ERRORES QUE HACEN CAMINO
Hay muchos catalanes perdidos para la causa de sentirse integrados en España. Solo la biología podrá solucionarlo... si a partir de ahora se hacen las cosas bien
Alberto López Basaguren
Sábado, 3 de octubre 2015, 20:31
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Alberto López Basaguren
Sábado, 3 de octubre 2015, 20:31
Las elecciones catalanas han confirmado lo que ya sabíamos: la extraordinaria fuerza del independentismo y, al mismo tiempo, sus límites cualitativos. Un independentismo que ha crecido de forma exponencial en los últimos cinco años, con una impresionante capacidad de movilización, pero que, al menos de ... momento, no es capaz de arrastrar a una mayoría del electorado catalán y da muestras de haber tocado techo. Junts pel Sí y CUP alcanzan casi a la mitad de quienes fueron a votar, con una participación muy alta, en perspectiva histórica; pero no alcanzan a superar la línea divisoria de la mitad de los votantes. El independentismo aguanta mal el incremento de la participación: parece que su mayoría solo se podrá asentar en la abstención del electorado con tendencia a la desmovilización. Habrá que ver qué fotografía política de Cataluña muestran las próximas elecciones generales.
Los procesos de Quebec y Escocia han puesto de manifiesto que ni tan siquiera una victoria del sí en un referéndum ad hoc sobre la independencia, si es por escasa diferencia, es bagaje suficiente para afrontar, con mínimas posibilidades de éxito, la procelosa singladura hacia la independencia. Mucho menos si no se tiene esa mayoría.
Pero el independentismo catalán ha logrado poner otro mojón en el camino, aguantando sin retroceder. En estos cinco años, desde la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut y, sobre todo, desde la primera gran demostración de su capacidad movilizadora (Diada de 2012), el independentismo ha tenido el terreno despejado en su labor. Y lo ha aprovechado muy bien.
El Gobierno español, su partido y, por extensión, en mayor o menor medida, el conjunto del sistema político, se atrincheraron en la legalidad: si la pretensión de realizar un referéndum y, aún más, de alcanzar la independencia eran ilegales no había nada más que hablar. No era necesario tratar de resolver los problemas del sistema autonómico (como la financiación y la distribución de competencias), determinantes en el discurso descalificador del nacionalismo y trampolín de su justificación de la independencia. Ni era necesario plantear un proyecto alternativo, que mostrase a quienes compartían la crítica del sistema autonómico, por insuficiente o por imperfecto, que se trataba, en serio, de resolver los problemas planteados, sin que significase, necesariamente, plegarse a las pretensiones nacionalistas.
Se renunciaba a la iniciativa política. Pero optar por el inmovilismo injustificado y por la parálisis política tiene, en democracia, efectos letales para quien los practica. Como dijo el Tribunal Supremo de Canadá en el dictamen sobre la secesión de Quebec, una democracia que funcione requiere un continuo proceso de debate, del que resultará la mayor o menor vitalidad de la legitimidad social de la legalidad. Y en Cataluña, la legitimidad social de la legalidad española está seriamente herida.
Alistair Darling, líder de Better Together (mejor juntos), que agrupó a las fuerzas que defendieron el voto negativo en el referéndum escocés, señaló que había aprendido una lección determinante: cuando el adversario plantea un reto político no puedes quedarte sentado a esperar, porque, entretanto, va ganando terreno, va seduciendo a parte de la sociedad y cuando quieres reaccionar te pilla con el pie cambiado, te resulta muy difícil recuperar el terreno perdido y pagas un alto precio político. Es lo que ha ocurrido en Cataluña.
Para entender cómo hemos llegado hasta aquí son más importantes los errores del sistema político español que los aciertos políticos del independentismo, sin ser despreciables. Sin duda, los aciertos de unos u otros van a ser importantes en los derroteros futuros de este proceso; pero van a ser determinantes los errores que puedan cometer. El independentismo tiene ante sí el riesgo de un gran error: adentrarse por la vía del incumplimiento de la ley. ¿Qué respaldo espera encontrar en Europa con esa tarjeta de visita una comunidad que dispone de una autonomía política extraordinariamente amplia, comparativamente, en la que su lengua singular está protegida hasta la imposición (en el sistema educativo), lo que chirría al aplicarle el parámetro europeo de protección de las lenguas, y que tiene garantizado el estándar de protección de las minorías nacionales? El sistema político español corre el riesgo de dos grandes errores: persistir en la parálisis y enfrentarse al hipotético incumplimiento de la ley por las instituciones catalanas con zafiedad, exceso o descontrol.
Pero hay daños que ya son irreparables. En Cataluña el sistema político y de partidos está hecho añicos. En el independentismo solo se refuerza el extremismo asambleario y anticapitalista de CUP; y entre los contrarios a la independencia se fortalece extraordinariamente el más desprejuiciado partido españolista de origen catalán, Ciutadans, que se enfrenta con desparpajo a los tabúes de la sociedad política catalana como nadie había osado jamás, normalizando el uso del castellano en el Parlamento de Cataluña (algo inimaginable hace menos de una década). ¿Es tranquilizador para esos sectores sociales, menesterosos, bienpensantes e instalados en el bienestar del oasis catalán que sostuvieron el gran reinado de Pujol y CiU?
Pero también, al igual que en Quebec y en Escocia, hay amplios sectores que están ya irremediablemente perdidos para la causa de sentirse, más o menos, cómodamente integrados en España. Como en Quebec, solo la biología podrá solucionarlo... si a partir de ahora se hacen las cosas bien. Pero para ello son necesarias varias décadas, cuando menos. Adam Tomkins, prestigioso profesor de Derecho Público de la Universidad de Glasgow, muy activo en la defensa del voto negativo en el referéndum escocés, lo expresaba con mucha claridad, al filo del primer aniversario del referéndum: el entusiasmo no había sido suficiente para la victoria del independentismo, pero la razón no iba a ser suficiente, a largo plazo, para garantizar el mantenimiento de la Unión, solo posible si encuentra el camino de vuelta al corazón de los escoceses. Pero, advertía, ese es un camino muy largo, lleno de peligros que habrá que saber sortear con mucha inteligencia.
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