La cuarta ley de Cipolla

Al esperpento catalán se unen unas elecciones estatales que quizás habrá que repetir, sin que se atisbe si la repetición va a provocar un cambio de escenario que no sea a peor

Pello Salaburu

Jueves, 14 de enero 2016, 02:35

Cómo es posible que personas a las que se les supone cierta cordura cometan tantos disparates y lo hagan con tanto esmero? ¿Cómo es posible que los hayan venido cometiendo durante años, envalentonados con el aplauso ruidoso, o callado, de sus respectivos seguidores, personas que ... también son consideradas más o menos cuerdas? Todo lo que estamos viendo que sucede en Cataluña es un disparate. No me refiero solo a Mas, el último de la lista que será superado de inmediato por el flamante president Puigdemont.

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Estamos ante un embrollo generado por la conjunción de muchos y diversos factores. No todos son políticos. La irrupción de Podemos y de Ciudadanos responde más a raíces económicas y sociales que a factores directamente políticos. Aunque no podemos olvidar que el mangoneo de los partidos clásicos, sobre todo del PP, y la incapacidad de gestión tanto del PP como del PSOE, ha contribuido también, y no poco, a su nacimiento. Tenemos, por un lado, la genialidad del presidente Rodríguez Zapatero que aseguró a los catalanes algo que, visto lo visto, no pudo jamás cumplir. Desconozco si le interesaba siquiera cumplirlo. Pero para entonces todas las fuerzas catalanas habían dedicado muchos esfuerzos en lograr una versión más convincente del Estatuto en los términos que se les habían fijado desde el Gobierno. Está por otro lado la genialidad del PP, arropado bajo el manto de santos, cardenales y vírgenes varias y alimentado por sectores a quienes los partidos de derecha europeos les parecen casi comunistas, que ha buscado imponer su criterio único y exclusivo, muchas veces de forma grosera. Cuando le es imposible hacerlo recurre al Constitucional, que con sus mayorías bien medidas no duda jamás en echarle una generosa mano. Así se echó atrás la propuesta catalana. Un esperpento.

Luego vino la desconexión. Mas se vio crecido, y convocó elecciones plebiscitarias con el fin de declarar la independencia. Sería el primer president del Estado catalán. «Pero solamente lo haremos si sacamos más votos». Sacaron menos, perdieron. Pero los números dan para mucho: tenían más escaños en el Parlamento. Ganaron. Claro que de ganar a seguir como president hay un trecho. Con su bien medida y ponderada forma de hacer política se cargó primero una coalición de larga tradición, y luego su propio partido, o quizás fuera al revés: Junts pel No. Resulta difícil dar más por ese precio. A su sombra crecieron grupos antisistema que cada vez que pasaban a su lado le hacían un corte de mangas y le sacaban la lengua. Pero, advirtió una y otra vez, con una visión de futuro que no se le puede negar, seré president por encima de todo: «Esto no es una subasta de pescado. Si no os interesa verme ahí, convocaré elecciones. Es una cuestión de dignidad». Perdió la dignidad. En votación democrática fue elegido su sucesor, que llega más guerrero aún. Con todo patas arriba, la monarquía que no tiene empacho en relacionarse con regímenes que vulneran día tras día los derechos humanos, da muestras de su última pirueta democrática en su respuesta a la llamada de la presidenta del Parlamento catalán: «No, no venga por aquí, que usted no me quiere: me notifique mismamente el resultado de la votación por correo electrónico». Perfecto: ¿no os lo decíamos?, bramaron, no sin razón esta vez, los antisistema. Vámonos.

Todo eso ha sucedido en el marco de una crisis que ha dejado heridos de gravedad a millones de ciudadanos. Un país tocado por corruptos, no pocos los tenía Mas en la mesa de al lado, que han actuado en las más altas esferas, haciendo gala de ello, y se han forrado porque han estado protegidos por dirigentes de partidos, jueces y funcionarios, confiados en que todo acabaría pasando. Y es cierto que muchas cosas han pasado, pero otras no. Desde luego, no se han olvidado. A todo esto, unas elecciones estatales que han generado falta de estabilidad y que quizás habrá que repetir sin que se atisbe si la repetición va a provocar un cambio de escenario que no sea a peor. Con una derecha envalentonada de nuevo y animada desde Europa, con un PSOE sin salida posible porque ha agotado su discurso ya de forma casi definitiva, bien sea porque sectores más radicales se han apoderado de él o porque incluso los partidos de la derecha han hecho suyos algunos de los postulados más reconocibles que históricamente ha reivindicado el socialismo (mejora en educación, sanidad, ayudas sociales, etc.). Para colmo, se atizan con cariño entre sí. Solo les queda denunciar el Concordato.

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Este es el panorama del esperpento al que hemos llegado. Esta trayectoria tan absurda me recuerda las leyes de la estupidez humana que con tanto acierto formulara Cipolla en su panfleto de 1988. Los humanos nos dividimos en inteligentes (se benefician y benefician al resto), incautos (benefician al resto y se perjudican), malvados (perjudican al resto y se benefician) y estúpidos (perjudican al resto y se perjudican a sí mismos). La cuarta ley dice lo siguiente: «Las personas no estúpidas subestiman siempre el potencial nocivo de las personas estúpidas. Los no estúpidos, en especial, olvidan constantemente que en cualquier momento y lugar, y en cualquier circunstancia, tratar y/o asociarse con individuos estúpidos se manifiesta infaliblemente como costosísimo error». ¿Usted qué cree?

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