Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
Pablo Martínez Zarracina
Lunes, 22 de junio 2015, 01:19
El otro día vi en las noticias a Casado, Maroto y Maíllo, los recién ascendidos del PP. Caminaban juntos por Madrid, tomaban algo en un bar, charlaban, bromeaban, reían, se daban golpecitos unos a otros con el puño en el brazo Todo frente a las ... cámaras, aunque haciendo como que no había cámaras. Las imágenes eran de un buen rollo aterrador. Hacían pensar en la escena de la gasolinera de 'Zoolander', ese clásico del siglo XX. Seguro que la recuerdan. Suena 'Wham!' y el grupito de modelos masculinos hiperdisfrazados pone morritos, bailotea y se rocía con gasolina antes de que uno de ellos encienda un cigarrillo y salte todo por los aires.
Además de por la impostura, la analogía venía marcada por la indumentaria. Por su premeditación, quiero decir. Casado, Maroto y Maíllo han llegado para demostrar que también el PP es un partido joven y moderno, así que iban los tres sin traje, vistiendo unos chinos y una camisa arremangada, llevando pulseritas de colores y sonriendo como si estuviesen protagonizando un anuncio de seguros o como si alguien hubiese soltado MDMA por los conductos de aire acondicionado de Génova 13.
Iban uniformados esos tres, solo que su uniforme era una presunta ausencia de uniforme. La impostación era máxima. También muy gruesa. Daba a entender que alguna lumbrera del PP había concluido que para que los votantes los tomen de pronto por una peña enrolladísima basta con sacar al escenario a unos tipos más o menos jóvenes que no lleven chaqueta y estén suficientemente arremangados.
No crean que esta jactancia es solo cosa del PP. De pronto todos los partidos cuidan los 'looks'. La regeneración es un asunto complejísimo y urgente que queda al fondo del ropero. La culpa de todo lo que ha pasado en este país la tienen las corbatas. La escenificación comienza a bordear el chiste. Pablo Iglesias reconoció hace unos días que Pedro Sánchez y él acudieron vestidos del mismo modo a la cena famosa en el reservado aquel. Los dos con camisa blanca, imaginamos que arremangada. Uno pidió para cenar pescado, imaginamos que hervido, y el otro una tortilla francesa, imaginamos que sosa. Compartieron una ensalada, imaginamos que sin aliñar. No le pidieron allí mismo perdón al alma inmortal del pez muerto y de los gallináceos nonatos porque no había cerca un reportero.
Es imposible ser más humilde, más ascético, más verdadero, más profundo que Sanchez e Iglesias, dos individuos a los que basta escuchar durante cinco minutos para entender que han empleado al menos la mitad de sus vidas en hablarse a sí mismos delante de un espejo. Madre mía, la modestia. Puestos a exudar autenticidad, podían haber escogido un terno que redundase en sus respectivas y archipublicitadas personalidades. Uno podía haber vestido de Tyrion Lannister y el otro de pivot del Estudiantes, del 'Oso' Pinone, por ejemplo, que era un tipo medio calvo de Connecticut que tenía el culo gordo y una muñeca de ensueño. El problema es que Pinone sí era auténtico. Nunca tuvo la necesidad de demostrarlo.
Ahora en cambio los líderes auténticos buscan la legitimidad en el armario. La verdad es que se empieza a echar de menos a Rubalcaba, con sus trajes oscuros y sus corbatas soporíferas. Al PSOE le costó menos renunciar al marxismo que ponerle a Rubalcaba unos vaqueros. No se veía el candidato haciéndose el guay. Ya digo que comienza a echarse de menos la existencia de políticos capaces de imponer su personalidad sobre el medio y exigir que se les juzgue por su cabeza y por su corazón, por su trabajo. Dicho de otro modo, adultos dispuestos a no hacer demasiado el mamarracho.
Aunque conviene resignarse: los nuevos tiempos parecen prestigiar el infantilismo y los diseños de vestuario. En la mesa de edad del Pleno de constitución del Ayuntamiento de Bilbao vimos a la concejal más joven del consistorio, perteneciente a UdalBerri, vistiendo una camiseta de la Pasionaria. Madre mía, la Pasionaria. La concejal, que apenas habrá cumplido los veinticinco, posaba frente a su escaño sonriendo, con el puño en alto y sacando pecho, o sea, Pasionaria. Yo me quedé mirándola y comencé a pensar en Stalin, Orwell y Francisco Antón, no sé, en todos a la vez. Y en que es muy raro que un representante político no te inspire simpatía o rechazo, sino una creciente pereza, una incómoda ternura, una aplastante melancolía.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.