Los rostros de la tragedia
ZALDIBAR, UN AÑO DESPUÉS ·
Compañeros de trabajo en el vertedero, su destino quedó unido para siempre al verse atrapados por la avalancha de escombrosA. S. JIMÉNEZ
Viernes, 5 de febrero 2021
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Joaquín Beltrán
Un hombre muy trabajador, humilde y sencillo
Vecino de Zalla de 51 años muy conocido, tenía su propia empresa de excavaciones que operaba en Zaldibar y en la que trabajaban su hijo y otros familiares
Joaquín Beltrán intentó salvar a sus compañeros al darse cuenta de que algo no iba bien aquella tarde del 6 de febrero en el vertedero ... de Zaldibar, en el que trabajaba junto a su hijo Fran, su hermano y su sobrino, al que alertó por teléfono de que saliera de allí, instantes antes de que el terreno se llevara por delante el camión en el que trabajaba. Salvó a muchos, pero no logró salir con vida y su cuerpo sigue sepultado bajo los escombros. Sus compañeros están convencidos de que iba a avisar a Alberto cuando fue engullido por el alud de tierra. «Nuestro hermano vivió como murió, salvando vidas», dijeron sus hermanas tras el suceso.
Joaquín nació en la localidad vizcaína de Zalla, donde residía. Tenía 51 años, estaba casado con Elena y tenía tres hijos, Laura, de 25 años, Fran, de 22 y Pablo, de 18. Joaquín era dueño de una empresa de excavaciones y construcciones que puso en marcha hace unos seis años, Excavaciones Joaquín Beltrán, y quienes le conocían decían que era «formal». «Trabajador, sencillo, muy familiar». Los vecinos de Otxaran, el barrio en el que residía, se quedaron consternados por la noticia. «Era un tipo que caía bien, que le gustaba controlar personalmente todo lo que hacía. Es una desgracia», indican.
Antes de formar su propia empresa, trabajó muchos años en calidad de encargado para Excavaciones Leandro Gómez, una empresa de Bermeo subcontratada por Cespa para gestionar el vertedero de Zalla, que está en un monte de utilidad pública, hasta que hace seis años montó su propio negocio.
Aunque su trabajo con retroexcavadoras se centraba en Zaldibar, de vez en cuando realizaba labores en zonas forestales donde tenía viejos contactos. Su compañeros aseguran que, aunque era el jefe, era habitual verle trabajando sobre el terreno. «Era un hombre humilde y honrado, de los que se ha hecho a sí mismo».
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Alberto Sololuze
Muy familiar y a falta de un año para jubilarse
Eibarrés de 62 años, aunque residente en Markina, se iba a retirar para poder dedicar más tiempo a su único nieto, Oier, que ahora tiene dos años y medio
Alberto Sololuze llevaba toda la vida trabajando y ya planeaba su retirada. Tenía incluso fecha, el pasado 14 de enero, el día que cumplía 63 años. Aunque vivía en Markina, era muy conocido en Eibar, localidad en la que nació y donde trabajó más de 25 años en las concesionarias de la Ford y también en la Peugeot. Entró en el vertedero de Zaldibar nada más dejar la Ford y trabajaba en las labores de control del pesaje de los camiones que llegaban.
Estaba casado con Nati y tenía una hija, Nahia, de 33 años, un nieto, Oier, que cuando ocurrió el desastre apenas tenía año y medio, y con el que a Alberto se le caía la baba. De hecho, una de sus ilusiones era jubilarse para poder pasar más tiempo con él y poder ir a buscarle al cole. Nahia contó que ha guardado el último regalo que le hizo a Oier, una motosierra de juguete, para que no se estropee y, dentro de unos años, el niño tenga algún recuerdo de su 'aitxitxe'.
Sus amigos dicen de él que era una «bellísima persona». En palabras de su hija, « era un hombre serio, pero le gustaba salir, ir con los amigos, al monte a por 'perretxikos'. Hace unos años mi madre tuvo un problema grave de salud y él se encargó de todo. Le echa mucho de menos. Nunca he oído a nadie hablar mal de mi padre. Tenía muchos amigos, hemos recibido muchas llamadas de gente que le conocía. Tenía 'pronto', pero era un buen hombre».
Y tenía una relación muy especial con su única hija, con la que se entendía «con una sola mirada». «Tengo una relación muy buena con mi madre y nos queremos mucho, pero cuando me despertaba de pequeña por las noches yo siempre le llamaba a él. Con solo mirarnos nos conocíamos, ya sabía lo que yo pensaba. No le podía esconder nada, porque me conocía tan bien...», asegura Nahia.
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