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Juan José Calvo es el actual propietario del restaurante Montenegro, un célebre local de bodas y comuniones situado en el alto de Enekuri y que ... cerró hace unos años. El pasado jueves recibió una de esas llamadas que no se olvidan jamás. «Me contaron que habían entrado unos okupas en el bloque anexo al restaurante donde estaban las oficinas. Se han instalado allí, al menos un hombre y dos chicas». Todo sucedió con mucha rapidez. «El viernes ya vinieron a meter colchones y cosas y llamamos a los municipales de Erandio y a la Ertzaintza. Pero no parece que se pueda hacer nada, porque no es una primera ni segunda residencia. Es increíble. Apareció una mujer que nos dijo que es la abogada de los okupas. Le preguntamos que qué querían. Dicen que vivir allí y empadronarse. El edificio no tiene la habitabilidad porque eran oficinas. Es increíble que alguien entre y se quiera quedar con lo tuyo de esta manera», denuncia.
El sábado la cosa se complicó. «Llamamos a la Policía porque estaban intentando conectarse a la corriente eléctrica y dejaron de hacerlo cuando vinieron. Vas a hablar con ellos y te dicen que no puedes acercarte demasiado al edificio, que tienen sus derechos». Entonces se reunieron enfrente de la casa 'okupada' «una veintena de personas», según testigos presenciales. «La Policía te dice que, como es si fuera su casa, pueden ir amigos. Metieron cervezas y parece que hicieron algún tipo de fiesta. Les vimos echándolas a la basura y te dicen que son artículos de primera necesidad», se indigna. También hubo algún conato de tensión entre ambas partes. Muestra una foto «de uno de los que apoyaban a los okupas haciéndonos una peineta a los propietarios». Tiene varias en las que se ve a un grupo grande a las puertas de la vivienda.
queja del propietario
Juan José ha reunido a familiares y amigos para que le ayuden en la tarea de «evitar que entren al otro edificio, en el que estaban las cocinas y comedores del Montenegro». Era en su día el bloque principal, con una entrada techada y un gran toldo blanco donde todavía puede leerse el nombre del restaurante en letras negras. Nada más entrar, a la derecha, hay una barra donde han comenzado muchos convites. En 2014 la empresa que gestionaba el Montenegro y el Abaroa entró en concurso de acreedores y acabó cambiando de manos. El interior del antiguo restaurante está bastante deteriorado y ha sufrido «varios robos» en los últimos años, pero «nada parecido a esto».
Juan José cuenta que ha habido ya «varios intentos» de meterse en el edificio principal, que es mucho más grande. Muestra una puerta rota en la parte trasera que daba a un pequeño receptáculo para almacenar cosas, pero sin acceso. Relata también que «cuando llegamos habían roto la cadena de la entrada principal».
«Hemos recogido firmas con DNI de vecinos que demuestran que han llegado esta semana, porque parece que quieren decir que llevan meses y es mentira», apunta el propietario. Mientras esto se aclara, han tomado una decisión drástica. «Estamos haciendo turnos y viniendo aquí a dormir para evitar que puedan entrar a los comedores». Han llevado sacos y esterillas. ¿Hasta cuándo? «Hasta cuando haga falta». Cuentan que han pasado la noche «sin miedo, pero sobresaltándonos cuando se escuchaba algún ruido». «La Policía sólo nos dice que no les amenacemos ni intimidemos porque puede ser peor todavía y tienen las de ganar», añade. «Estás pagando un crédito para que se aprovechen otros. Estamos luchando por el futuro de una familia. Nosotros tenemos un proyecto de hacer aquí una residencia, que está en tramitación y avanzado. Esto es una faena enorme».
Desde el exterior, los okupas parecen bastante asentados. Han tapado la puerta trasera con un plástico y permanecen en el interior. «Esta mañana estaban las dos chicas en sujetador limpiando las ventanas», cuenta Juan Carlos. En el grupo surgen dudas sobre cómo estarán haciendo la comida porque en las oficinas no hay cocina. Periodista y fotógrafo damos una vuelta alrededor del bloque y sacan la mano para grabarnos desde una ventana. «No hay derecho. Estamos desamparados», lamenta Juan José.
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