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Está a unos tres kilómetros del centro, pero sirve de guarida al olvido. El Peñascal es el barrio más pobre de Bilbao, pero sus fachadas desconchadas y escaleras que trepan al monte, propias de otro tiempo, todavía son historia viva de la ciudad. Encajonado en ... el Arraiz, este enclave dio cobijo a la avalancha de hijos del éxodo rural que huyeron de la miseria de los campos para labrarse un futuro en la pujante industria local. Criaron a sus hijos con sudor en casas que levantaron en las laderas con sus manos, cargando con sacos de ladrillo y hormigón por las cuestas embarradas. Les dieron un futuro. Las lluvias que provocaron las inundaciones de 1983 borraron dos tercios del barrio del mapa. Los vecinos que resistieron se hicieron mayores. La humedad comenzó a pasar factura a sus pulmones. Las casas, separadas de la carretera y de los servicios básicos por más de cien peldaños en muchos casos, se convirtieron en «cárceles».
Muchos murieron sin poder salir de ellas durante años. «Parecen 'as favelas do Brazil'», dice la brasileña Licky Cardoso, que llegó hace ocho años a uno de los pocos bloques con ascensor. El Ayuntamiento de Bilbao ha solicitado al Gobierno vasco la declaración del barrio como zona degradada. Así, la sociedad municipal Surbisa podrá apoyar la rehabilitación de los inmuebles que resistirán al plan de derribos de ambas instituciones.
Un total de 52 comunidades con unas 200 viviendas recibirán subvenciones especiales para instalar ascensores y arreglar fachadas. Los vecinos solo afrontarán el 25% del coste de la obra y en casos muy concretos, las ayudas podrán llegar al 100%, asegura el concejal Jon Bilbao. El problema es que la instalación de elevadores es compleja por la falta de espacio. De ahí la importancia de la intervención de la sociedad municipal, capaz de idear soluciones comunes, propiciar acuerdos y gestionar las reformas.
200 viviendas
tendrán ayudas extra para poner ascensores o fachadas. Son 52 comunidades.
Desde el día 11, personal de de Surbisa realiza encuestas por los domicilios para tantear necesidades. «Si fuera por mí pondría ascensor mañana mismo», relata Asun Matos, de 84 años, que reside en unas viviendas que construyeron tras la riada. «Hace dos años lo instalamos y ahora vamos a poner la fachada, unas placas blancas de esas. Todo lo que sea mejorar, bien», cuenta Anacleto Moreno, natural de Plasencia, que vive junto al único bar de la zona. Él no será realojado, pero opina que el barrio «está totalmente abandonado. Llevan años diciendo que iban a tirar esto y no lo han tirado...». Y es que El Peñascal vive entre la resignación y la esperanza. El mayor plan de rehabilitación urbana de Euskadi y que sufragan el Ayuntamiento de Bilbao y el Gobierno vasco tirará 223 viviendas de la ladera - ya se derribaron 103 en una fase anterior en Iturrigorri y Gardeazabal- y realojará a los vecinos en 218 pisos nuevos. Pero es una operación que se está haciendo esperar. De hecho, al menos cinco ancianos han tenido que ser trasladados a un piso municipal mientras se ejecuta porque ya no podían acceder a sus casas.
Los primeros realojos no se esperan al menos hasta 2026, cuando terminarán los bloques que el Gobierno vasco empezará ahora a construir al borde de la carretera. «No me da ninguna pena irme y eso que yo nací en esta casa. Si esto hubiera sido cualquier otro barrio, o si hubiera estado en cualquier otra ciudad, hubiera sido renovado hace años. Si los políticos hubieran tenido aquí a sus madres, ¿esto seguiría así? Lo dudo», denuncia José Rivero, de 63 años. Pilar Alonso es otra de esas vecinas de toda la vida que espera la regeneración como agua de mayo. Nació allí hace 64 años y vive en unos bloques condenados a la piqueta. «Bajo lo justo, porque ya me cuesta subir las escaleras. No sé si gastar los pocos ahorros que tengo en arreglar esto y lo otro, porque no sé si en dos inviernos seguiré aquí..». «La próxima entrevista a ver si me la haces en la casa nueva. ¡Ojalá!», desea Luci Portela, que tiene 76 años y llegó con 9 de Orense. Ahora reside temporalmente en el piso de su madre, harta de subir escaleras. «Mi cuerpo no me respondía. Y había mucha humedad».
«Los inviernos son duros. Pero los veranos, con esta terraza, gloria bendita», confiesa Adeli Alonso, de 65 años. Eso sí, se queja de que no hay servicios, de que tiene que bajar la basura hasta la iglesia y de que la cuesta resbala con el rocío o cuando llueve. «Ya me he caído tres veces, con esguinces y todo. A la próxima denuncio. Seguimos como hace 60 años, sin limpieza», denuncia. Hay gatos callejeros que matan a las ratas «como conejos» que viven en la campa. Por lo demás, no quiere dejar su casa ni loca. Está incluida en el plan de derribos. «Es sentimiento. La hizo mi padre, que nació en Erandio, a base de sudor. Aquí he nacido yo y mis dos hermanos. Si me la tiran me llevan a Derio». Francisco Cerrato, de 67 años, es otro de los afectados. Llegó a El Peñascal hace justo medio siglo desde Esparragosa de Lares, en Badajoz. Residió en una casa derribada tras las inundaciones. «Esta va a ser la segunda que me tiren», explica. Espera, eso sí, poder irse de alquiler a las nueva. «A mi edad ya no puedo meterme en préstamos».
En su juventud había más de diez bares y muchas tiendas en El Peñascal. No hacía falta bajar al centro de Rekalde para comprar nada. Ahora queda una taberna, una farmacia, una tienda de alimentación, una panadería y una carnicería. Los vecinos denuncian que la degradación trae más degradación. El barrio, ya deteriorado, es muy asequible, por lo que llama a las rentas más bajas. Muchos vecinos han sido trasladados a residencias y personas conflictivas «okupan» sus casas sin que se ponga remedio. La convivencia se torna complicada para los mayores. Y muchos nunca podrán ver con sus ojos el renacer del barrio. En el 'mientras tanto' del millonario plan -en el derribo de 103 viviendas en Iturrigorri y Gardeazabal y el realojo de sus inquilinos se invirtieron 75 millones y esta fase supondrá al menos otros 80- el viejo Peñascal, el de toda la vida, se muere.
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