El testimonio más estremecedor es el de un propietario cuya vivienda fue ocupada. Jose, el patriarca ahora fallecido, le pidió que al mudarse le alquilara el piso a su hija. «Me dijo que él respondería por ella», recuerda el hombre, quien confiesa que ha pasado «muchas noches sin dormir». «La tontería me salió cara». La chica y su pareja le pagaron «los cuatro primeros meses». Después se convirtieron en 'inquiokupas' (la palabra de moda, que se refiere a los inquilinos que dejan de afrontar el pago del alquiler sin abandonar la vivienda). El padre alegaba que «no podía con ellos» y le animó a denunciarles.
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«Me costó tres años sacarles de allí, tiempo en el que estuvieron sin pagar el alquiler. Tuve que contratar un abogado y un procurador y hubo un juicio. La primera vez que vino la Policía a echarles les lenzaron baldes y de todo por las ventanas, y como sólo eran dos patrullas, se tuvieron que marchar». Para la siguiente ocasión en que el juzgado dictó orden de desahucio, ya se habían marchado. «Tuve que pedirles la llave». Antes de devolvérsela, me advirtió: 'No te va a servir para nada'», recuerda el hombre.
Cuando él y su mujer entraron en la vivienda, comprobaron a qué se refería. «Me dejaron sin muebles. Se habían llevado hasta el bidé. Los electrodomésticos, las camas... todo había desaparecido y la casa estaba destrozada. Me tuve que gastar 7.000 euros en reparar los daños y el seguro sólo me cubrió 2.500. También se apoderaron de mi trastero tirando la puerta abajo».
A partir de ese momento puso una «puerta de alta seguridad» y colocó una cerradura con ocho vueltas de llave. «El inquilino tarda media hora en abrir» y temen «que se quiera ir». El hombre, de origen africano, se compró una bici y la puso un candado, pero aún así se la robaron. Hace casi un año que Jose no va por allí, y cuando lo hace, siempre va acompañado «del electricista o el albañil y mi mujer se queda en el coche».
Los okupas de su piso no se fueron muy lejos, entraron en el de arriba. «Estaba vacío y pendiente de alquilar». «Me pagaron un mes y se quedaron dos años», señala la propietaria, que también tuvo que recurrir al juzgado para desalojarles y gastarse un dineral, 8.000 euros, en arreglar los cuantiosos desperfectos. «La Policía ha tirado la toalla y pasa olímpicamente». Eso sí, ninguno sospechaba del arsenal de escopetas y pistolas que ha intervenido la Ertzaintza tras el tiroteo. «Ha habido sangre, peleas de navajas, cachavas... pero nunca he oído un tiro, la verdad».
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