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Iñigo Muñoyerro
Viernes, 15 de mayo 2015, 17:58
Poza de la Sal es una impresionante capital burgalesa que el malogrado Félix Rodríguez de la Fuente tuvo el mérito de recolocar en los mapas. Corrían los años 70 y la villa sesteaba tras el cierre de las últimas salinas. El naturalista, excelente comunicador, relanzó a su patria chica, que gracias luego al esfuerzo de sus vecinos ha tenido un auge turístico imparable.
Poza se emplaza al pie del Páramo de Masa en una ladera caliza con un amplio panorama, que además de la Bureba abarca de los Montes Obarenes hasta Pancorbo y la Sierra de la Demanda.
Es una villa antigua. Castro celtíbero durante la Edad del Hierro fue luego romana. Se asocia con la antigua Salionca. Aquí se cruzaban las calzadas que unían Amaya, Briviesca y Cantabria. La primera referencia escrita sobre la villa es del año 965. Fue repoblada por Fernán González y en el siglo XI es ya el centro de un alfoz. Pero lo que llama la atención del viajero que llega por el páramo es el ajedrezado de las salinas que destacan en el fondo de un falso cráter de 2,5 kilómetros de diámetro, de contorno casi circular que encierra la cuenca. Forma un diapiro perfecto. Estas fuentes fueron durante siglos su principal fuente de riqueza.
Callejeo medieval
El visitante que llega a Poza quedará cautivado por el casco urbano. Puramente medieval, uno de los mejor conservados de Castilla. Enrevesado y escalonado, adaptado a un emplazamiento peculiar. Bajo un castillo y ceñido por la muralla las casas se apiñan en un laberinto de callejas angostas, faltas de espacio y luz. Son altas. De tres y hasta cuatro alturas, un rasgo destacable de la villa.
La muralla (siglo XIII) aún ciñe este interesante casco urbano por donde (aseguran) gustaba pasear el filósofo Ortega y Gasset cuando iba a Poza. Tiene varias puertas. Si hemos llegado por el norte entraremos por la desaparecida puerta de la Fuente Vieja salida a las salinas. Allí está la Casa de Administración de las Reales Salinas (siglo XVIII). Ahora alberga la Casa de Cultura y el Centro de Interpretación Las Salinas.
Entramos por la calle Mayor. En el número 18, el 14 de marzo de 1928 nació el naturalista y divulgador Félix Rodríguez de la Fuente. Su padre era un notario aficionado a la lectura que debido a la Guerra Civil (1936-1939) se ocupó de educar a sus hijos en casa. Así el joven Félix tuvo la oportunidad de estudiar y a la vez de disfrutar de los prados burebanos y de las eras de sal. Del castillo y del vuelo de las rapaces hasta los diez años. Luego fue al internado. Estas correrías juveniles le dejaron una huella que trasladó a la radio y la televisión. Suya es la exitosa e influyente serie 'El hombre y la tierra' (1974-1980) y otros programas que le valieron el apodo de 'el amigo de los lobos'. Falleció en Shaktoolik, Alaska (14 de marzo de 1980) en accidente de helicóptero. Cerca de su adorado Klondyke. En la misma calle está la carnicería Martín. Es la más antigua de la villa (año 1900). Luego fue restaurante, que ha sido trasladado a las afueras.
San Cosme y San Damián
Atravesamos el casco urbano al azar. Por callejas angostas flanqueadas por edificios de piedra y mampostería, donde el adobe y madera aún son elemento de construcción. Muchas de las fachadas están enlucidas con yeso. También se ven trabajos en ladrillo quizá obra de alarifes mudéjares. Numerosos escudos cuelgan de fachadas que fueron nobles y ahora amenazan ruina. Hay otras en las mismas condiciones que necesitan rehabilitación.
La misma calle nos lleva a la Plaza de la Iglesia. Allí está la iglesia de San Cosme y San Damián. Monumento Histórico Artístico desde 1974 es de estilo gótico (siglo XIII). De planta basilical, en su interior destacan los retablos. Especialmente el plateresco de la Virgen del Rosario (siglo XVI) en el ábside. Obra del imaginero flamenco Amrique.
Debajo se abre la Plaza Vieja, donde desde 1351, en tiempos de Enrique II, se realizaba un mercado semanal. De estructura porticada, los edificios se sustentan sobre vigas de madera (roble y sabina) con basamento de piedra caliza. Por el Arco del Conjuradero salimos de la muralla a la Plaza Nueva, abierta a la llanura burebana. Es la entrada a la Villa. Destacan varios palacios con escudos en las fachadas y en el centro se alza la efigie de Rodríguez de la Fuente.
Por la puerta del Ayuntamiento volvemos al refugio de la muralla. Allí junto a la casa consistorial está la Oficina de Turismo. Más arriba se encuentra la tercera puerta llamada, de Las Eras. Callejeando llegamos a la carretera y las salinas.
Las salinas y el castillo
La mejor manera de recorrer el salero es en visita guiada (Oficina de Turismo). Las salinas son de origen romano y alcanzaron su apogeo en el siglo XIX. Por esas fechas Poza superaba los 3.000 habitantes. En el paseo disfrutaremos de la Fuente Buena, las canalizaciones, el acueducto y las eras para obtener la sal por evaporación. Su número ronda las dos mil pero al quedar abandonadas la mayoría se derrumbó. Unas pocas han sido rehabilitadas y en verano, cuando hace calor, sirven para mostrar como trabajaban los pozanos. De aquella época perviven el depósito de sal mandado construir por Felipe II y el almacén de la Magdalena visible en lo alto del salero.
Reservamos para el final la subida al castillo de los Rojas, que destaca sobre un emplazamiento espectacular, en la cima de un peñón calizo rodeado de paredones verticales. Fue reformado en el siglo X sobre otro más antiguo. Protege el Salero y el caserío de la villa, envuelto por la muralla. Domina la cuenca burebana. Al pie del peñón quedan los restos de los dos cubos del arco de acceso a la fortaleza que fue del linaje de los Rojas. Un camino bien señalizado sube de la villa y alcanza este paraje.
En 1298, Fernando IV entregó Poza a Juan Rodríguez de Rojas, convirtiendo la villa en señorío. En la base del castillo hubo un alcázar que conserva dos cuerpos y una torre cuadrada. Cuentan que el joven Félix se encaramaba a la torre para disfrutar del vuelo de los buitres y las rapaces.
El paseo por Poza no termina en el castillo. Podemos subir al puerto y ascender a la cima del Altotero; emprender alguno de los paseos que nos ofertan en la Oficina de Turismo o sencillamente callejear, ir de tasca en tasca y probar la morcilla local, una de las mejores de Burgos.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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