A nadie le gustan unas obras cerca de su casa o comercio. El ruido y el constante traqueteo de la maquinaria ponen nervioso a cualquiera. Aunque se tenga el convencimiento de que lo que se está construyendo es algo que en un tiempo repercutirá de ... forma positiva, no agradan. A los vecinos del Ensanche, obviamente, tampoco.
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Un paseo por los comercios que rodean la plaza -ahora cubierta por vallas- evidencia un descontento y hartazgo generalizados, mientras los afectados intentan concienciarse de que todavía les quedan dos años más así. Así lo expresa Mikel Ortiz, propietario de Confituras Goya. «Hemos perdido visibilidad y no dejamos de perder clientes», cuenta. «Si a nosotros nos va mal, no quiero imaginarme a quienes tienen que pagar un alquiler».
Preguntado por la posibilidad de que el Ayuntamiento les exima de pagar las tasas municipales mientras dura la obra, como reclaman algunos comerciantes de la zona, no lo tiene claro. Sostiene que «sentaría un precedente que supondría que tuviera que hacerse lo mismo cada vez que se impulsa una obra. Y no es la idea». Sabe que estos dos años van a ser duros -«sobre todo las navidades»-, pero también, tiene claro que en un futuro le va a merecer la pena.
Vanesa González, que regenta una tienda de chucherías, es menos optimista. Se muestra harta del ruido y no quiere ni imaginar «lo que va a pasar cuando empiecen a agujerear de verdad». Pero si algo le preocupa son las cuentas: «Aunque pensaba que iban a ir a peor -de hecho, se planteó cerrar si se ponía en números rojos-, van mal». Tiene la suerte de que la propietaria del local le ha rebajado el alquiler durante el tiempo que dure la obra, aunque ya le ha avisado que cuando culmine se lo subirá de nuevo.
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En busca de algo de optimismo, Vanesa se congratula por «estar en un lugar de paso». En cambio, el bar Dux, solo a unos metros, «va a quedar encajonado de verdad». Según cuenta, no solo va a tener que sufrir las obras del Ensanche, sino que le van a colocar unos módulos delante para acometer la reforma del Palacio de la Justicia.
La protesta del vecindario viene por el «exceso de ruido» que provocan las obras. Alberto González teletrabaja junto a la plaza y reconoce que hay días que «son un auténtico infierno». «Llevamos así tres meses y parecen dos años. A ver cómo aguantamos».
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