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Iñigo Muñoyerro
Jueves, 26 de enero 2017, 16:05
Al sur del pantano del Ebro, entre las tierras burgalesas del Alfoz de Santa Gadea y las cántabras de Valderrible se extiende el Espacio Natural Protegido del bosque de Hijedo. Es uno de los mayores y más bellos robledales de España con una extensión de ... más de 1.500 ha. de arbolado caducifolio, mayoritariamente roble albar y haya que protegen grandes tejos, algunos con más de 800 años. También hay alisos, abedules, avellanos, olmos de montaña, cornejos, muchos acebos y algunos serbales.
Pero lo más interesante es la fauna. En la espesura encuentra refugio el lobo y son abundantes el corzo y el jabalí. La noticia está en el oso. Se consideraba desaparecido desde inicios del siglo pasado, pero estos últimos años el mayor carnívoro español ha vuelto a Hijedo. A apenas 50 kilómetros por carretera de Espinosa de los Monteros. El animal cruza la A-67 y se interna en el bosque en busca de colmenas silvestres y luego se marcha para reaparecer la temporada siguiente.
Dicen que hibernan. Que en esta época no se dejan ver. En realidad es difícil tropezarse con un plantígrado. Pero no perdamos la ilusión en nuestra excursión a las brumosas tierras del Ebro.
Santa Gadea, capital del Alfoz
Salimos de Arija en dirección a Hijedo, pero antes paramos en Santa Gadea, la capital del Alfoz. Es un pueblo disperso, para pasear, con grandes casas de buena piedra de influencia montañesa y perros ladradores y amables. Muchas casonas lucen escudos en la fachada. La iglesia de San Andrés no tiene un estilo concreto, aunque sí una remodelación de finales del siglo XIX. En la parte más baja del núcleo urbano se emplaza un convento desafectado que perteneció a los Bustamante. Conserva en la fachada una excelente ventana de sillar.
Hay además dos ermitas: Santa Águeda y San Roque y dos humilladeros en los barrios de Arriba y de Abajo.
De la fuente mana un agua excelente. Madoz cuenta que en el pueblo hay otras muchas ferruginosas y sulfurosas. Y frente a la Parroquia está el bar, es el único. Suficiente para salir de un apuro.
Un paisaje de los Highlands
Entre Santa Gadea y el aparcamiento de la pista a Los Riconchos punto de salida de la marcha a pie hay 8 km muy interesantes. No hay monumentos, en realidad no hay nada salvo un paisaje que recuerda a los Highlands escoceses.
Las brumas que vienen del embalse se pegan al suelo y difuminan las turberas, los pastizales y las brañas de brezo y argoma. Caballos, vacas y ovejas seguidas por mastines vagan por vaguadas y vallejos. Nos sobrevuelen los gavilanes y los buitres.
El roquedo contribuye a realzar el terreno. Está formado por rocas areniscas que la erosión ha modelado de muchas y caprichosas formas. Arcos y ojos naturales, setones, bloques aislados y abrigos en las laderas. A ellos se aferran los cornejos y los abedules, únicos árboles que sobreviven a los incendios intencionados que controlan los argomales.
La pista asfaltada sube y llega a un pequeño aparcamiento rodeado de pinos. Está señalizado con un panel y las marcas de PR (blancas y amarillas) que nos guiarán hasta el bosque.
La cabaña de Hijedo
Una amplia pista de tierra que utilizan los ganaderos y los cazadores nos llevará hasta la cabaña de Hijedo. Es media hora de marcha por el PR-BU-30 apto para todos los públicos. Camino en ligera subida, que permite disfrutar de los hayedos; de los campos yermos y de los pinares de repoblación.
El terreno es pobre y sólo produce brezos rastreros y argomas. Pero en la penumbra de los hayedos proliferan los bojes y los acebos forman masas cerradas, refugio de corzos y jabalíes.
La pista nos lleva hasta un alto. Panel indicador. Nos asomamos y ¡sorpresa¡ una casona destaca en el lindero del bosque. Es la cabaña de Hijedo. Un soberbio palacio de inicios del siglo XX edificado por capricho de un médico enamorado de la soledad. Cuentan que llegó a acoger bodas. Es de propiedad particular.
La construcción reúne vivienda, granja y capilla en torno a un patio central donde asoma un gran tejo. Frente a él aparcan los vehículos.
Los tejos y los acebos
De la cabaña parten las sendas que se internan en el bosque. El camino es sencillo, bien señalizado y sin ningún riesgo aparente. Sigue el curso del río Hijedo y desciende tras ocho kilómetros entre árboles hasta la localidad cántabra de Riopanero, en Valderrible.
Puede ser el inicio de la aventura osera. Pero casi que con toda seguridad que no veremos ninguno. Tampoco lobos, pero sí algún corzo despistado.
Quizá no haya que caminar mucho. Cerca del palacio afloran unas peñas que son el mirador del bosque. En la subida y en la bajada nos sumimos en una selva donde los tejos (cerca de cien) imponentes y centenarios nos sorprenderán. Fue el árbol sagrado de los cántabros y vascones. Con su fruto emponzoñaban las flechas y con su mismo jugo se suicidaban.
Los acebales forman espesuras y por todas partes brota el boj.
Los caminantes duchos en huellas podrán descifrar el nombre de los animales que han pisado la vereda. Quizá encuentren las de algún oso.
El pasado francés de Arija
De vuelta haremos un alto en Arija. Se lo merece por sus arboledas, sus paseos y su querencia a las nieblas del embalse. Fue una de las villas de Campoo que más creció con la industrialización del siglo XIX. En esa época llegó el Ferrocarril Bilbao-la Robla y en 1906 se instaló en la localidad la Fábrica de Cristalería Española.
La población llegó a los 4.000 habitantes antes de la Guerra Civil. La mayoría se concentró en el Barrio de Vilga, en torno a la fábrica. Allí Cristalería Española construyó casas para sus empleados. Entre ellos unos magníficos chalés de estilo del norte de Francia, lugar de origen de la Compañía Saint-Gobain para los directivos y técnicos.
Caminamos por los solitarios bulevares sombreados por castaños ahora deshojados entre antiguos edificios vacíos, desiertos de moradores. Entre ellos destaca el hospital conocido como 'Enfermería', edificio de ladrillo abandonado y abierto.
En una plazoleta está la escultura de Arsenio Brachotte, primer director de Cristalería Española fallecido en 1921. Es obra del prestigioso escultor palentino Victorio Macho en 1923.
La caída de Arija no fue cosa de un día. Comenzó tras la guerra civil, cuando el embalse inundó las canteras e hizo que Cristalería Española trasladara la fábrica a Avilés.
Ahora es una población tranquila que en verano se llena de turistas y oriundos. Llegan atraídos por las playas de arena blanca y los estanques de agua transparente que ocupan las antiguas canteras.
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