a. gonzález egaña
Viernes, 5 de febrero 2016, 01:18
Rubén Múgica ejerce de abogado en el mismo despacho de Donostia que ocupó su padre, el socialista Fernando Múgica Herzog, 'Poto', hasta que fue asesinado por ETA el 6 de febrero de 1996. En el bufete de la calle Prim todo permanece casi igual. Solo ... ha cambiado la mesa y un ordenador, hoy imprescindible. Pared con pared, comparte despacho con su hermano José María. Él fue testigo presencial del atentado. Iba por la acera de enfrente, oyó el disparo y cuando miró vio que la víctima era su padre. Llegó a ser encañonado por uno de los dos terroristas para zafarse de la persecución que había iniciado. Este sábado, como cada 6 de febrero, le recordarán en un acto en el cementerio de Polloe y otro en la sede del PSE en la calle Prim.
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Llega otro 6 de febrero y suman 20 desde el asesinato de su padre a manos de ETA. ¿Cómo han transcurrido estos años?
Cada 6 de febrero mi familia recuerda la promesa que le hicimos a su memoria en el hospital de San Sebastián donde falleció, a los pocos minutos de ser atacado por ETA. La promesa fue que ayudaríamos con todas nuestras fuerzas y contribuiríamos a la derrota de los criminales enfrentándonos abiertamente, donde hiciera falta, desde la aplicación de la ley. Hoy, 20 años después, mi familia y yo tenemos la firme convicción de que hemos cumplido la promesa. Junto con otras muchas víctimas del terrorismo, hemos contribuido a derrotar a la bestia, a que se visualice que en el País Vasco se diseñó durante años un escenario en el que había asesinos y asesinados. Y los asesinos y quienes les jaleaban solo pueden estar en el pozo de la historia de esta tierra.
¿Cómo se siente hoy?
Es un periodo de tiempo largo, en el que uno necesariamente mira las cosas con la distancia. Con la misma seriedad de siempre y con el mismo ánimo combativo que mi familia ha expresado y manifestado siempre en San Sebastián, en esta tierra y en toda España. Los recuerdos se agolpan quizás con más intensidad, pero siempre desde la serenidad y el respeto a la memoria, no solo de mi padre sino de todas las víctimas del terrorismo. Un respeto infinito.
Usted es el pequeño de los Múgica, tenía 27 años cuando ocurrió el atentado. ¿Cómo lo recuerda?
Estábamos en el despacho mi padre y los tres hermanos. Él se despidió a las dos menos cuarto para ir a casa a comer. Salió por el portal, cruzó la acera, dobló la calle San Martín y a dos manzanas fue asesinado. José Mari iba por la calle, por la acera de enfrente, oyó el disparo y cuando miró vio que la víctima era mi padre. Yo me había quedado en el despacho, salí a los cinco minutos, fui por otra calle, acabé en San Martín y fue ahí donde un amigo me dijo que habían matado a mi padre. Vi un cordón policial, gente agolpada... Lo recuerdo perfectamente.
La última conversación
¿Es capaz de acordarse de su última conversación con él?
Era un día de trabajo absolutamente normal y recuerdo que lo último que hizo mi padre en el ejercicio de la abogacía fue llegar a un acuerdo con un abogado contrario en un asunto. En esta mesa en la que estamos sentados (la entrevista transcurre en ese despacho). Ese es el recuerdo que tengo perfectamente grabado.
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No llevaba escolta...
La gente con escolta entonces era prácticamente una excepción, era principalmente para las autoridades y los cargos públicos. Desde hacía la tira de años, teníamos la convicción de que cualquier día mi padre sería asesinado. Esto no lo digo a toro pasado, sino recordando los muchos años previos a 1996 en los que en casa convivíamos con esa convicción, aunque tampoco hablábamos de ella. Era evidente que ETA tenía un proyecto totalitario, un proyecto racista, violento, que pasaba por la eliminación física del adversario político, y sin duda mi padre encajaba en el perfil de las personas contra las que ETA podía atentar, como al final ocurrió. Porque encarnaba justo aquello que los terroristas querían violentar.
¿A qué se refiere?
A que en el asesinato de mi padre sí hay un móvil: el proyecto totalitario de una organización criminal.
