El PP vasco y el fin del inmovilismo
El inesperado giro del PP de Euskadi, proponiendo una actualización inclusiva de la ponencia de paz, ha pillado con el pie cambiado a los demás actores vascos
Pedro José Chacón
Martes, 6 de octubre 2015, 19:49
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Pedro José Chacón
Martes, 6 de octubre 2015, 19:49
Es evidente que para la izquierda abertzale la paz, solo la paz, ni más ni menos que la paz, no es en absoluto suficiente. Ellos quieren otra cosa más cuando la invocan, lo mismo que antes cuando invocaban la guerra: ellos quieren -como anunciaban en ... la manifestación del pasado sábado y en las declaraciones que la antecedieron y siguieron- la paz para decidir. Y cuando los nacionalistas hablan de decidir ya sabemos a lo que se están refiriendo.
Por eso ha sorprendido tanto que Arantza Quiroga, desde el PP vasco, haya tomado esta vez en consideración las palabras de Hasier Arraiz a favor de la paz. Palabras que empezaron en el pleno del Parlamento vasco del pasado 24 de septiembre, el mismo en el que el lehendakari Urkullu soltó aquello de la nación foral. Arraiz, al comienzo de su intervención, empezó comentando la sequía de leyes de esta legislatura, al tiempo que la fertilidad de los parlamentarios, empezando por su caso mismo, cuando nos anunció que pronto iba a ser padre de dos niñas. De ahí el líder de Sortu pasó a la necesidad de legar a las generaciones venideras un país sin violencia por primera vez en 175 años: periodo en el que, por cierto, haciendo cuentas, nos remontaríamos solo hasta 1840, lo cual dejaría fuera la primera guerra carlista, verdadera madre del cordero de toda la historia foral de este país.
Quizás ese discurso de próxima paternidad llegó a sensibilizar a Arantza Quiroga sobre algún cambio verdaderamente real en las intenciones de Arraiz. Cambio que, no obstante, ningún otro grupo parlamentario descubrió entonces ni luego. De hecho, la propuesta pacificadora de Arraiz fue rápidamente criticada como electoralista por el portavoz del Gobierno vasco, Josu Erkoreka, y el artículo que escribió para poner de largo su ofrecimiento ha recibido, hasta ahora, dos réplicas a cual más demoledora, una del delegado del Gobierno -que también es del PP- y otra de un histórico socialista como Josu Montalbán. Nadie, aparte de Arantza Quiroga, ha percibido sinceridad o novedad en las palabras de Arraiz. ¿Hasta dónde podemos hablar de electoralismo, oportunismo o sinceridad en todos -y subrayo lo de todos- los actores del escenario político vasco?
Empezando por el PNV, tachar de electoralista una declaración abertzale contra la violencia y a favor de la paz es como lo que le dijo la sartén al cazo. Una actitud que, con respecto a la independencia, la ha tenido el PNV ante todas las convocatorias electorales. Acordémonos de aquel debate televisivo en el que un Basagoiti en su última campaña electoral se desgañitaba pidiéndole a un impertérrito Urkullu que dijera si era independencia lo que quería para Euskadi, sin obtener jamás prenda del entonces candidato a lehendakari. El PNV, tras colocarse en el medio durante toda la etapa terrorista, sin haber tenido que reconocerse, salvo en casos puntuales, como víctima ni como verdugo, y tras haber estado toda esta legislatura compartiendo ponencia con EH-Bildu sin exigirle aceptar el suelo ético, se permite marcar los tiempos de la política sobre las víctimas, decidiendo ahora que la legislatura ya está amortizada y que no cabe esperar nada del Gobierno central hasta pasado el 20-D.
Y si del PSE se trata, ahora que está tranquilo ocupando poder gracias a su pacto post-electoral con el PNV tras las forales y municipales, y después de haber creado el Instituto de la Memoria, heredado luego por el PNV -y que ambos están a punto de inaugurar solemnemente, marcando así la centralidad vasca respecto de la política de víctimas-, ir a hablarle de cambios en esa situación privilegiada le debe saber, cuando menos, a cuerno quemado.
En este escenario vasco de ver quién es más pacifista, más sincero o más oportunista solo nos quedan EH-Bildu y el PP vasco. El primero está en su política de defensa de la paz; una paz como ariete contra sus adversarios políticos, a los que llega a tachar de enemigos de la misma y de defensores de la violencia; una paz que quiere recordar a todas las víctimas mientras pide la salida de Euskadi de los guardias civiles supervivientes del terrorismo. Ante este panorama, creer en la sinceridad de la nueva actitud de Hasier Arraiz requiere fuertes dosis de pragmatismo y de voluntarismo. Cualquiera que fuera la situación actual del PP en Euskadi, nunca podría apelar a aquello de de perdidos al río, nunca se podría permitir semejante debilidad: aun en la peor de las minoridades políticas, tendría que responder siempre de la marca nacional, arrostrando con los errores del partido matriz cuando está en el Gobierno y sacando, en cambio, muy pocos réditos de sus aciertos.
Pero esa misma condición sucursalista innata tiene una virtualidad inexplorada que sale a relucir en una coyuntura tan decisiva como la actual. Porque en realidad, ante el cinismo legendario de la izquierda abertzale, lo único que podemos sacar en claro del inesperado giro del PP vasco, proponiendo una actualización inclusiva de la ponencia de paz, solo cabe verlo en clave nacional española: la ruptura del llamado inmovilismo que ha marcado toda la legislatura del PP de Rajoy. Un inmovilismo que ha condicionado y maniatado la política del Gobierno central en Cataluña desde la Diada del 2012 y que le ha reportado sus pésimos resultados del pasado 27-S. Y ya, solo por eso, la propuesta del PP vasco entra en otra dimensión, aparte de que es evidente que ha pillado con el pie cambiado a los demás actores vascos. Y es, sobre todo, porque en el ámbito nacional se va a poder hablar desde ahora de un principio de cambio en la política del partido de Rajoy en el más descuidado de sus frentes, el de los nacionalismos, y que busca dejar atrás el inmovilismo.
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