El pasado sábado Otegi trató de animar a millares de seguidores en el velódromo de Anoeta con un mensaje claro que sirviera de guía en este momento de incertidumbre en el mundo de la izquierda abertzale. En un escenario que le encanta se vino arriba ... y lanzó para regocijo de los suyos la proclama estratégica, cual si fuera una de las Tesis de Abril de Lenin: «Si luchamos, vamos a ganar y Euskal Herria va a lograr la independencia, no tengo ninguna duda». Para ello hizo un llamamiento a abrir en Euskadi «el segundo frente secesionista tras Cataluña». Es mucho más fácil lanzar grandes objetivos que lograrlos, sobre todo cuando lo que se proclama como estratégico en realidad se convierte en un elemento de agitación populista.

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La izquierda abertzale lleva luchando unos cuarenta años, sin embargo, en contra de lo que dice la tesis de Otegi. No ha ganado y, cuando fue más fuerte que ahora, Euskadi no estuvo más cerca de la independencia. De la historia de esta corriente política lo que se desprende es que, pese a ser un movimiento socio-político de enorme capacidad de lucha, movilización y resistencia, su cuenta de resultados muestra un estrepitoso fracaso, pues de los objetivos de rango estratégico planteados en todo este tiempo ninguno se ha conseguido, especialmente los referentes a la cuestión nacional. La comunidad autónoma vasca y la foral navarra, de ser la expresión de la partición impuesta por el enemigo en contra de la voluntad de los vascos, son hoy comunidades políticas con legitimidad democrática donde esa izquierda abertzale confronta sus posiciones con otros y lo hace, además, con aspiraciones de ganar y gobernar. De hecho, en Navarra sostienen al actual Gobierno.

Por otra parte, aceptan que el pueblo vasco, sujeto único del derecho de autodeterminación, se fragmente en tres sujetos distintos al objeto de propiciar procesos constituyentes en cada ámbito comunitario de decisión. La izquierda abertzale no ha tenido una estrategia propia sobre estas cuestiones más allá de la proclama y la reivindicación. Sin embargo, ETA sí tenía. Consistía en usar el terror con el ánimo de obligar al Estado al reconocimiento del derecho de autodeterminación y la territorialidad. La función de la izquierda abertzale era legitimar política y socialmente la actuación de ETA. Así fue por lo menos hasta la propuesta de Anoeta de 2004, en la que se evolucionó desde el militarismo de la única mesa de negociación a la propuesta de la doble vía de negociación (Gobierno-ETA, por un lado, y formaciones políticas, de otro lado). Estrategia que, como bien sabe Otegi, fracasó por la intromisión violenta de ETA con la bomba en Barajas.

Desactivada ETA, el nacionalismo radical no ha sido capaz de definir su propia hoja de ruta a la independencia susceptible de ser puesta en marcha. Quien quiera repasar el programa electoral de EH Bildu a las autonómicas de 2011, el programa al Parlamento foral, verá que no hay nada que pueda merecer el nombre de estrategia, mucho menos a la independencia. No ha habido ninguna decisión de poner en marcha un proceso independentista, sino una estrategia meramente de agitación, sobre todo, para intentar condicionar y presionar al PNV.

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Este es el vicio de origen de esta parte del nacionalismo; su incapacidad de poner en marcha una estrategia propia al margen de los jeltzales. Un cordón umbilical que les ata a quien se critica y condena por su «sumisión al Estado», pero al que sequiere tener al lado para enredarle en aventuras de riesgo y futuro incierto. Dice Otegi: «Si el PNV no quiere, empecemos nosotros a hacer ese camino en solitario». Sin embargo, el miércoles en el Parlamento EH Bildu se ofrecía al PNV para apoyar el proyecto de nuevo estatus, pero con la condición de que se ponga una fecha a la estrategia de la bilateralidad. Si no hubiera resultados, los jeltzales tendrían que aceptar acompañar a Otegi en la creación del nuevo frente secesionista. ¡Qué infantilismo! De ilusión también se vive, diría Iñaki Azkuna.

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