La gran ilusión
Otegi no es Mandela, ni un oprimido, sino alguien que ayudó a oprimir. Veremos si es el líder que precisa la izquierda abertzale
Alberto Ayala
Miércoles, 2 de marzo 2016, 02:10
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Alberto Ayala
Miércoles, 2 de marzo 2016, 02:10
El Diccionario de la Lengua Española ofrece hasta cuatro definiciones para la palabra ilusión. Viva complacencia en una persona, una cosa o una tarea, es una de ellas, la tercera de las que aparecen en el glosario. Pero la primera tiene poco que ver con ... la anterior y reza textualmente: concepto, imagen o representación sin verdadera realidad, sugeridos por la imaginación o causados por engaño de los sentidos.
El histórico dirigente de la izquierda abertzale Arnaldo Otegi abandonó ayer la prisión de Logroño tras cumplir una pena de seis años y medio de cárcel por pertenencia a ETA. Lo hizo jaleado por los suyos cual si fuera un Mandela vasco redivivo. Él mismo no dudó en sacar parte de sus pertenencias en una bolsa decorada con una gran bandera de la Sudáfrica post-apartheid para acompañar, a modo de atrezzo, el papel que intenta construirle su partido.
Sarcasmo
Resulta un auténtico sarcasmo asistir a semejante juego de ilusionismo que nos propone, otra vez, la izquierda abertzale. Posiblemente hubiera sido deseable que Otegi abandonara antes la cárcel. Hace ya tiempo que se puso de manifiesto que los movimientos previos a su detención y posterior ingreso en prisión buscaban el final definitivo de la organización terrorista ETA. Pero de ahí a pretender que el político guipuzcoano sea un Madiba dos, un emblema de la paz, va un mundo.
Mandela fue durante 27 años el símbolo de la represión que el régimen racista de Pretoria ejerció sobre la población no blanca. El emblema de los oprimidos no de los opresores. Otegi, en cambio, empezó militando en ETA en democracia. Y luego, ya en política, ha dedicado gran parte de su vida a justificar la opresión, la persecución, el asesinato y la extorsión de quienes no compartían sus ideas.
Cuando el portavoz de la ilegalizada Batasuna se movió y movilizó a los suyos para conseguir que los terroristas depusieran las armas para siempre no fue por altruismo. Simplemente llegó a la conclusión de que la democracia estaba a punto de derrotar a ETA y ello podía dejar fuera del juego político a la izquierda abertzale por décadas.
Otegi está libre y los suyos, EH Bildu, es lógico que lo celebren. En lo personal y, sobre todo, en lo político. No en vano quieren que sea su candidato a lehendakari en las próximas autonómicas.
Nada que objetar si el Tribunal Constitucional decide que la inhabilitación que pesa contra él hasta 2021 no lo impide al no haberse clarificado el alcance de la misma en la sentencia por la que se le condenó. La democracia nunca debe buscar apartar para siempre de la sociedad a quienes en un momento dado optaron por el camino incorrecto, por muchos que hayan sido los estragos causados. Al contrario, debe favorecer su reintegración una vez cumplida la correspondiente pena.
Pura necesidad
La izquierda abertzale trata de vender la ilusión del Otegi-Mandela por pura necesidad política. Porque pretende ganar la batalla del relato para enmascarar la verdadera tragedia que se ha vivido en esta tierra durante cuatro décadas. Porque las últimas confrontaciones electorales le han colocado en línea descendente por culpa de Podemos, que le ha arrebatado parte de su electorado más joven, y no sabe cómo cortar la sangría. Porque no consigue que ETA entregue las armas. Y porque ha surgido una disidencia interna, cuya fuerza real se desconoce, que no comparte por derrotista la estrategia oficial e insiste contra toda lógica en reclamar la excarcelación de todos los presos etarras sin arrepentimiento y sin tener que cumplir la legalidad penitenciaria.
Pesada mochila la que Rufi Etxebarria, Hasier Arraiz, Pernando Barrena y otros compañeros de viaje han reservado al más carismático de los suyos. Sólo el tiempo dirá si puede con ella y si su trayectoria, convenientemente maquillada ad hoc con un discurso más social, sirve para relanzar a EH Bildu.
No parece fácil para alguien que nunca dio muestras de ser un adelantado. En los años 80 Otegi pudo renunciar a las armas junto a sus entonces compañeros de ETA político-militar y jugar en democracia. No lo hizo. Se pasó a ETA militar. Luego, ya en política, se dedicó durante décadas a jalear y justificar a la banda hasta que olió la debacle y, entonces sí, empujó hacia el viraje.
Unas horas antes que Otegi salía de la cárcel de Nanclares el exetarra Urrusolo Sistiaga. Sólo le aguardaban su familia y unos pocos periodistas. Ningún arrope político a quien es una de las cabezas visibles de la denominada vía Nanclares. A quien sí se ha arrepentido de sus crímenes y ha pedido perdón a sus víctimas y al resto de la sociedad. Algo que siguen sin hacer ni Otegi ni Sortu.
¿Pensar que abjurarán del pasado y se convencerán de que matar jamás tuvo ni tendrá justificación dejará de ser alguna vez una simple ilusión? Arnaldo Otegi prometió anoche en Elgoibar «llevar la apuesta por la paz hasta el final» y dijo que la autocrítica nunca está de más. Veremos en qué se traducen esas palabras.
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