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lourdes pérez
Domingo, 15 de marzo 2015, 00:43
¿Recuerda hoy aquel 22 de febrero, aquella tarde?
Perfectamente. El último gesto, las últimas palabras... Todo. Aunque siempre comíamos juntos, aquel día pasé por el supermercado tras salir del colegio donde trabajaba y estaban de sobremesa cuando llegué. Empecé a colocar las cosas ... en los armarios, vino a darme un beso antes de irse... y ya no lo volví a ver. Sientes un sufrimiento infinito y rabia, mucha rabia. Le habría encantado conocer a sus nietos y no pudo conocer a ninguno.
¿Cómo lo supo?
Fue el estruendo, vivimos al lado. Había salido con mi hijo, que se quedó antes en el Colegio de Ingenieros. Mi hija pequeña, Sara, y yo escuchamos la explosión y echamos a correr.
¿Imaginó que era él?
Sí, sí. Cuando llegamos a la esquina, ya estaba todo acordonado. Entonces se acercó Carlos a abrazarme, llorando, y pensé que se habían salvado los dos. 'No, mamá, ha sido papá, ha sido papá...', me respondía él. Pregunté a los ertzainas, les conté que era la mujer de Fernando Buesa, no me dejaron pasar. Nos metieron a los tres en una furgoneta, los chicos que estaban allí recibieron una llamada, se volvieron hacia nosotros... Luego nos llevaron a casa. Me veo a mí misma con un vecino, golpeando la barandilla, diciendo 'qué dolor, qué rabia'. A partir de ahí tienes que trabajarte esa rabia. Mi mayor afán ha sido evitar que la tragedia nos hundiera y mantener viva la memoria de Fernando a través de la Fundación.
La mujer que rememora con la mirada húmeda, sin perder la templanza, el asesinato de su marido contempla el presente y el futuro de la Euskadi en paz con la esperanza de que la sociedad vasca acabe asumiendo que "matar estuvo mal", pero también inquieta porque el relato del terror se emborrone hasta tergiversar esa "verdad". A su espalda, en el acogedor despacho de la Fundación Buesa, cuelga un retrato en blanco y negro del exvicelehendakari, que luce sonriente en la flor de su vida en una campaña electoral. Sobre la mesa reposan las fotografías de los siete nietos de Natividad Rodríguez en brazos de su abuela el día en que nacieron. Ella parece tan feliz en esas imágenes que cuesta intuir "el vacío en el alma" que le acompaña desde que ETA matara a su marido y al escolta Jorge Díez Elorza.
¿Cómo se aprende a seguir adelante cuando te han arrebatado al amor de tu vida?
Es que no hay recetas (pausa). ¿Cómo lo he hecho? Mi gran motivación han sido mis hijos. Nosotros metimos muchas horas, mucha energía, con nuestros hijos. Me levantaba de la cama por ellos. Fernando y yo nos conocimos con 17 años y nos casamos muy jóvenes. Por venirme con él dejé a mi familia, que se había trasladado a Barcelona. Es muy duro encontrarte sola. No sé si me he hecho más fuerte o no, pero sí he tenido que tomar conciencia de mis propios recursos. Porque a mí se me rompió la vida. Me rompieron la vida.
Tengo la impresión de que no llegamos a comprender la profundidad de lo que eso significa. Lo que hay detrás de todas esas vidas rotas.
Es que depende de muchas circunstancias, cada víctima es un mundo. Si tuviera que explicarlo, es como un renacimiento, como una mariposa. Tienes que volver a empezar con nuevas herramientas. Para mí ha sido muy importante tener una actitud abierta ante la vida, enfocarme hacia el futuro. Aunque siempre tendré un vacío dentro, como si hubiera un hueco en tu alma que te acompañará toda la vida. El primer año me superó el dolor, no podía hablar sin echarme a llorar. Con el tiempo, ese dolor se atenuó y yo me aferré a que la tragedia no podía impedirnos crecer, ser felices. Eso habría sido un fracaso terrible.
"Defraudados con la Iglesia"
Mirando atrás, ¿alguna vez se ha dicho 'ojalá no nos hubiéramos significado tanto'?
