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César Coca
Jueves, 7 de julio 2016, 00:40
Dice el tópico (cubano) que La Habana es la única ciudad del mundo que se puede recorrer bajo soportales. No es cierto. En Europa hay al menos otra urbe cuyo casco antiguo, el que está encerrado dentro de una muralla, tiene la misma característica. Es ... posible ir de una punta a otra sin que el sol de verano castigue al caminante o sin que apenas se moje si está lloviendo. Esa ciudad es Padua, y para muchos visitantes es poco más que el lugar en el que alojarse si se desea conocer Venecia pero se quieren evitar los escandalosos precios de la capital de la República Serenísima. La apreciación es injusta. Padua es mucho más que eso. Es más incluso que una espectacular basílica dedicada a San Antonio, que aunque nació en Portugal fue a morir a esta urbe del Véneto a la que perjudica la proximidad de Venecia: apenas veinte minutos en tren.
Padua se mueve entre dos polos de gran atractivo: uno para los católicos creyentes, la basílica de San Antonio; otro para los amantes del arte: la capilla de los Scrovegni. El templo gótico, de enormes dimensiones, con cúpulas sorprendentes, tres claustros y un interior abigarrado, llama poderosamente la atención con su aspecto de Vaticano menor. Pero palidece ante lo que se puede ver en esa pequeña capilla que mandó construir un rico comerciante para purgar los muchos pecados de su padre. Para decorar el interior de la nave, contrató al artista más célebre de su tiempo, figura clave del arranque del Renacimiento italiano: Giotto di Bondone, para la Historia simplemente Giotto.
El turista amante del arte no puede dejar de visitar de ninguna manera la capilla de los Scrovegni, cuyo exterior sencillo no parece anunciar una de las obras cumbre de la cultura occidental: los frescos que ocupan paredes y techo representan un total de 36 escenas de diferentes episodios del Nuevo Testamento. La obra tiene más de 700 años pero conserva su magia. El visitante queda hipnotizado ante el despliegue del pintor, que asombra por la planificación de su relato y la finura de su trazo. (Es necesario reservar la hora de visita vía internet, porque solo se admiten grupos de un máximo de 25 personas. La visita dura quince minutos pero antes de entrar en la capilla es preciso estar otro cuarto de hora en una sala para estabilizar el 'microclima' y no dañar los frescos).
Ante estos dos edificios tan distintos aunque unidos por su origen religioso, otros monumentos de la ciudad parecen cosa menor. Sucede con el bello baptisterio y la vecina catedral, cuya fachada está inacabada, al estilo de la basílica de San Lorenzo en Florencia. Ocurre también con la célebre universidad, en la que enseñó Galileo y donde se halla el teatro anatómico más antiguo de Europa. Merecen que se les dedique un buen rato, pero no causan asombro.
Por eso, para decantar mejor el recuerdo de la belleza de las pinturas de Giotto, lo mejor es callejear bajo los soportales y recorrer así la ciudad. El centro neurálgico está en el Palacio de la Región, que parte en dos trozos lo que de otra forma sería una plaza enorme. Lo que queda son dos de nombres bien parecidos: la de la Fruta y la de las Hierbas. Algunos días, durante la mañana, un mercadillo de productos de la huerta y derivados ocupa ambas plazas. Por eso, la contemplación del palacio y las casas que lo rodean es mejor al caer la tarde, cuando se instalan unas terrazas y los nativos se sientan en ellas a tomar el aperitivo.
Los mitómanos tienen una cita ineludible muy cerca: el café Pedrocchi, fundado en el siglo XVIII, en el que se organizó una revuelta contra la monarquía de los Habsburgo durante el turbulento año 1848. Por allí han pasado escritores como Stendhal y lord Byron, y de entre los contemporáneos, el dramaturgo Dario Fo. El café parece un catálogo arquitectónico porque cada sala tiene un ambiente distinto. Todas parecen siempre repletas.
La vía Roma y su prolongación Umberto I lleva desde el café Pedrocchi hasta el Prato della Valle, una explanada inmensa tanto que puede resultar algo desangelada circundada por un canal artificial bordeado de estatuas y cruzado por puentes que recuerdan a los de Venecia. El corazón de la plaza está ocupado por un jardín, con sus bancos en los que las madres vigilan el juego de sus niños mientras charlan en grupo. Un tranvía con ruedas de goma que circula guiado mediante un único raíl da un toque de modernidad a un espacio que parece vivir aún el siglo XIX.
Varias iglesias, como la de los Eremitas (al lado de la capilla de los Scrovegni), y palacetes, como el llamado Boroni, donde está el Ayuntamiento, pueden ser de interés para el viajero con tiempo. Pero Venecia está demasiado cerca y la tentación de la ciudad de los canales es difícil de resistir. No obstante, conviene recordar que Padua es mucho más que una ciudad dormitorio.
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