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Para testar el estado de la ría hay que recurrir a dos colectivos. Desde luego, a los científicos, que someten a esta vieja dama a mil análisis para comprobar su salud, pero también a otros 'expertos', los pescadores, que a fuerza de pasar horas y ... horas en sus orillas, viendo pasar la vida y sacando peces, conocen al dedillo muchos de sus secretos mejor guardados. ¿Qué dicen unos y otros? Los investigadores de la UPV han alertado recientemente de la existencia de un foco de contaminación constante en el estuario del Nervión -achacable a vertidos en el río Galindo-, que aún no se habría recuperado «completamente» de los estragos industriales del pasado. Pero quienes cada día se colocan con sus cañas en los paseos que hay junto a la lámina de agua -en espigones, muelles, antiguas escaleras y planchadas- se muestran indiferentes a este informe y muestran esa proverbial calma que se atribuye a los pescadores. «La ría nunca ha estado tan limpia -cuentan mientras esperan el momento mágico, de alegría casi infantil, de ver el sedal dando tirones-. De aquí se sacan lubinas, mojarras, doradas... y van a la mesa. ¿Que a algunos les dan asco? Jajaja ¡Si algunas piezas van a parar a restaurantes!». Estos son algunos de los aficionados que pescan -de día, de noche, con frío y con calor- a lo largo de los 23 kilómetros del cauce del Nervión buscando, más que un bocado suculento, la paz de dejar sus pensamientos a la deriva durante unas horas.
A Alex, de Retuerto, le gusta ir a pescar cuando la marea está alta «porque entran peces más grandes». Doradas de dos kilos, lubinas de más de uno... hay manjares. Por eso, lo del reparo de algunos a la hora de comerse ese pescado, le hace fruncir el ceño. «El que diga que le da asco porque la ría está sucia es porque ha viajado poco, no en todos los sitios tienen una depuradora como la de Galindo...», explica. Según cuenta, sólo hay que aplicar el sentido común. El agua, dice este vecino de Retuerto, se ve limpia. «Antes olía a veces, ahora no ocurre», aclara. Y tiene su teoría sobre los recelos por la salubridad de los ejemplares: «Ningún pescador pone pegas. Igual algún paseante... Pero será para ver si se los regalas».
Pone de cebo babosa, langostino, coreana (un tipo de gusana)... y nada, que hay días que no pican. «Llevo seis horas y no hay manera. Esto es así, va a rachas», revela este jubilado de Barakaldo, que ha colocado tres cañas en una planada que se asoma a la ría, bajo el Puente de Rontegi, en Erandio. A él la espera no le resulta pesada. Le relaja. Se lleva su bocata favorito, «de carne con pimientos o tortilla»... y a echar horas. «Me gusta. Aunque muchas veces pican y luego se te escapan... », admite. Junto a él pesca otro aficionado y van intercambiando algunas frases. No existen piques entre ellos: «Qué va, hay días que le das la mitad de lo que coges a alguno que ha tenido menos suerte que tú».
En una de las casetas del antiguo gasolino, Gabriel, 'Gabi', como le llaman, anda poniendo el cebo para ver si hay suerte. «Vivo aquí al lado y me gusta venir a pasar el rato. Y me traigo a 'Boss', mi perro, que aprovecha para darse un baño. Está muy bien para desconectar... y bueno, si ya sacas algo, ¡mejor! Yo ya he pillado algún lenguado majo y una vez hasta saqué una lubina de 3 kilos». Parece que se le da bien. ¿Quién ha sido su maestro? «¡Youtube y paciencia!», admite entre risas este autodidacta.
Vasile, que es rumano, lleva seis años pescando en la ría. Le encanta. Se ha montado una especie de terracita, con su silla y todo, en una especie de mirador. Tiene sus cañas echadas, sus enseres de pesca bien colocados, su botellín de agua... «Me viene muy bien para la salud, para la tranquilidad, es como una medicina». Eso sí, dice que cada vez hay más gente que le está viendo la gracia a esta terapia pesquera. «Vienen muchos ya, y en verano... puff», comenta mientras muestra sus cubos de cebo, con langostinos y carramarros.
Agustín ha tenido un año duro en casa, con pérdidas familiares y nuevas rutinas que asumir. Necesita airearse. Ponerse con la caña, escrutar el agua, preparar anzuelos, colocar el cebo... para él son pequeños rituales que le sirven para distraerse. Le hacen sentir mejor. «Aunque a veces no coja nada, me gusta pescar -aclara-. Hoy, por ejemplo, solo he sacado hojas y palos. Pero no siempre es así. Otro día pesqué dos lubinas de kilo y medio cerca del Puente Colgante. Es lo bueno, cada día es distinto».
