Desde luego, no me gustaría verme en la tesitura de tener que soportarlos de nuevo dentro de casa. O lo haría, llegado el caso, imponiendo tres requisitos de entrada, antes de sentarnos a tomar el té y hablar de otras cosas: que se olviden de la libra y acepten el euro, que conduzcan por la derecha y que se integren en el sistema métrico decimal. ¿Cómo hemos podido pensar que estaban en Europa con esas referencias?
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