¿Qué le ha parecido que acusados de Batasuna eviten la cárcel tras un acuerdo con la Fiscalía por el que, entre otras cosas, reconocen el daño causado
Como abogado lo que veo es, simplemente, un acuerdo entre unos acusados y unas partes acusadoras que al final supone evitar entrar en prisión. La retórica o la fórmula empleada evidentemente tenía al final que provocar la suspensión de la condena, que es lo que han conseguido. Que Pernando Barrena reconozca el sufrimiento de las víctimas del terrorismo y reconozca el daño causado me suena a broma. Pernando Barrena tiene un máster en justificación de crímenes. Él y otros dirigentes 'batasunos' que hoy están por las calles han estado durante décadas aplaudiendo asesinatos, jaleando a los asesinos, justificando atrocidades y que ahora se muestren como gente que dice que lamenta el daño causado es como un chiste.
¿No les cree?
Es la prueba de que de los presos de ETA no se acuerdan ni de los suyos. Ahora que se lo expliquen a los presos de ETA que siguen en la cárcel y que seguirán en la cárcel.
¿No confía en que estas personas puedan cambiar y reconocer que lo que hicieron estuvo mal y nunca se debió hacer?
A mí lo que hagan los asesinos, las opiniones de los asesinos, que cambien... me da exactamente igual. Yo lo que quiero es que se aplique la ley y que se cumplan las condenas íntegramente, hasta el tope que marca la ley. No quiero otra cosa. Y quiero que los 300 asesinatos sin resolver se resuelvan y que los asesinos de esas personas sean capturados, juzgados y sentenciados. Lo que piensen los asesinos no me importa nada, no me ha preocupado nunca nada. Y de los familiares de los etarras, los únicos que me interesan son los que nunca estuvieron a favor de los crímenes. De los familiares que jaleaban y aplaudían sus crímenes no me interesa absolutamente nada. Además, creo que si merecen atención los asesinos que dejaron de asesinar, mayor atención merecemos los ciudadanos, seamos quienes seamos, que nunca hemos empuñado un arma.
¿Tomaba alguna precaución?
No. Porque la prueba está en que lo quisieron asesinar el jueves 5, a la misma hora, en el mismo lugar y si no pudieron fue porque, cuando la célula etarra viajaba en coche de Lasarte a San Sebastián, tuvo un accidente. Consumaron el crimen al día siguiente. Mi padre no adoptaba ninguna precaución porque vivía con la regla de que los criminales no iban a alterar, en modo alguno, su modo de vida, su conducta, sus hábitos, su opinión y la expresión pública de su opinión.
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¿Los días posteriores al asesinato se sintieron arropados?
Sí que hubo gente que arropó a la familia aquí en San Sebastián y también fuera de la ciudad. Ya para el año 96 había comenzado a surgir, aunque tímidamente, un movimiento cívico de repulsa frontal contra el terrorismo de ETA y de solidaridad con las víctimas, y mi familia tuvo la fortuna de que en ese germen pudo ser arropada por gente de aquí. Recuerdo también que hubo quienes nos insultaban por la calle, nos hicieron pintadas en la casa familiar, a mi madre le escupieron en la calle e, incluso, algún vecino del barrio de Igeldo hizo público que ese día había hecho ostentación de la celebración del asesinato. Pero eso forma parte de un recuerdo residual que es incapaz hoy de remover absolutamente nada.
¿Y cómo se pueden soportar situaciones como ésas que relata?
A mi familia el asesinato no le cogió por sorpresa, de modo que los mecanismos de defensa personal ante agresiones de ese tipo, insultos, pintadas o celebraciones, se arman con mucha más rapidez y mucho mejor. Con lo cual, para aquellos que pintaron la casa, aquellos que nos amenazaron, nos insultaron por la calle, aquellos que escupieron a mi madre, aquellos que en el barrio de Igeldo celebraron públicamente el crimen, vaya desde aquí mi mismo sentimiento de desprecio que hace exactamente 20 años.
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Todos se han quedado en Donostia, pero su madre, Mapi de las Heras, se marchó hace unos años...
Ahora mi madre es una octogenaria vital y vitalista que vive en Madrid. Se marchó sin más.
¿Cómo se encuentra ella? ¿Es su madre quien tira del carro en estos días tan difíciles?
Es una cosa recíproca entre todos. Tampoco nosotros nos envolvemos en la nostalgia y la melancolía. Preferimos, por naturaleza, adoptar una posición de enfrentamiento pacífico a todo lo que aquello supuso, sabiendo que quienes jaleaban los crímenes de ETA siguen paseando por las calles, siguen donde estaban.