«Yo soy un enfermo de la pesca. Meto muchas horas», afirma Íñigo, que tiene esta pasión «desde que era un enano». «Me enseñó mi padre. Es que yo cogía una miga de pan y me iba a por mubles», dice entre risas. Aunque él es «más de barco», tiene muy cómodo lo de pescar en la ría, en Las Arenas, porque vive cerca. «Si tienes unas horitas libres y te vienes aquí, pasas un buen rato», indica. Sin embargo, cuando se le pregunta por sus capturas, se muestra inexpugnable: «Yo de eso no hablo, ¡que luego viene mucha gente!».
A la hora de explicar la escasez de peces en la ría estos días, Carlos recurre al refranero popular: «'En enero y febrero, las cañas al trastero' y en marzo... parecido jaja». Y también habla de la «luna globulosa», que, según dicen los entendidos, «puede influir». Pero se encoge de hombros, quién sabe por qué no hay peces. El caso es que él no ha cogido nada aún, aunque no es raro que saque alguna corbina, doradas... «Hay que tener paciencia. Aunque a veces la pierdes. Pero no por no pescar. Es porque viene la gente andando con el móvil, sin mirar por dónde va, y te tira la caña... Luego están los perros que te las mean si te descuidas», dice molesto. Pero lo que le pone verdaderamente de mal humor es que «algunos se acerquen a hablar y dar la chapa» e interrumpan su momento zen. «Eso es lo peor».
Un salmonete brillante, con esa explosión de naranjas y dorados que le hacen parecer recién pintado, aparece en las manos de Juan Manuel, que muestra orgulloso la captura del día. Tiene un buen tamaño -así, a ojo, más de 35 centímetros- y ha picado inmediatamente, cuando el pescador acababa de echar la caña. Parecía que estaba esperando. «Es suerte. Porque primero los peces tienen que pasar la 'barrera' de embarcaciones, que echan redes y palangres. Luego, llegar hasta aquí, tener hambre, picar... vamos, que casi es más fácil que te toque La Primitiva», bromea este vecino de Barakaldo. Según explica, él no es muy cocinillas, pero su hijo sí, así que la tarea de preparar el salmonete recaerá en el joven. «Yo me tomo lo de pescar como una terapia: llevo en el coche siempre dos cañas de las viejitas y, si tengo tiempo, pues me pongo un rato. Es algo que hacía mucho de joven. Luego lo dejé muchos años, no sé por qué... y hace como diez que empecé de nuevo. ¡Y ya no lo dejo más!».
Lo de quedarse quieto no le va. Lleva su caña especial (de 'spinning') para ir moviéndose de un lado a otro. Anda lo suyo: lo mismo empieza en la playa, que va a Arriluce o termina en la ría, «donde hay lubinetas, salmonetes, anguilas... ¡Todo comestible, no hay problema!», comenta Javier, quien afirma que lo único que evita llevarse a la boca son «los peces planos, porque comen la porquería del fondo». Pero más por manía personal que por temor. Tampoco le gusta comerse los ejemplares que viven en la ría de forma continua, prefiere los que están de paso «que son especies que salen y entran, como las doradas, que vienen de Portugal y llegan hasta Noruega». Para él, que trabaja de pintor, terminar la jornada relajándose con la caña es un lujo: «Te da el aire y no te acuestas con la sensación de haber ido de casa al trabajo y del trabajo a casa».
Rubén ya no va «nunca» a pescar, pero, por enseñar a sus hijos, Xabi y Dani, «de 6 y 5 años» -según informan ellos mismos con mucha profesionalidad-, se ha ido al muelle de Portu, en Barakaldo, a echar la caña por la tarde... «Pero se han aburrido en dos segundos, igual pensaban que era ponerse y sacar todo el rato», dice divertido. Como ya anochece y es hora de irse a casa a cenar, el aita recoge todo mientras los críos juegan con el móvil. ¿Qué tal la pesca, peques? «En el juego, bien...», dicen. Al parecer, mientras su padre se afanaba en el mundo real por lograr una captura, ellos jugaban con el móvil a interceptar peces. Mucho más fácil. Sea como sea, no van a cenar pescado.
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