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José Mari Reviriego
Miércoles, 14 de octubre 2015, 10:50
Arantza Quiroga Cía (Irún, 1973) ha concluido de forma abrupta su ciclo al frente del PP vasco, salpicado por una agitación interna que no ha cesado desde que fue ratificada en el cargo, en el convulso congreso del Kursaal de marzo de 2014. La dirigente ... guipuzcoana, cuestionada periódicamente por su forma de ejercer el liderazgo y los problemas para marcar un rumbo, ha puesto fin a una etapa en la presidencia, heredada de Antonio Basagoiti, en la que ha sufrido los sinsabores de la política y de los pulsos internos. Pero no siempre fue así. Antes del cónclave del Kursaal, en el que escenificó el relevo de Iñaki Oyarzábal en la secretaria general contra viento y marea, Quiroga parecía llamada a liderar el partido sin sobresaltos. A ser la nueva referente de los populares vascos en el conjunto de España. Un valor en alza. A la chita callando, siempre había resultado triunfante de todos los duelos en los que se vio colocada.
Nunca se postuló con claridad para las importantes responsabilidades que asumió en la etapa de Basagoiti, pero acostumbraba a saldar con victorias los envites. En realidad, era la preferida de Basagoiti, que había apostado por ella «históricamente». Otra cosa es lo qua pueda pensar hoy el expresidente desde el lejano México. Pero lo cierto es que Quiroga ostentó la presidencia del Parlamento vasco ejercido durante la pasada legislatura, con el PSE al frente del Gobierno autónomicoy se convirtió después en la portavoz del partido y del grupo parlamentario, en una época marcada por el final de ETA y el regreso de la izquierda abertzale a la Cámara de Vitoria.
Basagoiti lo intentó desde el «minuto uno», en el mismo arranque de su liderazgo. El político de Bilbao se decidió a dar un paso al frente para tomar las riendas del PP vasco a raíz de la abrupta salida de María San Gil, en el verano de 2008. Con los lógicos nervios, se hizo con el control con más problemas de los previstos. Lo primero fue nombrar un número dos de su entera confianza. Tras meditar la posibilidad de designar al presidente del partido en Bizkaia, Antón Damborenea, algo difícil de prosperar por el excesivo peso vizcaíno en los complicados equilibrios internos, pensó en Arantza Quiroga, que era su auténtica «tapada».
Apadrinada por José Eugenio Azpiroz, Quiroga se inició en política a los 21 años en las listas del PP en su pueblo. Sus padres se «sorprendieron». Él, calderero de profesión, llegó a la localidad guipuzcoana de chaval procedente de Valladolid, en los tiempos de auge industrial del País Vasco. Ella viene de un caserío de Andoain, enraizado en un ambiente familiar nacionalista y euskaldun.
Gran salto en política
Con este bagaje, Basagoiti la señaló como secretaria general, lo que era su gran salto en política. Sin embargo, el alavés Alfonso Alonso le impuso en el cargo a Iñaki Oyarzábal, lo que le desbarató una jugada que llevaba con sigilo. Lo curioso de la carambola es que el sector vizcaíno de Damborenea, principal baluarte después de Quiroga, respaldó a Oyarzábal, que enseguida congenió con Basagoiti en una relación política cómplice y sin fisuras.
Las vueltas que da la política volvieron a escenificarse tras las elecciones de 2009, en cuanto Basagoiti tuvo en su mano una elección de entidad. Gracias al pacto con el PSE que aupó a Patxi López a la Lehendakaritza, el PP se garantizó el derecho a elegir la presidencia del Parlamento. El líder de los populares puso en práctica la táctica del despiste al especular hasta el final con el nombre de Quiroga y el de la parlamentaria alavesa Laura Garrido para el puesto. Incluso, se destacó el perfil euskaldun de Garrido para elevar la intriga.
Basagoiti no lo dudó, aunque no soltó prenda hasta la víspera. Eligió a la política de Irún, a pesar de que, pocos días antes, había acaparado la atención por unas controvertidas declaraciones sobre el preservativo. Quiroga descubrió parte de su faceta más íntima al defender las tesis del Vaticano más contrarias al uso del condón; mostrar sus simpatías por la labor del Opus Dei, al menos en la educación «no soy miembro jurídico», alegó; y confesar sus profundas convicciones religiosas.
Persona "auténtica"
«No estoy de acuerdo contigo, pero me gusta la gente que dice lo que piensa», le confesó Basagoiti, consciente de que sus declaraciones habían «molestado» a los sectores más renovadores del PP. El presidente apostó por ella como presidenta del Parlamento y alegó que Quiroga era una persona «auténtica» que sabe no mezclar sus creencias con el ejercicio del cargo público.
Casada con Álvaro Arrieta, directivo de una empresa organizadora de eventos deportivos, no rehúye las cuestiones más delicadas, especialmente las que hacen referencia a sus creencias. Un año después de acceder al cargo en la Cámara, participó en una cumbre católica en Bilbao en la que defendió compaginar política y religión , aunque fuera «incorrecto» decirlo y hacerlo: «Me miran con lupa. Ahora me llaman «ultra» y «neo». Me da igual. No me juzgarán esas personas. Me juzgará Dios. Lo que me importa es perder el alma», confesó. Desde entonces no se le conocen más pronunciamientos públicos de esa naturaleza. Tampoco como presidenta del PP vasco, aunque nunca ha ocultado su rechazo a la reforma de la ley del aborto y se ha mostrado partidaria de conceder peso a la religión en la enseñanza.
No le suele temblar la voz. De modales finos, mirada penetrante y cierta frialdad en sus reacciones, Arantza Quiroga asumió que su ascenso en la política podía ser interpretado como un giro conservador en el PP. Nunca renegó del ideario renovador de Basagoiti, aunque no se la conocen pronunciamientos rompedores en ese sentido. El de mayor calado ha sido precisamente el que ha terminado con su carrera política. Pero no por el fondo de su ponencia de paz la incorporación de EH Bildu al debate parlamentario, sino por la forma en la que ha intentado articular la maniobra. Sin el consenso suficiente dentro de su partido ni la maduración necesaria.
Pugna con Sémper
Basagoiti también apostó por ella cuando le tocó renovar la portavocía del partido. Esta vez, la pugna se produjo con el líder del PP en Gipuzkoa, Borja Sémper, siempre damnificado en sus duelos con Quiroga. Sémper ya venía algo trasquilado de las elecciones autonómicas de 2012. Redactó la ponencia política, pero fue el número dos de la candidatura de su territorio, por detrás de su compañera de filas, cabeza de lista.
El presidente de los populares vascos tampoco dudó a la hora de nombrar portavoz del PP. Volvió a nominar a Quiroga, embarazada entonces del que ha sido su quinto hijo, de nombre, Jesús. Apenas catorce días después de dar a luz, se reincorporó a sus tareas parlamentarias. No poco a poco, sino a pleno rendimiento, en un momento en el que el partido sabía que se estaba cociendo la sucesión.
Discreta y sin hacer ruido, llegó bien situada a la recta final. De alguna forma, Basagoiti evidenció con su elección como sucesora que su corazón comulgaba con los valores conservadores que encarna Quiroga, pese a que su cabeza política se decantase en su mandato hacia la renovación y la apertura. La nueva presidenta era de sonrisa fácil. Al parecer, Oyarzábal, con quien estaba llamada a formar tándem, sabía cómo «escandalizarla». Hasta que el escándalo fue político, tras confirmar su propósito de sustituirle en el cargo. Entonces aparecieron sus penurias y su luz comenzó a apagarse. Hasta ayer.
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