Casa Municipal, que no Ayuntamiento, de Praga.

Las bicicletas toman Praga

Ruta por la capital checa, una ciudad que se ha reinventado en la última década para darle al ciclista el espacio que merece

Josu García

Viernes, 18 de septiembre 2015, 18:19

Praga, la ciudad romántica y enigmática, se ha convertido en un lugar amable para el ciclista. Hace una década los aficionados al pedal eran una reducida minoría. Casi una excentricidad. Una realidad que nada tiene que ver con la actual. Las autoridades y los emprendedores ... locales se han dado cuenta de que la bicicleta aporta un plus a la urbe. Tanto es así que, en los últimos años, han florecido media docena de negocios de alquiler y también resulta sencillo y económico contratar los servicios de un guía. Por unos 20 euros el visitante puede contratar un paquete muy atractivo. El hecho de que la aerolínea Czech Airlines ofrezca vuelos directos desde Loiu (hasta el cinco de octubre) hace que sea el momento idóneo para que los ciudadanos vascos amantes de las dos ruedas conozcan la capital checa.

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La excursión que os proponemos hoy es un sencillo paseo de nueve kilómetros por las empedradas calles de Praga. Se trata de un recorrido que condensa la esencia de la ciudad y sus principales atractivos turísticos. Solo queda fuera la zona del castillo, que hemos decidido evitar al tener que afrontar una subida relativamente complicada, por el flujo de visitantes, el tráfico, el estado del firme y la elevada pendiente.

La jornada comienza no muy lejos de la Torre de la Pólvora, uno de los iconos de la ciudad. Se trata de una esbelta construcción gótica que albergó, en el glorioso pasado de la ciudad, un arsenal, aunque también una cárcel. Fue construida en 1475 y totalmente renovada en 1880. Pasaremos con nuestras bicicletas por debajo de su arco. Haremos aquí nuestra primera parada para contemplar la Casa Municipal de Praga. Se trata de un auditorio levantado en estilo art noveau y que evidencia la fascinación de los praguenses por la música. El lugar se ha convertido también en uno de los mejores restaurantes de la ciudad y en una cervecera muy popular.

Subimos de nuevo a nuestra montura y volvemos a dar pedales para dirigirnos hacia el cogollo de Praga. Pasamos por algunas de las calles más típicas, como la vía Celetna. En las tiendas se venden bonitas piezas de joyería. Destaca el ámbar. Por ahora no hay mucho tráfico. Nos movemos con soltura, alternando las aceras con el pavimento empedrado. Los peatones nos miran con indiferencia. Nadie se enfada porque circulemos por la zona reservada para los viandantes. Se ha producido un cambio de 'chip' en los últimos tiempos.

Poco a poco callejeamos en dirección al río Moldava, verdadero hilo conductor de la excursión. Nos movemos entre transeúntes, coches y tranvías. Tras poco más de dos kilómetros de ruta nos asomamos al cauce fluvial. Circulamos ahora por la ribera y vamos pasando los bellos puentes que unen las dos mitades de la ciudad, las dos formas de entender una misma urbe. Aprovechamos para conocer Slovansky Ostrov, una pequeña isla que se ha formado en mitad del río y que resulta un remanso de paz. Es un frondoso parque donde uno puede encontrar juegos para los niños o restaurantes. También se puede alquilar una embarcación para conocer Praga de otra forma.

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Tras un pequeño rodeo, ponemos rumbo hacia el único punto de la ciudad en el que la arquitectura moderna se asoma con descaro por encima del tradicional y señorial aspecto de la urbe. En una codiciada esquina, muy cerca del Moldova, nos encontramos con la Casa Danzante, un edificio deconstructivista alumbrado por la imaginación de Frank Gehry. El bloque fue inaugurado en 1996 y destaca por la irregularidad de su fachada, que recuerda a dos bailarines en pleno fragor de su actuación. Su construcción generó un arduo debate. Hubo quien llegó a acusar al autor del Guggenheim de sacrílego. 20 años después de su presentación en sociedad, la discusión está zanjada. La mayoría de los praguenses ha terminado por abrazar y adorar el bloque.

Nos detenemos unos segundos para tomar una fotografía. Sorprende mucho lo poco que duran en este punto los semáforos. Apenas seis segundos separan el muñeco verde del rojo. Uno tiene que estar muy ágil si quiere cruzar por aquí...

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Los que sí cruzamos con tranquilidad es el río. Cambiamos de orilla. La excursión toma ahora otro cariz, mucho más sosegado. Pedaleamos con más calma por el distrito de Mala Strana. Ya no hay ni tantos tranvías ni tantos turistas. La zona es muy agradable. Llegamos a un parque en el que unas esculturas llaman poderosamente nuestra atención. Se trata de unos gigantescos bebés de acero que gatean. Son obra de David Cerny. Probablemente el artista contemporáneo más irreverente pero relevante de Praga. Polémico donde los haya, cuenta con una decena de esculturas de peso en la ciudad, como los hombres que orinan en un charco a la entrada del museo de Kafka.

Continuamos callejeando y arribamos a uno de esos rincones que uno no se espera encontrar en una urbe como la capital checa: el muro de John Lennon. Se trata de una colorida pared que está recubierta de grafitis, muchos de ellos dedicados a los Beatles y a la paz. Al lugar suelen acudir amantes de la música a tocar canciones, ya sean propias o de los genios de Liverpool. Cuenta la historia, que la valla -ubicada frente a la embajada francesa- amaneció repleta de retratos del músico pacifista tras su asesinato. Los autores, además, escribieron frases desafiantes contra el régimen comunista. La Policía ordenó su inmediata limpieza. Pero la censura no pudo acallar al pueblo checo. Casi a diario, el lugar volvía a estar repleto de pintadas. Hoy en día, es costumbre que el visitante deje escrito un mensaje relacionado con la música o la paz.

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Recogemos nuestra montura y seguimos callejeando. Llegamos a un punto en el que podremos ver, desde una perspectiva novedosa, el lugar más emblemático de Praga: el puente de Carlos. Aparcamos nuestras bicis a nivel del Moldova, casi en los estribos de la pasarela, en su orilla de Mala Strana. Desde allí abajo, la construcción, levantada hacia 1357, aparece imponente, con sus esculturas, sus puertas y, como no, cientos de turistas que caminan por su tablero.

La excursión está tocando a su fin, pero antes tendremos que cruzar el río y realizar una última parada para ver el Rudolfinum, un imponente edificio neorrenacentista que tiene en su interior una impresionante sala de conciertos. En su frontispicio hay una decena de colosales estatuas de los grandes compositores de la historia. Estas obras de arte son protagonistas de una curiosa historia que narran los guías locales y que está a medio camino entre la ficción y la realidad. Cuentan que el jerarca nazi que gobernó Praga, el sátrapa Reinhard Heydrich, ordenó retirar del lugar de honor la imagen de Félix Mendelssohn, porque era de origen judío. Los operarios que se subieron a la fachada del edificio no tenían ni idea de quién era Mendelssohn así que decidieron quitar la escultura que tuviera la nariz más grande. No fue otra que la de Richard Wagner, músico de cabecera de Hitler. ¡Imaginen la cara que se le quedó al despiadado Heydrich al verlo!

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Nuestro periplo por la capital checa toca a su fin tras haber pedaleado alegremente unos 8 kilómetros y medio. Ni gota de sudor y cero problemas con el resto de usuarios de la vía. La bicicleta se ha convertido, sin duda, en una gran opción para ver cómodamente una ciudad que resulta espectacular.

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