En Euskadi hay una fuerza política que históricamente no vio bien, salvo excepción, ir a Madrid a hacer política. Digo salvo excepción, pues en las ... elecciones de octubre de 1989 se impuso la tesis de sí hacerlo, tesis desgraciada y brutalmente ahogada en sangre un 20-N, noche anterior a la sesión de investidura, cuando dos pistoleros asesinaron a Josu Muguruza y causaron gravísimas heridas a Iñaki Esnaola mientras cenaban. Pero en general se consideraba que el PNV cometía pecado por acudir a la Villa y Corte. Lo suyo era argumentar el no ir y manifestar que «no tiene mucho sentido defender la participación en unos comicios en los que se elige a los máximos representantes del marco político español. La coherencia exige cortar con las elecciones españolas y cerrar el paso a la intromisión del Estado en el proceso democrático vasco». Participar pues en las elecciones generales era hacer el juego al españolismo, poner en valor a la España constitucional, apoltronarse y abdicar, validar las leyes españolas, etc. Mientras, ellos eran coherencia y esperanza para el buen futuro vasco.
Años más tarde decidieron, en una mezcla de cordura y habilidad, conveniencia y convicción, la asunción práctica de la legalidad vigente y de los principios de la política. Y así los detractores de leyes españolas las comenzaron a acatar, incluida la ley de Partidos y la de banderas y el cupo, etc. Empaquetaron su hasta entonces supuesta coherencia y asumieron el celofán justificativo del imperativo legal. Demasiados años más tarde descubrieron que la CAPV-Nafarroa-Iparralde maneja sus propios ritmos, que en Madrid es importante estar para defender los intereses vascos, que se puede influir en la composición del nuevo Gobierno central y quizás hasta en la arquitectura del Estado, así como poder trabajar una oportunidad para una nueva fase política en Euskadi con respecto a España propiciando nuevos escenarios. Vieron la posibilidad para desatascar el proceso de paz, presos y desarmes. Ayer no, hoy sí, lo sospechoso pasaba a ser necesario e incuestionable.
Siendo de sabios rectificar, ello no implica que el mundo deba pararse y arrancar a su ritmo. Quienes en su bucle del pasado repartían avales teorizan ahora sobre oportunidades históricas, antes no, ahora sí, prestos a colaborar con izquierdas españolas para el cambio político en España. ¿Legítimo? Sí. Como su propuesta de una ley de Consulta (¿hemeroteca?) o la actualización de los derechos históricos. ¿Pero no eran antiguallas? Antes no, ahora sí, otros no, ellos sí. Y por cierto, eso de sumar fuerzas en defensa del derecho a decidir que como pueblo nos corresponde, ¿en qué ha consistido la tan cacareada colaboración y sinergia para defenderlo conjuntamente acumulando fuerzas para el desarrollo íntegro del Estatuto, pacto político entre vascos diferentes, allá donde había que defenderlo con uñas y dientes? Pero no, en su día estimaron que no servía, lo menospreciaron y boicotearon. Rectificar es de sabios, sí. Hablando de rectificar, por último pero muy importante: ¿algo que manifestar respecto a la inmoral percepción condescendiente, justificativa y benévola sobre la mal llamada lucha armada ya felizmente finiquitada? La asignatura pendiente al respecto se llama autocrítica, y hay que decirlo: matar nunca estuvo bien, siempre estuvo mal y no puede ser que cueste tanto afirmar un previo tan elemental en democracia, piedra angular para construir la convivencia. La no asunción crítica del pasado implica ser difícil compañero de viaje.
Euskadi se hace día a día, pies en el suelo, corazón caliente, mirada larga y cabeza fría. Tras una legislatura cero para los intereses vascos bajo la mayoría de un PP al volante de su apisonadora, nos veremos próximamente ante la opción de revalidar el reforzamiento de Euskadi de la mano del nacionalismo eficaz en clave estrictamente vasca, grupo vasco que lleva generando autogobierno cada legislatura, desde la centralidad, respondiendo a intereses exclusivamente vascos, construyendo nación vasca y tejiendo sin pausas la Euskadi autogobernada. Cuando la globalización deshilacha caducas soberanías estatales, las ideas claras: los vascos tenemos derecho a dibujar nuestro estatus político, negociando, pactando y acordando la bilateralidad cual nación que somos. Diálogo y pacto. La historia es terca.
Hora de la negociación para pactar la actualización de los derechos históricos que se contemplan y amparan en la disposición adicional de la Constitución («la Constitución ampara y respeta los derechos históricos de los territorios forales») y única del Estatuto («la aceptación del régimen de autonomía que se establece en este Estatuto no implica la renuncia del pueblo vasco a los derechos que como tal le hubieran podido corresponder en virtud de su historia, que podrán ser actualizados»). Hora del diálogo para acordar, hora de la política en toda su dimensión en unas elecciones en las que el autogobierno vasco se juega mucho. Unas elecciones en las que Euskadi necesitará de la máxima cohesión en la defensa de sus intereses, en los que el Concierto Económico es clave de bóveda y piedra angular del autogobierno. Porque al tratar sobre el Concierto vasco o el Convenio navarro de lo que hablamos realmente es de política con mayúsculas.
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