Negarse a ver lo simple
Veremos a Pablo Iglesias estrenando los mandos de una locomotora del AVE, y tomando unas pastitas de chocolate con Merkel. Tiempo al tiempo
Pello Salaburu
Martes, 29 de diciembre 2015, 02:19
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Pello Salaburu
Martes, 29 de diciembre 2015, 02:19
La situación es complicada, no hay quien afirme lo contrario. Así que calma. No conviene hacer mudanza en tiempo de desolación. El PP se ha llevado un trastazo, por lo que cualquier reclamo de estabilidad (con Rajoy al frente, por supuesto) no deja de ser ... una afirmación bienintencionada. El PSOE ha perdido efectivos, pero de hecho está en sus manos pitar el fuera de juego en el momento oportuno. Ciudadanos es una especie de escisión del PP, que ha irrumpido en escena de forma más débil a la esperada. Los tres representan la vieja política, caracterizada por un discurso demasiado ligado a situaciones pasadas. También el PNV, que ha perdido votos y ha ganado escaños, es un partido con historia, pero ha tenido siempre una enorme capacidad para irse adaptando a las nuevas circunstancias (en política social, por ejemplo, uno de los ejes sobre los que han pivotado las papeletas del cambio).
Cada uno de los tres partidos estatales marca sus propios límites y da fe de sus obsesiones particulares. El PP ha sido especialmente zafio. No ya para marcar una política económica dura e inflexible, que es la que entendió adecuada para poder salir del marasmo generado por la crisis y la herencia de Zapatero. Eso, que en realidad se limita a predicar algo que todos procuramos hacer cada día en casa -no gastar lo que no tenemos, procurar devolver deudas, etc.-, podría ser incluso entendible, si no fuera porque al mismo tiempo Rajoy ha mostrado una prepotencia difícil de entender que ha acabado sembrando el camino con demasiados cadáveres. Al mismo tiempo, ha sido incapaz de enfrentarse con la corrupción: en lugar de poner en manos de la justicia a personas cuya implicación en procedimientos corruptos era evidente, en lugar de haberlas mandado a casa a las primeras de cambio, ha estimado que había que aprobar más leyes, como si las existentes fuesen insuficientes para tomar medidas («Se fuerte, Luis, mañana te llamaré»). Eso le ha costado millones de votos. Pero esa prepotencia, tan inútil, se ha manifestado con fuerza en otros ámbitos: en educación, con ese ministro amable y querido que se llamaba Wert; con el Tribunal Constitucional, convertido en una especie de Ejecutivo; con la nueva normativa que afecta al papel de los enfermeros (¡publicada después de las elecciones!), con el tema de Cataluña... En fin, el PP ha gobernado haciendo amigos. Eso es la vieja, viejísima política, obsesionada con un patriotismo rancio que compaginaba sin problemas la defensa de la unidad de España con el consentimiento de una corrupción desbocada. Y ahí, me temo, encajan bien amplios sectores del PSOE al mando de esa monarca andaluza, de canto revenido y dispuesta siempre a mover la silla del amigo Sánchez. No parecen haberse enterado demasiado: piensan que con cambiar de líder sin cambiar de política es suficiente. Como señalara Wittgenstein, lo que es más importante permanece oculto debido a su simplicidad y familiaridad. Esa línea roja que se han marcado, la sagrada unidad patria que no parece preocupar tanto en otras sociedades modernas, es la que les va a generar todavía muchos más problemas y les va a restar votos en el futuro.
Porque lo que han dicho las urnas, visto lo visto con Podemos, el partido triunfador de estas elecciones, es más que evidente para quien lo quiera ver. La gente está aburrida y cansada de la vieja política: quiere caras nuevas. Quiere, también, mensajes distintos, mensajes que no sean tan rígidos, temerosos y cerrados. Los partidos de la vieja política, en la que Ciudadanos encaja tan bien, lo tienen crudo si no lo ven. Estas próximas semanas, en las que la aplicación de la máxima ignaciana va a dejar al descubierto la incapacidad de articular políticas un poco diferentes y se va a limitar a procurar una entente PP-PSOE-Ciudadanos tendrá como consecuencia que el papel de los socialistas se desdibuje aún más, y que la derecha continúe aferrada a una manera de hacer política que a medio plazo tendrá un único beneficiario: Podemos.
Porque Podemos es la gran triunfadora. En España y en Euskadi. Aquí ha machacado a la izquierda patriótica, entretenida en afrontar problemas que solo preocupan a ellos y ha sido capaz de vencer hasta en el territorio histórico más nacionalista. De forma hábil ha sabido triunfar difundiendo un programa diferente, nuevo, fresco, aunque para ello haya tenido que moldear y retorcer principios centrales y algunos de los cimientos básicos de su ideología original sin despeinarse. Maestros de la ciaboga. Si Podemos es capaz de continuar haciéndolo, procurando no caer en decisiones tan antidemocráticas como las que vimos en Euskadi (eso tampoco se olvida) veremos a Pablo Iglesias estrenando los mandos de una locomotora del AVE, y tomando unas pastitas de chocolate con Merkel. Tiempo al tiempo, ahí está el amigo Tsipras. Lo sucedido es indicativo de que la gente está cansada de políticos y políticas anquilosadas, aburridas, miedosas y caducas. Eso es lo verdaderamente relevante de estas elecciones. Incluir en el programa la posibilidad de que la gente manifieste su opinión sobre su vinculación con España mediante consultas libres ha permitido a Podemos hacerse con centenares de miles de votos. Los votantes no están atados por esos miedos seculares que atenazan de forma tan brutal a los viejos políticos, y reclaman cambios. Simplemente, no aceptan esa forma oxidada de ver las cosas y huyen de lo rancio, representado de forma tan fiel en el attrezzo real de fin de año. Un gobierno de coalición basado en esos miedos es garantía de que en la siguiente ocasión los deseos de cambio se manifiesten aún con más fuerza. Es asombroso que tampoco quieran ver esto.
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