No me lo creo. De momento no es un partido al que este tipo de desbarajustes le vayan a afectar a corto plazo. Sus militantes y votantes se mueven en una onda bastante diferente a la de los militantes y votantes del resto de partidos. ... Casi me atrevería a afirmar incluso que cuando estas broncas han afectado a otros partidos la repercusión, salvo que se haya llegado a la escisión, ha sido menor de la que dan a entender los medios. Es evidente que cuando en Podemos afloran contradicciones, discusiones y abandonos, los medios, que son, por regla general, expresión de la vieja política que atacan los dirigentes de Podemos, lo resaltan en los titulares. Pero no creo que en el fondo Podemos quede tan tocado.
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Podemos tiene muchas incoherencias, y sus trasvases ideológicos son, vistos desde la perspectiva de los partidos tradicionales o, sin más, desde el sentido común, descomunales. Nos hallamos ante un partido que no pierde ocasión para predicar la importancia de la voz de las bases y que defiende la soberanía popular en la toma de decisiones. Pero aquellos círculos han caído en el olvido hace ya meses. Proclama sin cesar su mayor legitimación y superioridad moral democrática frente al resto, puesto que el núcleo dirigente está al servicio de eso que llaman gente y no se cansa de repetir que las decisiones deben ser democráticas, tomadas entre todos.
Pues bien: seguramente la decisión de mayor calado que ha adoptado en su historia, el cierre de la puerta a su coalición con los socialistas para formar gobierno, ha sido adoptada por el núcleo dirigente sin que haya terciado consulta de ningún tipo con esos militantes cuya opinión parece ser tan importante. Nadie les ha preguntado nada. Y parece que Iglesias tampoco ha debido consultar demasiado en su entorno, porque algunos se le han marchado.
Es más difícil hacer eso que invitar «a los necesitados y desfavorecidos» (son las palabras mágicas de turno) al palco, en lugar de quitar directamente el palco si tantos problemas causa. Esas incoherencias dan igual, o casi: cuando Iglesias hizo la vida imposible a la dirección del partido en el País Vasco, el secretario general dio un portazo pero pidió a continuación de forma pública el voto para Podemos. Pasará algo parecido con el resto de incendios generados estos días en otros sitios. El ADN de quienes sostienen el partido se alimenta de ilusión lo cual no está mal al tiempo que procura externalizar responsabilidades internas.
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La militancia política es, en general, fiel. Mucho más en un partido de reciente creación que se debate en una lucha sorda interna entre principios ideológicos (izquierda, asamblea, democracia, importancia de las bases, intrínseca maldad del capitalismo, nefasta dependencia europea, etc.) y su práctica política diaria, que solo se diferencia de los partidos políticos en que los de Podemos son más bisoños y parece que están descubriendo el mundo. Pero nadie debe engañarse: esa ideología ha calado y no va a desaparecer por mucho que afloren contradicciones.
Sobre todo porque, con Podemos o sin él, nadie sabe hacer frente a esta crisis, tratamos a patadas a los refugiados, la corrupción sigue siendo guapa de verdad y cada día descubrimos estupideces más espectaculares cometidas por eso que llamaban casta: la última, los sms cruzados entre los reyes y un imputado por corrupción, colegui de yoga de la reina, a lo que se ve: «¿Por qué no vienes a comer mañana?». Es que de este modo lo milagroso no es que Podemos se debilite, sino que no surjan más partidos de sus características. En fin: prácticamente en las mismas fechas en las que todos los concejales de Valencia del PP eran imputados por corruptelas groseras, un centenar de aficionados del Valencia esperaba a su equipo en el aeropuerto a las dos de la madrugada para gritarles por su último fracaso. ¿Cuántos de ellos se habrán manifestado frente al Ayuntamiento? Ese es el país. Mientras ese sea el país, el señor Iglesias gozará de larga vida, no debe preocuparse.
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Solo cuando gobierne en más instituciones verán sus militantes y votantes cómo van desapareciendo ilusiones, cómo se incumplen compromisos, cómo sus líderes se aferran a las sillas, cómo aparece quizás algún caso de corrupción, verán cómo sus dirigentes siguen reclutando asesores y secretarios entre cuñados, sobrinos y conocidos (es lo que les ocurre ya, pero irá a más en la medida en que tenga más fuerza), etc. Verán que no hay posibilidad de que las cosas se resuelvan en asambleas inoperantes, sin que entren en contradicción con las medidas aprobadas por la también inoperante asamblea vecina y se convencerán de que, en el fondo, la gente tampoco tiene demasiadas ganas de que se les castigue continuamente con preguntas para saber su opinión, aun en el caso de que eso se pueda hacer por internet.
El caso de la elección de la nueva dirección en Euskadi es elocuente: solo ha participado el 21% del censo y la nueva secretaria ha obtenido algo más de mil votos. Estamos hablando del partido más votado en las elecciones: 316.500 papeletas. Es un poco fuerte presentar eso como un triunfo democrático, y como una forma nueva y diferente de hacer política. Es, más bien, una muestra clara de que no caben de momento otros modos de hacer política que las que caracterizan a cualquier partido tradicional: unos pocos mandan y el resto obedece. Una vez aceptado eso podemos discutir, por supuesto, sobre los mecanismos democráticos de funcionamiento que podemos introducir en ese esquema. Pretender otra cosa es situarnos al margen de la realidad. Mientras tanto, la gente seguirá introduciendo en la urna la papeleta de Podemos, porque lo que ve en otros partidos le disgusta mucho más que las bravatas de Iglesias, el toquecillo militar de Colau, las ocurrencias de Kichi en Cádiz, o el discreto encanto, tan burgués, de Carmena en Madrid.
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