La mayoría absoluta PNV-PSE sobre la que se cimentará el mandato de la primera diputada general de Bizkaia, Elixabete Etxanobe, es un paradigma en el sentido literal de la palabra. Responde a un modelo asentado en la cultura política vasca con rasgos fácilmente reconocibles - ... en este caso, la estabilidad como «un valor en sí mismo», la palabra más repetida al anunciar el acuerdo- y es, sin embargo, susceptible de ser sustituido por un conjunto de unidades análogo y capaz de cumplir idéntica función.
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A simple vista, el paradigma permanece inalterable y sin síntomas de desgaste. Etxanobe declaró su vocación de continuar el legado de su predecesor, Unai Rementeria, y no ofreció, al margen del cambio de caras, novedades relevantes respecto al mandato anterior o a lo dicho en campaña: un Gobierno foral centrado en el desarrollo económico del territorio, los servicios sociales y la movilidad sostenible. También la entente que lo sustenta parece granítica: no sólo se ha reproducido en Bizkaia sino en los otros dos territorios vascos y en la práctica totalidad de los municipios donde los números lo hacían posible. Incluso, el reparto numérico de áreas entre jeltzales y socialistas es la misma que en la legislatura anterior sin que nadie haya pensado, ni por un momento, en otra alternativa posible.
No obstante, la negociación puertas adentro ha sido laboriosa, con un PSE rocoso decidido a ganar peso político en el Consejo de Gobierno al haber mantenido el mismo número de junteros, ocho, frente a los dos que ha perdido el PNV. Su criterio se ha impuesto, finalmente, aunque no con la cartera de relumbrón que deseaban, sino con más responsabilidades atribuidas a las que ya gestionaban. ¿Grietas en el paraíso? No necesariamente, pero sí una realidad algo más agitada de la que asoma a la superficie: la incapacidad para ilusionar al electorado hizo perder 52.000 votos al PNV y 13.000 al PSE el 28-M. En Gipuzkoa y Vitoria han tenido que recurrir al PP y la inercia de su acuerdo no es tan aplastante como parece.
Es pertinente preguntarse en qué medida el PSE ha priorizado acallar el ruido de los pactos con Bildu y las elucubraciones sobre su posible traslación a Euskadi -en puertas de unas autonómicas en junio de 2024- para no perjudicar a Pedro Sánchez el 23-J. Igualmente cabe cuestionarse hasta qué punto los jeltzales han edulcorado su hartazgo con el presidente para no agitar las aguas de un pacto que sigue abriendo las puertas de un mandato sin sobresaltos.
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De ahí que Iker Casanova no solo vistió ayer con soltura el traje de candidato -sin corbata y sin pullas propias de la oposición- sino que proclamó que, en la sociedad actual, «el paradigma es el cambio». Ya Heráclito aludía al cambio como la única constante, pero Bildu lo agita ahora en Bizkaia porque sabe que solo recortando distancias al PNV en su feudo histórico puede acariciar el soñado 'sorpasso'. Los jeltzales, en cambio, sólo ven en Bildu un cambio «estético» y el paradigma de siempre por mucho que sus dirigentes hayan alternado en la Fan Zone del Tour.
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