No. Había un pensamiento que me consolaba mucho: que él había sido un hombre libre, que conservaba su libertad interior, aunque en los últimos años envejeció mucho, se sentía perseguido, estaba preocupado y yo lo notaba. Salía poco de casa, hacía como que no quería que saliéramos con él, se privaba de ir a algunos sitios... ¿Si era consciente de lo que le podía pasar? Yo creo que sí. Mi rabia la contrarresté pensando que, después de todo, él vivió como quería vivir, fue libre en sus decisiones. Alguna vez sí le dije que podíamos irnos. Pero él siempre pensó que su sitio estaba aquí.
Y en la soledad tras su asesinato, ¿sopesó marcharse de Euskadi?
No, después nunca. Estoy atada a aquí. Siento que tengo un cordón umbilical con ese pasado, no puedo soltar esa amarra. No sé si podré hacerlo algún día, porque aunque ya no hay violencia activa, tenemos un problema de convivencia. Y yo aspiro a que mis hijos y mis nietos disfruten de una sociedad en la que puedan vivir en libertad, con respeto, sin miedo a decir lo que piensan.
- No sé si es una mujer creyente, si tiene fe. Si el perdón ayuda.
Fernando era un hombre de principios católicos, con mucha conciencia social, participaba en la vida de las parroquias. Pero fue perdiendo la fe. Nos sentimos defraudados con la Iglesia, porque fue muy tibia ante la vivencia terrorista. El perdón lo veo muy ligado a las creencias religiosas. Yo no tengo rencor, no necesito que los etarras me pidan perdón. Pero sí hay que exigirles que reconozcan que causaron un daño injusto e irreparable, que lo que hicieron estuvo mal. La sociedad, sus líderes, los partidos... tienen que exigírselo permanentemente. Soy escéptica sobre que eso se vaya a conseguir, entre que algunos son irreductibles y que la mayoría tiene un funcionamiento sectario. Pero hay que exigírselo, por la dignidad de la sociedad. Y aunque no lo hemos logrado aún, va calando.
¿Y no teme que el paso del tiempo lo haga cada vez más difícil?
Vamos avanzando (sonríe). Ya no se habla de amnistía. Cuando mataron a Fernando, a mí me enfadaba mucho que la palabra asesinato no estuviera en la terminología popular. ¡No era una muerte, era un asesinato! Luché mucho para que se llamara a las cosas por su nombre. ¿Y hay alguien hoy que no lo califique de asesinato?
En el acto anual de recuerdo a su marido, el exrector Pello Salaburu censuró el plan de paz del lehendakari por no hablar, precisamente, de asesinatos.
Estoy totalmente de acuerdo. La filosofía de fondo del plan no la comparto para nada, ni creo que sea buena, aunque Aintzane Ezenarro está haciendo un buen trabajo con las víctimas. El plan no llama a las cosas por su nombre, se hace un 'totum revolutum' de víctimas y dolor, se retrotrae a los tiempos de no sé cuándo... Creo que el lehendakari llegó con un propósito definido y no lo va a cambiar fácilmente. Me parece tremendo que no se tenga en cuenta a las víctimas de ETA, ese plan satisfará a muy poquitas. A cualquier víctima de una injusticia se le debe reparar. Pero hablamos del terrorismo de ETA, que tiene una singularidad muy especial y es la única violencia que algunos jóvenes todavía justifican. Y eso no lo puedes difuminar, porque es lo que crea nuestro problema de convivencia. Por eso lo importante es el recorrido, más que el final. Si los jóvenes ven que la sociedad no transige, sería ya un triunfo.
"El hijo malo" y los presos
¿A usted esta paz le basta?
No, aunque indudablemente estamos mejor que antes. Pero me preocupa que mientras haya irreductibles, que mientras la izquierda abertzale no tenga un funcionamiento verdaderamente democrático, se pueda reproducir lo que hemos sufrido. Y ahí tiene una tarea pendiente el nacionalismo democrático. Yo valoro mucho a los nacionalistas que he sentido cerca, que llegaron a arriesgar su vida y a los que han llamado traidores. A esos amigos pocos les quiero muchísimo. El nacionalismo tiene pendiente esa reflexión sobre cuál ha sido su postura en el pasado. Porque yo he tenido muchas veces la sensación de que el padre prefería al hijo malo, mientras decía a los demás: 'Oye, aguantad un poco, que se va a volver bueno'. Ese nacionalismo ha vivido en una burbuja. Ha sido incapaz de sentir esa falta de libertad y no ha empatizado con nosotros.
