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Carlos Benito | Leire Pérez
Domingo, 2 de junio 2024, 00:55
Entre las voces que se escuchan estos días en Getxo no faltan algunas críticas al cura de San Nicolás, Javier Garay, por su trabajo con personas migrantes, ya que entre las labores que realiza la asociación San Nikolas Zabalik figura la acogida de una veintena de jóvenes en la propia casa parroquial, situada en el centro de Algorta. El sacerdote es muy consciente de estas tensiones que se están produciendo en el municipio y puntualiza: «Meter a todos en el mismo saco es la gran injusticia, no se puede etiquetar a todo un colectivo como delincuente».
«En primer lugar hay que ir a las estadísticas, que son positivas, pero es verdad que se habla más del tema y que casos graves como el ocurrido el fin de semana pasado generan un efecto multiplicador. Algorta es un pueblo seguro, pero hay más inquietud», analiza el sacerdote, que vincula la situación con «el aluvión de personas que han llegado, como a todo el Gran Bilbao». Según detalla, en la localidad hay unas 150 personas durmiendo en la calle y en bosques cercanos, y algunas de ellas tienen problemas con el alcohol y las drogas, que son «terreno abonado para la delincuencia».
El sacerdote deslinda eso de la actividad de San Nikolas Zabalik. «A veces, la respuesta fácil es decir que la culpa es de los que ayudan. Nosotros ayudábamos cuando había drogadicción, ayudamos también cuando se produjo la inmigración latina vinculada al servicio doméstico y, ahora que hay magrebíes durmiendo en la calle, seguimos ayudando. Pero las personas atendidas por la asociación están acompañadas, estudian, socializan con gente de aquí, encuentran trabajo... Eso es lo mejor para evitar la delincuencia: por ayudar no se producen los problemas».
«Los propios magrebíes que están con nosotros tienen miedo», añade Garay. De hecho, varios evitaron asistir el otro día al Ibilaldia por esa causa: «Por un lado, tienen miedo de esos otros que la lían; por otro, de las personas que los miran mal e incluso de la Policía. Son gente normal y también tienen miedo». ¿A él le ha tocado tratar con ese otro colectivo más problemático? «Los del pueblo conocemos a gente más cascada que deambula todo el día», asiente, además de pedir que todos los municipios contribuyan en estas cuestiones: «Las ciudades tienen recursos, pero las otras poblaciones, en su medida, también tienen que arrimar un poco el hombro».
El párroco sabe que, en una situación como la actual, algunos sectores cuestionan su labor. «Pero tenemos una base social que contrapesa los rumores negativos. Y yo entiendo que la gente también tiene derecho a ponerse nerviosa».
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