En defensa de los partidos

Repetir las elecciones no es el problema. El drama será que la gobernación de los próximos años sea un desastre porque vaya en dirección opuesta a los acuerdos que piden los españoles

Ramón Jáuregui

Sábado, 14 de mayo 2016, 19:59

No será ésta una misión fácil, pero sí necesaria. El enfado general por la repetición de las elecciones está siendo peligrosamente conducido hacia una descalificación genérica y universal de los partidos políticos españoles, de sus líderes, incluso del sistema democrático en su conjunto. Estos días ... proliferan los artículos, editoriales y tertulianos poniendo literalmente a parir a todos los protagonistas del fracaso en la formación del Gobierno. Mi decisión de escribir estas humildes líneas surgió cuando me llegaron varios mensajes a Whatsapp con un pásalo final: proponiendo unos el rechazo a la propaganda electoral o reclamando otros la abstención en la campaña que viene.

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Vayamos por partes. Las causas de la repetición electoral las vamos a atribuir cada uno a quien quiera. De hecho, mucho me temo, que va a ser el tema central de la campaña. Sobre eso no diré ni añadiré nada. Pero ha faltado una mirada compasiva, o mejor diríamos comprensiva, a las dificultades objetivas que presentaba un reparto de escaños tan endiablado, con partidos nuevos en todos los espectros ideológicos y en todos los territorios y en un escenario de cambios constitucionales y regeneradores de nuestro sistema político muy profundos. No es una justificación del fracaso pero sí una explicación que no hemos dado suficientemente. A veces, en la vida, es necesaria una derrota para que sea posible después lo que antes de ella era imposible. Mi convicción, por eso, es que habrá gobierno en verano, aunque los resultados electorales del 26-J sean parecidos y aunque el panorama de complejidad citado más arriba siga siendo el mismo o peor.

Pero deducir de ese fracaso -que no niego- todo un argumentario anti-partidos políticos tiene riesgos muy graves. Por eso, esta defensa no será popular, pero combatirá el populismo de todos aquellos -y desgraciadamente son demasiados- que aprovechan la crítica para renegar de los partidos y de la democracia misma. No olvidemos que nuestra democracia está ya bajo mínimos por múltiples desgastes que los años pasados -y especialmente la crisis económica- han producido. Además de la corrupción que, objetivamente, es una verdadera metástasis de la cultura democrática. Por eso, la facilidad y la frivolidad con que el oportunismo antidemocrático nos invade estos días exige una primera llamada a la prudencia y a la sensatez.

En segundo lugar, son los partidos políticos quienes articulan y vertebran el sistema. No hay otras maneras de representación. Nadie ha descubierto nada mejor. En ningún país del mundo existen otras estructuras. De hecho, las expresiones contestatarias al sistema de los años pasados han acabado creando partidos nuevos y ahí andan, construyendo estructuras orgánicas muy parecidas a las de los partidos viejos, por no decir que idénticas. Dicho de otro modo, están copiando las mismas organizaciones con ligeros cambios participativos.

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Afortunadamente, en España mucha de la indignación con la crisis, la desigualdad, la incertidumbre ante el futuro, la inmigración, el cansancio de los de siempre no ha ido a la extrema derecha y al populismo, como está ocurriendo en multitud de países, desde Francia a Alemania, desde Holanda a Reino Unido, desde Dinamarca a EE UU. No, aquí todos esos sentimientos han venido a partidos nuevos, democráticos y renovadores, pero partidos políticos al fin y al cabo.

La democracia tiene estas reglas. No ha habido acuerdo y hay nuevas elecciones. Y las nuevas elecciones exigen debates, campaña, anuncios, programas, etc. La política es así, la democracia tiene estas reglas y decir que ese dinero debería ir a las escuelas es puñetera demagogia y peligroso populismo. Por esa regla, suprimimos las instituciones democráticas y que nos gobiernen cuatro tecnócratas. Hoy dicen eso y mañana propondrán suprimir las autonomías y pasado irnos de Europa, del euro y

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España ha vivido cuarenta años extraordinarios con esta Constitución, con estos partidos y con esta democracia. Bastaría para corroborar esta afirmación con mirar un poco más atrás, en nuestra historia contemporánea, para descubrir nuestros múltiples fracasos como país en los dos últimos siglos. Bastaría mirar al resto del mundo para observar que el progreso de los pueblos no cae del cielo y que son muy pocos los países en el mundo que han evolucionado como nosotros en estas cuatro décadas. De pronto, nuestro sistema político ha tenido un fallo, llámenlo fracaso si ustedes quieren, y nos vemos obligados a repetir elecciones. ¿Es eso tan grave como para caer en este derrotismo tan exagerado? ¿De verdad que se trata de una catástrofe?

Para mí, lo verdaderamente grave está por venir si no somos capaces todos -el nuevo Gobierno, los consensos pendientes, las autonomías todo el sistema político en su conjunto- de abordar los grandes retos del país: Cataluña, economía digital, empleo, fiscalidad, educación, energía, I+D+i

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Ése sí es el verdadero desafío para los partidos políticos y para los líderes de esa nueva generación que ha llegado para quedarse y que tiene ante sí una responsabilidad verdaderamente histórica (y no creo abusar del adjetivo). Repetir las elecciones no es el drama. El drama será que la gobernación de los próximos años sea un desastre porque vaya en la dirección opuesta a los acuerdos y a las políticas que necesitamos para responder a las demandas de los españoles.

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