Los asesinatos en 1976 del empresario Ángel Berazadi (8 de abril) y del presidente de la Diputación guipuzcoana, Juan María de Araluce (4 de octubre), tuvieron como resultado directo el comienzo de una diáspora en la sociedad vasca de la que nadie habla hoy. Todos ... los días los herederos de ETA y Batasuna, en versión política o mediática, nos recuerdan la dispersión de los presos etarras, la injusticia que supone para sus familiares y la supuesta ilegalidad de su situación penitenciaria; si fuera así, hace mucho tiempo que la habrían llevado al Tribunal de Estrasburgo, como hicieron con la ilegalización de Batasuna o la doctrina Parot. Ninguno de ellos habla de la dispersión de vascos que se han tenido que marchar desde 1976, por culpa de los conmilitones de los que están en la cárcel, al negarse a aceptar su ideología o extorsiones. Vascos, sí, en muchos casos euskaldunes y con más de ocho apellidos, que comenzaron a largarse hace cuarenta años cuando ser empresario o ser vasco y español eran oficio o identidad de alto riesgo en Euskadi. Ángel Berazadi, director gerente de Sigma y simpatizante del PNV, fue secuestrado por ETA-pm, que puso precio a su vida en 200 millones de pesetas. Hubo intentos de negociación del PNV y la familia frenados en seco por la helada impasibilidad de su interlocutor, Eugenio Etxebeste, Antxon. El mismo que hace pocos días glosaba al pistolero Ángel Aldana, muerto en Venezuela después de que le hubieran salido gratis 18 asesinatos.
Tras casi veintiún días confinado en el desván de un caserío de Itziar, los polimilis dejaron el cadáver de Berazadi, con un tiro en la nuca, en una cuneta de la antigua carretera que une Elgoibar y Azkoitia por el alto de Azkarate. Metros más arriba, los milis asesinaron en 1980 al simpatizante de UCD y exconcejal en Azkoitia Ramón Baglietto. Probablemente los cadáveres de Berazadi y Baglietto los vio Sebastián Aizpiri, pequeño empresario y vecino de la zona, al que ETA asesinó en 1988 bajo la falsa acusación de narcotráfico. Por esa carretera de las muertes de ETA también se llega al caserío Txillarre, de tanta nostalgia para Arnaldo Otegi. Al funeral de Berazadi asistió todo Elgoibar en medio de un impresionante silencio. Ese espeso silencio fue también la respuesta de los vecinos cuando la viuda, Carmen Estarta, su hijo y sus cinco hijas se fueron para siempre de Euskadi. Lejos, al sur, de España o de América. ETA les dejó una herida incurable en el alma y una foto de Ángel Berazadi en el inmundo agujero en que le retuvieron simulando leer Hautsi -el órgano de ETA-pm- encañonado por una pistola. Los secuestradores hicieron múltiples copias con el sello de la banda y tres líneas con el nombre de su víctima y la fecha de su sentencia. Cuatro meses después se las remitieron a algunos empresarios a modo de intimidación con cartas extorsionadoras.
El 4 de octubre de 1976, un comando etarra entrenado en la academia de policía de Souma (Argelia) esperaba frente a su domicilio a Juan María de Araluce, su chófer y escoltas. Nada más llegar en dos coches disparon primero contra los tres policías y después contra el presidente y su conductor. Araluce, excombatiente requeté, tradicionalista y foralista, era el cargo público local del Movimiento más destacado del País Vasco, al ser también procurador en Cortes y consejero del Reino. Llevaba desde 1968 al frente de la corporación guipuzcoana con la idea de recuperar el Concierto Económico y las instituciones forales suprimidas por Franco. El mismo objetivo que uno de sus predecesores, Fernando Arámburu Olarán, o de sus homólogos vizcaínos Javier de Ybarra y Augusto Unceta-Barrenechea. ETA asesinó a todos menos a Fernando Arámburu, exiliado en 1978 por amenazas de la banda. Araluce lideró desde la Diputación a un grupo de alcaldes y diputados provinciales que terminarían casi todos en las filas de Guipúzcoa Unida, la marca de Alianza Popular en las elecciones de 1977. También terminarían todos amenazados, varios exiliados, uno asesinado y otro que se salvó por error de sus verdugos. Frente a ellos estaba el Grupo de Alcaldes de Vergara, de ideología nacionalista, algunos de los cuáles pasaron sin solución de continuidad de ser alcaldes del Movimiento franquista a ser alcaldes del Movimiento Vasco de Liberación Nacional.
El asesinato de Araluce tuvo como consecuencia la implantación de un régimen de miedo con mayúsculas entre los apellidos de las élites donostiarras y del resto de la provincia. Fue el comienzo del éxodo de una clase alta o media-alta vasca, propietaria de empresas o identificada con el régimen que fenecía. Sus integrantes dedujeron que también ETA podía ir a por ellos si antes los terroristas se habían atrevido a asesinar a Berazadi, siendo nacionalista, o a Araluce, siendo el cargo institucional más destacado. En octubre de 1976 comenzaron las ausencias temporales que terminaron convirtiéndose en definitivas, con secretarias y asistentas domésticas excusando las ausencias de sus jefes. La viuda e hijos de Juan María de Araluce se marcharon a Madrid en septiembre de 1977. Con el cadáver todavía caliente de su marido y padre dijeron públicamente que perdonaban a sus asesinos. Ni ellos ni sus hinchas perdonaron a los Araluce Letamendía. Madrid, Alicante, Málaga y otras zonas de España comenzaron a tener colonias de vascos exiliados de su tierra. Hoy en la sociedad vasca se impone una memoria selectiva, capaz de recordar la Guerra Civil (iniciada hace 80 años) o a Franco (muerto hace 40 años), pero incapaz de recordar el terrorismo que hasta anteayer por la tarde obligó a muchos vascos a marcharse de su tierra porque no eran nacionalistas o porque no querían pagar a ETA.
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.