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Silvia Osorio | aLBA pELÁEZ
Domingo, 24 de abril 2022, 03:03
«En Londres si quiero tengo un puesto de trabajo de por vida y, en Bizkaia, veo a gente de 40 o 50 años que siguen presentándose a las oposiciones y se me quitan las ganas». Nerea Calvo es enfermera y reside en la capital ... inglesa desde hace seis años. Esta baracaldesa de 29 años, sin embargo, no se plantea el regreso debido a las «excelentes» condiciones laborales de la profesión sanitaria en Gran Bretaña. «Te hacen un contrato indefinido nada más entrar», subraya.
La joven vizcaína finalizó la carrera de Enfermería en Leioa y tuvo claro que quería vivir una experiencia en el extranjero. Eligió Londres y allí se plantó con varias compañeras «porque nos habían dicho que las oportunidades de trabajo son muchísimas y muy buenas», explica. Eso sí, la previsión era volver. Hizo las maletas pensando que su estancia no se prolongaría más allá de «seis meses o, como mucho, un año», pero la estabilidad laboral le ha ganado la partida.
Y también Cupido. Nerea ha encontrado el amor con un chico gallego y, ya se sabe, eso siempre desbarata los planes. Se han ido a vivir juntos, de alquiler, a la zona oeste de la ciudad, en Shepherd´s Bush. Sencillo, pero les sale un pico. Entre los dos -él también es sanitario-, 1.400 libras. «Y era de los pisos de una habitación más baratos», precisa la joven. Antes, compartió casa y pagaba la mitad. «Es verdad que se gana un poco más aquí, pero la vida es muy cara. En la casa en la que estoy, en Bilbao pagaría la mitad».
Calvo asegura que el sueldo no es el factor más determinante para quedarse. Desde hace año y medio trabaja en un centro oncológico de la sanidad pública, el Macmillan Cancer Center de la UCLH (University College London Hospital). «Antes estaba en Urgencias y acabé agotada mental y físicamente. Ahora no trabajo ni fines de semana ni noches», relata. La posibilidad de cambio de centro y no estancarse en un mismo puesto, de probar otra especialidad o las supervisiones a las que se les somete al colectivo cada seis meses son los principales alicientes que empujan a esta enfermera a seguir sumando experiencia lejos de su hogar.
«Cuando nació Izar nuestra familia y los amigos nos preguntaban 'pero, ¿qué hacéis ahí todavía? Volved'». Irantzu Sacristán vive desde hace casi seis años en Estocolmo. «Me surgió la oportunidad de irme a Suecia con una de las empresas con las que colaborábamos mientras estaba terminando la tesis doctoral». Ahora, más de un lustro después, está más que asentada en la capital sueca. «Nos hemos comprado hasta una casa», comenta entre risas.
La barrera del idioma en absoluto constituyó un problema a la hora de hacer las maletas sin saber si volverían pronto a su Santurtzi natal. «Ya había hecho alguna instancia en Londres y el inglés lo llevaba bastante bien». Sin embargo, Irantzu no perdió el tiempo y decidió estudiar sueco «cuando me mudé. Aunque todo el mundo maneja el inglés, las muchas interacciones del día a día se hacen en su idioma», detalla.
Su marido, Goizeder Caballero, la acompañó en su aventura desde el primer momento. «Vino sin trabajo», pero al cabo de un año «ya estaba trabajando de profesor de gimnasia y español», afirma. Las condiciones laborales y la flexibilidad son los puntos fuertes por los que Sacristán no piensa, por el momento, en regresar a Bizkaia. «No estaba mal en Euskadi, volvería encantada, pero sé que no me pueden ofrecer las mismas facilidades con las que cuento aquí». Destaca, especialmente, «la posibilidad de teletrabajar cuando lo necesite, por lo que puedo estar más tiempo con mi hija, y la duración de la baja maternal. He estado un año entero y todavía me quedan 90 días que puedo usar hasta que Izar tenga 8 años».
No obstante, asume que la vida es mucho más cara en el país nórdico: «Aquí un poteo te puede subir a 100 euros», advierte. Entre las cosas que más echa en falta destaca la «forma de socializar en el País Vasco» y, por supuesto, la gastronomía. Antes de la pandemia, Irantzu, Goizeder e Izar visitaban Euskadi entre tres y cuatro veces al año, pero «ahora han eliminado la conexión directa y tenemos que hacer una escala obligada», por lo que «se nos complica un poco más volver a casa».
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