¿Por eso se les ha quedado corto, por decirlo así, el homenaje que les ha tributado el Gobierno Vasco?
Es que se mencionó la autocrítica, pero no se hizo autocrítica. Si pides autocrítica, habla de ti, di qué hiciste mal. El Gobierno de Ibarretxe no estuvo a la altura cuando mataron a Fernando, se hicieron las cosas mal. Fue un dolor tremendo que quienes habían sido compañeros de Fernando en el Gobierno, con los que había trabajado codo con codo, no nos acompañaran en la misma manifestación. Ahora hablamos de tender puentes, y hay que hacerlo, pero también hay que desandar caminos, es fundamental rectificar lo que está mal. Y una sociedad necesita que la lideren.
¿Ve a Urkullu en esa senda?
No sé, no sé dónde lo veo. Le saludé por primera vez el otro día, en el acto del aniversario. Lo veo en la equidistancia. Y no se puede estar entre las víctimas y los victimarios.
¿Le dolió la reunión con Etxerat?
Bueno, entra dentro de su línea política. Como lo de los mediadores, que no creo que los necesitemos.
- ¿La viuda de un asesinado puede entender la zozobra de la mujer, o de la madre, de un preso de ETA?
- Sí, sí, yo lo entiendo perfectamente. Pero hay que respetar las leyes, que son las que estructuran la vida democrática aunque no nos gusten. A estas alturas, el acercamiento de los presos es una cuestión de humanidad. Pero también es cierto que están haciendo un 'coup de force' de esto cuando ellos apenas están dando pasos para rectificar y ETA no termina de desaparecer. Aquí hay que dejar muy claros unos principios y unos valores. Me parece muy bien que el lehendakari le diga al Gobierno de Madrid que hay que acercar a los presos. Pero al mismo tiempo, tiene que exigirles que admitan el daño causado y a los familiares, que respeten las leyes y los cauces legales para la reinserción. No se puede contemporizar con todo.
¿Se ha reunido con algún preso?
Es que no lo necesito para nada; tampoco creo que quienes mataron a Fernando tengan interés. Y eso del perdón es muy relativo. Si el asesino de mi marido quiere pedírmelo, si eso le ayuda, si le reconforta, le escucharía y agradecería ese reconocimiento. Pero yo no puedo perdonar en nombre de Fernando.
¿Cree en la vía Nanclares? ¿Siempre cabe una segunda oportunidad, incluso ante delitos gravísimos?
Sí, sí, toda persona que tiene un propósito de enmienda merece una segunda oportunidad. Y para eso hay un camino individual, porque ¿cómo va a existir un arrepentimiento colectivo? A mí me gustaría que los partidos vascos asumieran el compromiso, todos, de que sus proyectos políticos respeten la pluralidad de la ciudadanía. Que todos seamos iguales en derechos y deberes tengamos el sentimiento, el pensamiento y la identidad que tengamos, sin que haya ciudadanos de segunda.
¿A qué le suena la palabra reconciliación?
A mí no me gusta. Yo no me he enfrentado a nadie, aquí no ha habido dos bandos enfrentados. En vez de reconciliación, hablemos de convivencia, de cómo convivir aquí.
Quizás esa convivencia más sana tenga que esperar a la generación de sus nietos.
Pues es muy posible, sí. Mi vivencia es ya distinta a la de mis hijos, y la de mis hijos será distinta a la de mis nietos. Dejar atrás el pasado será difícil con la gente que lo ha vivido en directo, las vivencias te marcan mucho. Me iré tranquila si se ha hecho ese recorrido para que mis hijos y nietos vivan con libertad. Y eso que a mis nietos, en cuanto han empezado a preguntar por su abuelo, les hemos dicho la verdad desde el principio. Lo tengo clarísimo: hay que decirles la verdad, dejarles las cosas claras sobre lo que está y estuvo mal.
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