
Algunas veces, en algunos asuntos, no hay tantas diferencias entre Euskadi y Corea del Norte
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El Gran Líder, el Líder Celestial, no hacía caca. Es que era tan perfecto que ni esto tan básico y humano hacía. ¿Por qué hacer ... caca iba a ser algo característico de seres imperfectos? Ni idea. También escribió 18.000 libros donde viene a condensarse lo más sofisticado del saber humano. Un crack era ese hombre. Como su hijo y su nieto.
Pues la gente en Corea del Norte se cree estas cosas porque se ha refinado allí mucho el culto a la personalidad, la divinización del líder. No es sólo que sea bueno el líder, es que es el Bien mismo. A veces es cómodo eso para tener una vida plácida. Así no hay que discutirle nada, sólo obedecerle y adorarle, sin matices ni complicaciones. Sin discurrir. Lo que viene a ser convertir la doctrina en dogma y ya está. Es como coger un fragmento de realidad vulgar y compleja, y darle apariencia de perfecta circunferencia, suave y luminosa. Como una estrella cálida a la que seguir feliz y babeante.
Cambiando radicalmente de tema; aunque parezca mentira, esta semana se ha seguido hablando del polaco aquel que mencionó el presidente de Kutxabank para dolerse de que el euskera es un factor limitante para atraer talento aquí, para que vengan profesionales de otros lados. No hay que ser muy mentalista ni campeón en empatías para entender que puede ocurrir que una persona polaca con hijos pequeños, lo mismo que una italiana o una croata, vea con incómoda reserva una oferta de trabajo que le llegue desde Euskadi cuando su progenie aquí va a tener que escolarizarse en lengua vasca. Lo mismo, similar razonamiento, sirve para una familia de Burgos, de Cádiz, de Madrid o de Murcia. O de Bolivia, Nicaragua o Argentina. Pues claro que algunos potenciales acogidos en el país nuestro lo verán, lo de las clases a la prole en euskera, como un inconveniente algo desincentivador para decidirse por la mudanza.
Hay al menos tres maneras de contemplar el asunto.
La primera es recordar que Euskadi ha tomado la decisión legítima y respaldada mayoritariamente por la sociedad de orientar su sistema educativo hacia la defensa, preservación y fomento de la lengua propia por la vía de la inmersión. Es el modo de que el euskera no sea arrollado por idiomas hegemónicos. Eso sí, como cualquier medicina tiene sus contraindicaciones, sus pegas. Una de ellas es que el sistema puede resultar poco simpático para gente que está de paso. Pero se entiende esto como uno de los peajes necesarios, una inevitable derivada que no debe condicionar una política educativa que busca básicamente la euskaldunización.
La segunda forma de aproximarse al asunto, de analizar las cosas estas, es que, visto lo visto, el precio de la inmersión es demasiado alto, así que estaría bien una educación más flexible en términos lingüísticos. Que cada cual pudiese elegir en qué lengua educar a sus pequeños. Elegir, al menos, entre las dos oficiales. Que la ONU dice que tienen mejores resultados quienes estudian en su idioma materno, menudo descubrimiento. Incluso podría haber opciones en inglés para fomentar la llegada de gente de fuera que no cobra los sueldos galácticos necesarios para ingresar a la prole en selectos colegios privados. Claro, así el euskera perdería protagonismo y fuste, cuando su salud está lejos de ser vigorosa pese a todo.
El tercer modo de enfrentar el debate, o lo que sea esto, es no hacerlo. Negarlo. Que no. Que ni hay polacos a quienes les molesten las peculiaridades del sistema educativo vasco, ni madrileños con recelos, ni bolivianos preocupados por la educación de su descendencia. Que no pasa nada. Que todo lo que orbita alrededor de un objetivo legítimo y deseable, el fomento del euskera (en el colegio, pero también en Osakidetza y en todos lados) es bueno en sí mismo por aproximación. Sin matices ni efectos secundarios aunque sea levemente dañosos. Y si hay matices no son matices, sino ataques intolerables a la identidad, a la esencia y al Bien en general. Que no hay que escuchar nada que contradiga el dogma, que rete intelectualmente al 'establishment'. Porque todo esto, el sistema vigente e incontestable, es como una perfecta circunferencia suave y luminosa, una estrella cálida a la que seguir sin discusión ni cuestionamientos.
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