La equivocación

Había trazado la raya de la dignidad mucho más arriba del lugar que le correspondía. Me hizo recapacitar la reacción entusiasta de los dirigentes de Bildu a la ponencia de Arantza Quiroga

Pello Salaburu

Miércoles, 14 de octubre 2015, 20:25

En la ceremonia de despedida del escultor Néstor Basterretxea que se celebró en la iglesia desacralizada de Zorroaga en San Sebastián en julio de 2014 coincidí con Arantza Quiroga. Estábamos en la parte trasera, junto a la pared, y en un momento determinado me volví ... hacia ella y le hice un comentario en voz baja: «¡Menudo lío tenéis en el partido!». No era, quizás, un saludo adecuado, ni en aquel momento ni en ningún otro, pero lo cierto es que siempre he asociado la figura de esa mujer, con acierto o no, a problemas internos en la formación política. «Pues ya ves, alguien se tiene que hacer cargo en momentos problemáticos y decidí hacerlo». O algo así me contestó mientras su mano cogía la solapa de mi chaqueta. En aquel instante me dio la impresión de que esa obligación, tan sacrificada como íntima, de hacerse cargo de la formación no conciliaba con la difusa idea que tenía yo de una mujer joven, madre de cinco hijos, que abandona de forma súbita su baja por maternidad, deja al recién nacido en la cuna y se presenta corriendo, aquí estoy, en cuanto Antonio Basagoiti anuncia su decisión de marcharse a México.

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Supongo que en la vida interna de los partidos hay muchas cosas que no trascienden al público. Pero me llamó la atención la energía de esta mujer en sacudirse de encima la influencia del sector del partido que, aun perdiendo efectivos a marchas forzadas, mejor venía funcionando o que, al menos, más votos conseguía. Me refiero al grupo de Vitoria, que asistió de forma incrédula al descabalgamiento no explicado y poco piadoso de Iñaki Oyarzabal, quien fue luego fichado junto con Maroto y Alonso en el centro de decisión nacional del partido en Madrid. En apariencia, no parece que desde allí hayan librado contra Quiroga la guerra que su posición y su nuevo poderío artillero les permitía. No, al menos, en público. Tampoco era cuestión de ofrecer imagen de desunión y follón interno en horas más que problemáticas para un PP que no entiende que los ciudadanos le den la espalda. Aunque es evidente que lo sucedido en San Sebastián tenía que tener, tarde o temprano, consecuencias.

Quiroga ha mantenido, no se podía esperar otra cosa, una posición conservadora en lo ideológico y una práctica que casaba bien con lo que exige una formación muy de derechas, pero también ha sabido ser discreta en su ámbito personal, en lo que respecta a su familia y en sus creencias religiosas. Difícilmente se le puede reprochar nada en ese ámbito. El PP vasco, aunque ha perdido mucho apoyo en estos años, representa a un sector importante de la sociedad, y Arantxa Quiroga encajaba bien ahí. Ha estado siempre apoyada por algunas de las asociaciones más politizadas de las víctimas del terrorismo y si quitamos esos episodios puntuales de ejercicio de poder y mando (amigos, enemigos y compañeros de partido), Quiroga es una persona que encaja bien con el ideario del PP, a quien prestaba incluso una imagen de persona moderna, como muy del siglo XXI, alejada de la compostura ajada que tanto éxito tiene entre algunos políticos. Así era hasta hace una semana.

Cuando presentó en el Parlamento vasco su ponencia sobre Libertad y Convivencia nos sorprendió a todos. A algunos, entre otros a mí, nos pilló con las defensas bajas. Es cierto que uno está cansado de tantos planes espurios de paz que se ponen en la mesa para hacer posible que suceda lo que sucede en la actualidad, que es vivir en paz. Algunos pensamos que en esto de la convivencia, si queremos creernos que, en efecto, quienes veían las cosas de una forma hoy las ven de otra muy distinta, hay sistemas que entiende todo hijo de vecino a la primera sin necesidad de hacer un cursillo. Basta con que lo digan. Que lo digan de forma clara, de modo que hasta a los más duros de mollera les podamos entender, y que no recurran de forma retórica a condenas genéricas de todas las violencias, todos somos buenos y cosas así. Que pidan a esa ETA a la que siempre han apoyado que es hora de que se disuelva. Y, si no quieren decirlo, que no lo digan, pero que nadie intente convencernos de súbitos y farisaicos arrepentimientos. Eso es lo que algunos -aun estando en las antípodas del PP- siempre hemos pensado, algunos lo hemos dicho además, y también lo ha pensado y dicho siempre el PP. De modo que cuando vi el papelito de Arantxa pensé que igual tenía que confesar mi equivocación, ya que ella no confesaba la suya: cada vez somos menos y ahora está claro que no estoy donde se supone que debiera. Había trazado la raya de la dignidad, iluso de mí, mucho más arriba del lugar que le correspondía. Pensé que definitivamente estaba en las nubes mientras el mundo está en rebajas. Me hizo recapacitar, claro, la reacción entusiasta de los dirigentes de Bildu: «¿No veis cómo teníamos razón? Otra más para el zurrón». Me hizo recapacitar y sospechar de que a lo mejor yo no estaba tan en las nubes. También el PNV reaccionó pero tampoco le era fácil decir algo distinto a lo que dijo.

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El caso es que esa rebaja le ha costado el puesto. Primero la propuesta vehemente, después la no menos vehemente desautorización de Madrid, luego su sigilosa y sorprendente desaparición y al fin la dimisión. Es lo que tienen los planes de paz. Que no nos dejan en paz.

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