Aimar ha nacido dos veces. El 18 de octubre, en el que vino al mundo, y ayer, jueves 20, cuando volvió a los brazos de sus padres después de ser secuestrado. Según han revelado hoy, antes de salir del centro sanitario camino de su casa ... en Durango, nadie les había explicado el protocolo de Osakidetza en el que se fija que un recién nacido nunca se separa de sus familiares en el hospital.
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«Va a tener dos cumpleaños», comentaba con cariño Pedro Castro, su padre, mientras observaba al pequeño y a Laura Valle, su mujer. Las miradas de ambos reflejaban un enorme cansancio. El generado por la noche más angustiosa para esta familia de Durango. Una pesadilla con final feliz. «Estamos contentos, pero agotados», explicaban anoche en conversación con este periódico.
Pedro despertó del mal sueño del rapto a las ocho de la mañana. El inspector de la Ertzaintza que había dirigido toda la operación de búsqueda le telefoneó. El tono era distinto. «Tengo una muy buena noticia Pedro. Le hemos encontrado y está bien». Nunca se le olvidarán esas palabras.
«Quiero agradecer a todo el mundo que nos ha ayudado. A la persona que lo ha encontrado y llamó a la Ertzaintza, a los agentes, al personal de Basurto que nos ha arropado durante todo este...». Demasiada emoción. Demasiados sentimientos. «Y también a EL CORREO y al resto de medios por darle difusión a la noticia. Creo que gracias a todos vosotros esa mujer -por la detenida- se pudo sentir acorralada y entregó al bebé», explicaba.
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Aimar llegó de nuevo al hospital poco antes de las nueve de la mañana. Lo hizo en una ambulancia. Le esperaban ansiosos Laura y Pedro. «Pegué un salto y me metí dentro. Venía en una incubadora...», evoca. Tras pasar los pertinentes exámenes médicos, los sanitarios determinaron que el bebé estaba en buen estado de salud. Y tenía hambre. «Desde que ha vuelto no se ha despegado del pecho de su madre», bromeaba el orgulloso padre.
Era el final a una pesadilla que duró once horas. De una historia que recordarán para siempre y que le contarán a este bebé que vino al mundo con poco más de tres kilos de peso. Un mal sueño que comenzó a las nueve de la noche anterior cuando una mujer, haciéndose pasar por una sanitaria, entró en la habitación donde descansaba Laura. En ese preciso momento estaban ella y otra madre que había dado a luz unas horas antes. No había más acompañantes. La madre de Laura se había marchado justo unos minutos antes. «Fue cuestión de una hora. Su madre se había ido y yo aún no había llegado», relata Pedro.
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La mujer, vestida con un uniforme blanco del hospital de los que emplean el personal médico y el administrativo, les dijo que les iba a dar el alta porque había «saturación» y tenía que hacer la prueba del oído a los dos, primero a uno y luego al otro. El destino quiso que el primero que se llevase fuese Aimar. «Nadie nos había explicado el protocolo», asegura Pedro. «Hace tres años, cuando nació nuestra hija, tampoco nos lo explicaron». El padre de Aimar reconoce, además, que no les han sentado nada bien las palabras que, al parecer, pronunció la consejera de Salud, Gotzone Sagardui. «Vino a darnos ánimos y luego nos enteramos de que va diciendo que nos han explicado el protocolo. Eso ha hecho que mi mujer se sienta mal. No es verdad», ha apostillado hoy en Radio Nervión.
Pasaban los minutos y el bebé no volvía. Laura se extrañó. Pedro regresó a la habitación después de haber estado en su casa de Durango unas horas con Alaia, la hija mayor de esta pareja, de 3 años, y que iba a pasar la noche con una familiar. Seguía sin volver el bebé. Le extranó. Preguntaron a una celadora por qué tardaba tanto. «Empezaron a preguntarse los unos a los otros». Ahí saltaron todas las alarmas. Ninguno de los profesionales del turno de noche estaba examinándole. Consultaron a los de la tarde. Tampoco. A los celadores por si habían realizado algún traslado. Nadie sabía nada.
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Fueron momentos de mucha tensión. De rabia y gritos. De desesperación. Pedro estaba fuera de sí. Lógico. No paraba de buscar a su hijo por dentro y fuera del pabellón. Entre los arbustos de otros edificios del recinto hospitalario, en las papeleras, en los recovecos... Le dieron un calmante. A pesar del dolor que sentía, fue capaz de tener una genial idea: salió a la avenida Montevideo acompañado de una celadora, pararon un taxi y le pidieron que avisase a los compañeros por radio por si alguien podía haber visto a la mujer que les había robado a su hijo y que lo llevaba, según habían visto en las imágenes de una cámara de seguridad, metido en una bolsa blanca.
«Sé que queda menos para que me traigan de vuelta a Aimar», repetía una Laura serena según avanzaba la madrugada. Muchas de esas horas las pasó sentada en una silla que los sanitarios le colocaron a la entrada del pabellón Iturrizar. «En cuanto me lo devuelvan no voy a dejar que se separe de mí hasta que cumpla los 30 años», comentaba. Algo dentro de ella le decía que era todo un mal sueño y que pronto se despertaría.
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A las cuatro de la madrugada Pedro llamó al responsable de la investigación. Este les dijo que habían podido ver en unas cámaras de vigilancia que la secuestradora había entrado en una farmacia de la calle Alameda Recalde y comprado leche y un biberón. «En ese momento supe que ya quedaba menos para volver a ver a mi hijo», recordaba ayer. A las ocho, el responsable de la investigación les llamó de nuevo y les dio la mejor noticia de su vida. Poco después este inspector y Pedro se fundirían en un abrazo entre lágrimas en el hospital. Demasiadas emociones contenidas.
Anoche, Los padres de Aimar solo pensaban en poder volver a su casa. Para que «Alaia conozca a su hermano» y poner punto final a una pesadilla con desenlace feliz.
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