El abandono del terrorismo por parte de ETA dejó insatisfechos a algunos sectores de su entorno que hubieran preferido la continuidad de la violencia. También hubo algunos insatisfechos entre los presos, pero la mayoría de ellos se resignó ante la decisión anunciada en octubre de ... 2011 y la asumió sin crear mayores problemas.
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En la calle, algunos de esos sectores descontentos, alentados por antiguos presos, han tratado de organizarse en torno a nuevas siglas cuya principal actividad es tratar de expandirse entre las bases de la izquierda abertzale oficial y levantar algunas banderas, como la amnistía, que creen que Sortu o la propia ETA han olvidado. Los esfuerzos por mantener bajo control a estos sectores disidentes no han funcionado, a pesar de las admoniciones privadas y publicas hechas por ETA que declaró que las acciones de esta facción crítica son «muy perjudiciales». Los disidentes, sin embargo, están muy lejos de poner en riesgo la mayoría que se alinea detrás de la estrategia oficial. Han conseguido cierta presencia en algunas comarcas del País Vasco y Navarra, pero no son capaces de movilizar más allá de unos pocos centenares de simpatizantes. Allá donde más fuerte es el aparato de la izquierda abertzale, menos presencia tienen los críticos.
Enraizados en ese tronco de la disidencia están los que este fin de semana quemaron ocho autobuses en Derio. Por el modus operandi son los mismos que en agosto de 2014 quemaron cinco vehículos similares en Loiu y otros tres en Bilbao en septiembre siguiente. En enero pasado quemaron también una máquina de Adif en Alonsotegi. Al asumir estos ataques invocaron la necesidad de acudir a «modos de lucha severos» porque los Estados no atienden a razones, sino a costes y beneficios. «Conseguiremos la libertad cuando a los opresores les salga más caro la imposición que la paz», decían en un comunicado del 28 de septiembre del pasado año.
Las razones alegadas por los incendiarios son parecidas a las empleadas tradicionalmente por ETA para justificar su terrorismo. Se trataba de hacerle pagar al Estado un precio inasumible que le obligara a negociar, primero, y a ceder ante las reclamaciones de la banda después. Es obvio que la severidad de los métodos de ETA era infinitamente superior a la que pueden conseguir los que andan trasteando con garrafas de gasolina. Y los costes de todo tipo provocados por la banda terrorista superan sin discusión el daño económico que puedan provocar los pirómanos del fin de semana aunque metieran horas extras los días laborables.
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A pesar de emplear toda la severidad que pudo y de los cuantiosos daños causados durante décadas, ETA tuvo que reconocer su incapacidad para vencer al Estado y tuvo que dejar la violencia. Si se pararan a pensar diez minutos, los autores de los ataques contra los autobuses se darían cuenta de que lo que no consiguió la banda terrorista con medios sofisticados, no lo van a conseguir ellos con unos petardos de feria.
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