Espejo portugués
Las incógnitas sobre el 20-D se reducen a si Pedro Sánchez acaba por delante de Albert Rivera o lo contrario, obligando a Mariano Rajoy a una remontada heroica
Kepa Aulestia
Sábado, 24 de octubre 2015, 02:18
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Kepa Aulestia
Sábado, 24 de octubre 2015, 02:18
El presidente de la República portuguesa, Aníbal Cavaco Silva, ha encargado la formación de Gobierno a Pedro Passos Coelho, frente a la alianza pergeñada entre socialistas, comunistas y el Bloco de Esquerda. Los argumentos empleados por Cavaco Silva para dar la iniciativa a la coalición ... de centro-derecha, que obtuvo 107 escaños, rehusando tener en cuenta la suma de 122 diputados de las opciones de izquierda, no son nada inocentes. Interpelan directamente al partido socialista al recordar que votó junto al centro-derecha (PSD y CDS) a favor del Mecanismo Europeo de Estabilidad. Y advierten de que Portugal no puede ser gobernada -refiriéndose al PC más que a Bloco- por formaciones opuestas a la Unión.
Esta semana en España se han dado dos anuncios que parecen haberse mirado en el espejo de las intenciones de Cavaco Silva. Por un lado, Mariano Rajoy ha querido puntualizar que él solo seguirá siendo presidente si el PP obtiene el primer puesto en las generales del 20 de diciembre, descolgándose de cualquier otra componenda que, por otra parte, resulta inverosímil. Por el suyo, Pedro Sánchez se ha desdicho de sus promesas para fijar en el 10% su propuesta de IVA cultural, a no ser que la Unión Europea permita su rebaja.
El espejo portugués viene a realzar la preeminencia del partido o coalición que obtenga la victoria en las legislativas a la hora de formar gobierno, y a advertir de que tal ventaja solo puede verse superada por una alianza comprometida con la UE y atenta a las indicaciones de Bruselas y Frankfurt. Mariano Rajoy ha admitido que no tiene otros mimbres para soñar con su continuidad en La Moncloa que los que ofrezcan los votantes del PP y, a la vez, ha aceptado que de la mayoría absoluta a la oposición dista un paso en caída.
La insistencia de Pedro Sánchez y los suyos en que su objetivo es ganar el 20-D no puede ocultar que de acabar segundos los socialistas no tendrían otra opción -ni política ni aritmética- que la de aliarse con Ciudadanos, contando si acaso con aquellas opciones nacionalistas que se adhieran intermitentemente a la causa del cambio. Sin más rodeos, el espejo portugués establece que Podemos tendría las mismas opciones de formar parte de una alianza de gobierno que de situar a Pablo Iglesias en La Moncloa por acercarse a la mayoría absoluta. O gana de calle o va directamente a la oposición.
Es lo que tiene la prolongación al límite de la legislatura. Las previsiones demoscópicas y el posicionamiento deseado u obligado de las distintas formaciones van reduciendo el número de incógnitas a despejar en las urnas. Hasta tal punto que, cruzando esas variables, hoy solo dos formaciones podrían aspirar a gobernar en minoría a partir del 20-D: PSOE y Ciudadanos, y no necesariamente en ese orden. Ambos partidos aparecen condenados a entenderse mutuamente, a que sus respectivos votantes asuman como algo positivo ese entendimiento y a que el resto de la opinión pública lo admita como algo natural. Una situación desconcertante que pone a prueba eso que se ha dado en llamar estrategia electoral. Los siempre discutibles ardides para obtener ventaja respecto a los adversarios inmediatos se vuelven humo cuando aparecen las primeras prescripciones sobre un acuerdo inevitable entre dos que han de jugarse quién se pone por delante.
A Mariano Rajoy le ocurre algo parecido a lo que le pasa a Pablo Iglesias. Tendría que obtener mayor ventaja que Passos Coelho en la Asamblea portuguesa -en escaños del Congreso español, muy por encima de 130 parlamentarios sobre 350- para disuadir a Ciudadanos de sumarse e incluso de encabezar una alternativa de gobierno. De lo contrario iría directamente a la oposición, siempre y cuando esa alternativa no se venga atrás respecto a la reforma del artículo 135 de la Constitución, pactada por el anterior presidente, Rodríguez Zapatero, con el actual. Rajoy puede sentirse satisfecho de la aprobación de los Presupuestos Generales para 2016, también esta semana, porque obliga a quien pudiera sucederle a cuadrar el déficit -con un ajuste de 7.000 millones de euros- como señal de compromiso hacia la UE. Volveríamos a un Gobierno que se inauguraría con reproches hacia el anterior.
Mientras tanto, Rajoy emula por momentos la pose del presidente de la República de Portugal, Cavaco Silva, advirtiendo a los ciudadanos de que podrían truncar el proceso de recuperación económica y de empleo si se dejan llevar por sus instintos más primarios y votan a otros. Mientras tanto, las demás opciones que concurren a los comicios del 20-D coinciden en un punto crucial: es necesario acabar con el gobierno del PP. El último pleno de control en el Congreso demostró que ya no hay dudas al respecto. Todos los portavoces de la oposición -es decir, todos menos el del PP- se mostraron en la despedida más implacables en sus críticas que durante la legislatura. A tenor de lo que ocurrió el miércoles, ningún grupo parlamentario está especulando con la posibilidad de que Rajoy continúe en su sitio.
Claro que el todos contra Rajoy concede al presidente una ventaja de salida. Si a pesar de ello consigue situar al PP como primera fuerza le habrá valido la pena, aunque sus correligionarios se apresten inmediatamente a saldar cuentas a la búsqueda de un liderazgo alternativo. Pena para Rajoy que lo nuestro sea una monarquía parlamentaria y no pueda acceder a la posición que ocupa Cavaco Silva ni beneficiarse de ella. Es lo que confiere a la liza electoral su carácter despiadado.
Todos cuentan con recursos ajenos para salvarse menos Rajoy. A Rajoy no le socorrerán ni sus homólogos europeos, que esta semana le dieron «¡vivas!» en Madrid. Los socios de la Unión forman parte de un mercado libre. Solo se espera que surja alguien mejor en tanto que más solvente. En Portugal no ha asomado otro que Passos Coelho. En España la subasta se limita a Sánchez y Rivera. A no ser que Rajoy se venga tan arriba que exija una prima europea.
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