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Imagen del recuperado refugio de la capital cántabra.
Bajo las bombas. Visitas al búnker de Santander

Bajo las bombas. Visitas al búnker de Santander

El incendio de 1941 sepultó el refugio antiaéreo, recuperado ahora para recordar el horror padecido por miles de personas

iratxe lópez

Jueves, 8 de diciembre 2016, 15:27

La Legión Cóndor alemana no solo dejó diabólica huella en Gernika. Santander vivió su estela de terror el 27 de diciembre de 1936. A la una de la tarde, aviones cargados de muerte sobrevolaron la ciudad que hasta aquel momento se había mantenido sumida en una calma tensa al encontrarse en la retaguardia republicana. El día amanecía soleado. Los vecinos se echaron a la calle para disfrutar de la jornada antes de ser sorprendidos por las alarmas antiaéreas que avisaban del peligro. Las carreras se sucedieron hasta los refugios desde donde cada cual, presa de su miedo, escuchaba caer las bombas confiando en que ninguna hiciera blanco sobre su cabeza. Diez minutos después el clamor de los proyectiles cesaba. Los santanderinos emergían de sus escondites... al menos casi todos. Más de 60 personas fallecieron, decenas resultaron heridas.

Tras el siniestro balance el temor de la población a este tipo de ataques crecería al mismo ritmo que la obligación de protegerlos para sus gobernantes. En un tiempo récord, unos seis meses, se construyeron cien refugios cuando hasta entonces solo había habido veinte, lo que da una pista sobre la relativa tranquilidad disfrutada antes en la urbe. Uno de esos búnkers puede recorrerse gracias a esta visita guiada.

Superficial

Es el de la Plaza del Príncipe, denominado refugio Mariana Pineda pues así se denominaba la glorieta que lo alberga. Solo un mes tardaron las brigadas en levantar el subterráneo, cuyas excavaciones finalizaron en mayo de 1937. El soterramiento se encontraba a 50 centímetros del suelo en una zona llana ganada al mar, lo que imposibilitaba mayor profundidad debido a la aparición del agua.

Pensado para salvaguardar el bienestar de los mandos militares de un cuartel cercano, acabó abriéndose al conjunto de la población que accedía a él siguiendo la prioridad marcada por las ordenanzas aún visibles en sus paredes: niños, mujeres, ancianos y resto de habitantes. Ponerse en el lugar de quienes allí se resguardaban, sentir su pánico e incertidumbre, recordar momentos de la historia que no deberían repetirse, es el objetivo que persigue esta experiencia en la que los participantes asistirán no solo a las explicaciones ofrecidas por el guía y diversos vídeos incluidos testimonios de testigos sino que sentirán en su piel algo de lo que aquellos ciudadanos asustados sintieron durante los combates.

El lugar en sí mismo, casi intacto al permanecer enterrado tras el gran incendio de Santander de 1941, sus paredes de hormigón, la evocación de claustrofobia y falta de aire en los compartimentos preparados para albergar a 70 personas, la humedad y las vitrinas en las que pueden apreciarse objetos de la época, entre ellos un traje de aviador y una bomba Spren Cylindrische SC-250 de 250 kilos, ambienta al turista. Pero si a estos elementos se añade el bramido de la sirena, el temblor de las luces y el sonido de las bombas cada vez más cercanas, las sensaciones de realismo se disparan. "Si la juventud de ahora viera lo que pasó, lo que tuvimos que ver nosotros, se lo pensaría bien, tendría mucho miedo a las guerras", comenta en una de las grabaciones un testigo, niño en aquellos años, con la sabiduría de quienes han tenido que contemplar el horror.

Santander no fue una de las localizaciones más castigadas por los bombardeos pero, a pesar de ello, en total sufrió treinta y tres. Para soportarlos, en los refugios se permitía a los ancianos llevar sillas en las que sentarse y daban lápices para morder a los niños con el objeto de evitar daños en los oídos.

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