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Por la calle con Valentín Lasarte
Valentín Lasarte, uno de los responsables del asesinato de su padre, está en la calle. ¿Se ha cruzado alguna vez con él por la ciudad?
Me he cruzado, pero, afortunadamente para mí, no me di cuenta de que era él. Me dijeron: 'Te acabas de cruzar con Valentín Lasarte'.
¿Y qué sintió en ese momento?
Una sensación contradictoria porque desde ciertos ámbitos políticos del País Vasco se dice que algunas víctimas del terrorismo somos rencorosas y vengativas, y cuando uno es consciente de que se cruza por la calle con el asesino de un familiar, lo que da la sensación es de que el asesino pasea con toda tranquilidad, sin ningún temor, sabiendo que no hay enfrente ni gente rencorosa ni vengativa. Que puede ir con toda la libertad que él negaba, precisamente, a quienes asesinaba y a quienes ayudó a asesinar.
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Si se hubiera cruzado con la mirada, ¿qué hubiera hecho?
Nada. No tengo nada ni que hacer ni que decir. En el juicio contra Valentín Lasarte fuimos acusación particular, pedimos una condena, que se aplicara la ley, hubo condena, se aplicó la ley, la ley le permite estar en la calle...
¿Le parece mal que esté en la calle?
Me parece que los beneficios penitenciarios los obtuvo de forma fraudulenta, pero esa es una opinión sin valor jurídico.
El monolito de Igeldo dedicado a Fernando Múgica ha sufrido varios ataques. ¿Está ya restaurado?
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El monolito se colocó en 1998, con la ayuda del Fondo Nacional Judío, se regeneró una zona de la falda norte del monte Igeldo y se colocó allí. Se hizo para que aguantara en el tiempo, pero fue pintarrajeado, atacado, y literalmente destruido por gente del entorno de ETA, por quienes celebraron el asesinato de mi padre y tantos asesinatos, y por aquellos que no soportan que a las víctimas de ETA se les dediquen espacios públicos. El monolito estuvo durante años dejado de la mano de Dios, después fue retirado por el Ayuntamiento de San Sebastián para su recuperación. Lo importante del monolito es que quienes lo atacaron y lo pintarrajearon han sido derrotados y si leen esta entrevista y se reconocen a sí mismos como los autores de las pintadas, quiero que sepan de la satisfacción de la familia de Fernando Múgica al haber contribuido y ayudado a la derrota de los criminales. Hemos sido más fuertes que ellos sin empuñar jamás un arma y lo hemos hecho en la calle, a pecho descubierto.
¿Cómo era Fernando Múgica?
Era un hombre muy jovial, divertido, con un sentido del humor entre desbordante y abrumador. Era un enamorado de su oficio, la abogacía, que creo que es lo que intentó transmitir a los tres hijos. Era un hombre con profundas convicciones democráticas, sociales y humanas. Las expresaba públicamente y son lo que le convirtió en el punto de mira de los asesinos.
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¿Recuerda alguna anécdota de su relación hijo-padre?
Recuerdo que era muy divertido en el despacho cuando tenía aquellos arranques de escribir cartas por fax a compañeros del Partido Socialista sin importarle el cargo que ocuparan. Era capaz de escribir un fax al presidente Felipe González o a cualquier otro afiliado o compañero del partido siempre con alguna observación, siempre con muchísimo sentido del humor, pero queriendo establecer una relación personal, desde lo más amistoso, nunca desde el reproche con brocha gorda, y a veces con mucha profundidad. Hoy con las nuevas tecnologías, mi padre hubiera sido una cosa tremenda. (bromea).
¿Qué le parece que el alcalde de San Sebastián, Eneko Goia (PNV), asistiera al homenaje a Gregorio Ordóñez en el cementerio de Polloe?
Lo más natural del mundo en la medida en que fue asesinado siendo teniente de alcalde del Ayuntamiento. Si Goia quisiera asistir al homenaje a mi padre, que fue en su día durante unos meses, hace muchísimos años, concejal, desde luego está invitado.
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¿Usted sería capaz de perdonar si un etarra se lo pidiera?
Es que no me lo van a pedir, a mi familia no se lo van a pedir. Y que no lo hagan porque no lo van a tener.
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