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Se puede garantizar «al cien por cien» la ejecución de un proyecto cuya «viabilidad» se pone en cuarentena? ¿Puede ser una «apuesta firme» y una «oportunidad» para una comarca un museo que no se sabe a ciencia cierta si se construirá o no y que ... se mueve, según sus propios promotores, en «la incertidumbre»? ¿Por qué se anuncia ahora, en puertas de las elecciones autonómicas, un acuerdo adoptado en diciembre para después salir a matizarlo por tierra, mar y aire? ¿Por qué el portavoz del Gobierno vasco y consejero de Cultura lee la lista completa de miembros del Patronato del Museo Guggenheim para insistir en el perfil colegiado de la decisión si el lehendakari Urkullu y la diputada general Etxanobe ya habían confirmado el lunes que ambos «de la mano» propusieron a ese órgano «darse un tiempo», como las parejas en crisis? ¿Por qué el mismo Bingen Zupiria, que en octubre de 2022 dijo «no saber» si el Guggenheim de Urdaibai se haría o no, se remitió ayer al Plan Estratégico que contempla establecer las «bases concretas» del proyecto antes de 2028?
Preguntas, preguntas, preguntas. Demasiadas preguntas, algunas sin respuesta, que han ahondado, en todo caso, el desconcierto sobre el futuro real del proyecto de ampliación del Guggenheim y sembrado la perplejidad, no ya en la sociedad vasca en general y vizcaína en particular, sino en el propio PNV, cuya base social se pregunta por la razón última de unos bandazos que, a la postre, han dado un balón de oxígeno a los detractores habituales del proyecto -Bildu, Podemos y ELA, entre otros-, que ayer no dudaron en hablar de «moratoria», «parálisis» o «cambio de estrategia», a pocas semanas de que, previsiblemente, queden oficialmente convocadas las elecciones.
La explicación más lógica pasaba, por lo tanto, por presuponer que el PNV había dado la orden de meter el plan en el congelador para que la contestación de parte de la comarca y de grupos vecinales y ecologistas de la zona no enturbiara la campaña ni abonara los agravios territoriales y la desafección en los votantes guipuzcoanos y alaveses. Pero la teoría se desmoronó ayer, en parte, cuando la presidenta del Bizkai, Itxaso Atutxa, dejó claro que la ampliación «ni se paraliza ni se enfría», una versión corroborada por portavoces de la Diputación y, en privado, por el entorno del lehendakari Urkullu, que insiste en que el museo se hará aunque los gestores se tomen un tiempo para afianzar el proyecto mientras continúan los trabajos de descontaminación y planificación urbanística. Pero ni la propia Atutxa se atrevió a ir tan lejos, aunque dudó de que en estos dos años surjan «obstáculos insalvables» que lo tumben.
Entre las certezas de las que se dispone está el carácter «irrenunciable», según distintas fuentes, que el futuro museo entre Murueta y Gernika tiene para Sabin Etxea y para la Diputación de Bizkaia. Y singularmente para el diputado de Infraestructuras, Imanol Pradales, a punto de ser proclamado el sábado en Durango flamante candidato jeltzale a lehendakari, uno de los más entusiastas defensores del proyecto.
Entre las incertidumbres, en cambio, si el candidato agitará esa bandera en campaña o la esconderá y, sobre todo, por qué se infla un globo que después se pretende pinchar. ¿Para ganar tiempo ante la inminente cita con las urnas? Extraña manera de hacerlo, si ése era el objetivo. ¿Por un golpe de autoridad de Urkullu, para, en las postrimerías de su mandato, frenar un proyecto por el que el Gobierno nunca había llegado a apostar sin ambages? Hay quien aventura esa posibilidad, que, de ser cierta, sería lo más parecido a descerrajarse un tiro en el pie.
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