– ¿Cuántos agentes forman el grupo contra la trata de mujeres?
– Somos nueve, que procedemos de los tres pilares en que se divide la Ertzaintza: Protección Ciudadana, Investigación e Inteligencia.
– ¿Cuántas son mujeres?
– Es casi paritario, muy por encima de la proporción de mujeres en otras unidades. De los nueve, cuatro son mujeres. Es un problema de género y la perspectiva de la mujer puede resultar muy enriquecedora.
– ¿Desde cuándo actúa?
– El plan de acción contra la Trata de Seres Humanos con Fines de Explotación Sexual se diseñó en 2015 y el grupo estable en la Ertzaintza para impulsarlo, en 2016. Ese mismo año se puso en marcha una experiencia piloto en Irún y en 2017 se extendió a otras tres comisarías, Vitoria, Renteria y Muskiz. El pasado enero se sumaron otras once ertzainetxeas, entre ellas Bilbao. Hace veinte días que acabamos de finalizar la implantación en toda la Ertzaintza.
– ¿Con qué resultados?
– Muy buenos. Gracias al plan hemos podido liberar a dos víctimas y se ha obtenido información policial que se está trabajando.
– Hábleme de esos dos casos.
– La primera era una menor subsahariana que estaba ejerciendo la prostitución en la calle en Vitoria. Nuestros agentes la vieron, sospecharon que podía ser una víctima de trata y empezaron a hablar con ella. Fue derivada a un recurso de la Diputación de Álava. La última noticia que tenemos de ella es que está bien. La otra era de una mujer latinoamericana que se puso en contacto con nosotros para manifestarnos que se prostituía de manera no voluntaria, también en Vitoria, aunque cuando contactamos con ella ya se había ido de la comunidad autónoma.
– No todas las mujeres que se prostituyen son víctimas de la trata.
– Es básico diferenciarlas para poder abordar el problema, pero tenemos que entrar en ese mundo, en ese caladero para detectar quiénes son las víctimas.
– ¿Cree que una posible legalización de la prostitución acabaría con la explotación sexual?
– Cada uno tiene su opinión, como ertzainas no podemos pronunciarnos, pero la Ertzaintza es normativista. La situación es alegal, dentro de tres días si la sociedad lo quiere será abolicionista o regulacionista, y nosotros jugaríamos con esas cartas. Tenemos ejemplos de todo, los nórdicos son abolicionistas y en Alemania han regulado la prostitución. Creo que se tiene que abordar este problema ya y contar con todas las partes y una de las voces más importantes es la de quienes ejercen la prostitución.
«Con engaños»
– ¿Cómo abordan a estas mujeres? La primera reacción será de rechazo.
– Por su puesto, es un colectivo muy vulnerable, que se siente perseguido. Partimos de que las víctimas no van a venir a comisaría a denunciar, no confían para nada en la Policía. Y, o nos quedamos en las comisarías tranquilamente o salimos de nuestro espacio de confort para liberar a las víctimas y procesar al delincuente. Vamos a las rotondas de paisano y nos acercamos con más o menos empatía. También a los clubes, donde nos identificamos como ertzainas, y a los pisos, lo más complicado, porque para nosotros es un número de teléfono y tenemos que fingir que somos clientes. Una vez que franqueamos la puerta, les decimos que somos ertzainas y que les vamos a ayudar, un mensaje de tranquilidad, no de controlar sino a protegerles. La prostitución es una profesión peligrosa, los clientes las amenazan, las chantajean... Les damos nuestra tarjeta con un teléfono abierto las 24 horas y atendido por agentes femeninas y un díptico en chino, rumano, portugués.
El 70% son latinoamericanas, un 15% nigerianas, el 10% rumanas y un 5%, chinas
– La mayoría son inmigrantes, ¿de qué países?
– Según nuestros datos de cuatro comisarías, el 94% son extranjeras. De ellas, un 97% mujeres, un 2% transexuales y un 1%, hombres, venezolanos y brasileños. El 70% son latinoamericanas (Brasil, Colombia, República Dominicana y Paraguay), un 15% nigerianas, 10% rumanas y un 5% chinas, un fenómeno relativamente nuevo, sólo están en pisos.
– ¿Cómo las captan?
– Con engaños. Algunas saben a lo que vienen, pero no las condiciones, como prostituirse las 24 horas, sin preservativo y sin poder rechazar a clientes. Las hacen creer que van a trabajar en el servicio doméstico y cuando llegan aquí las amenazan con palizas o con hacer daño a sus familiares hasta que no paguen la deuda acumulada, que puede ascender a entre 20.000 y 40.000 euros y que no se acaba nunca.
– ¿Quiénes son los proxenetas?
– Siempre personas de su entorno, incluso familiares o vecinos. El transporte y la acogida la harán otras personas, pero ese primer contacto lo realiza, por ejemplo, en el caso de las rumanas, la persona que va a ser su pareja.
– ¿Qué caso es el que más le ha impactado?
– Ver llorar de emoción a un ertzaina, con muchos años de servicio, que recibió un mensaje de la joven brasileña a la que liberamos agradeciéndole lo que había hecho por ella. Y la situación de las nigerianas, por las condiciones tan duras en las que ejercen, sin ataduras físicas pero con un miedo que las atenaza.
– Cuando liberan a una víctima, ¿qué pasos se siguen?
– Lo primero es su asistencia, la ayuda psicológica. Luego se le informa de los derechos que le asisten, que son muchos. Es la víctima con más protección jurídica, desde ser considerada testigo protegido a poder solicitar asilo. Dispone de 90 días para recuperarse y decidir si quiere denunciar. En ese tiempo se le concede un permiso de residencia y trabajo y se le envía a un centro de recuperación, de ubicación desconocida, a través de Emakunde o una ONG. Es un proceso largo que se podría mejorar con una ley integral, que no supedite la ayuda a una colaboración.
El vudú en África y el 'lover boy' rumano
«Las nigerianas, que es el grupo que vive en mayor estado de necesidad y en un entorno con mutilación genital o bodas pactadas, proceden casi todas del estado de Edo y de Benin city, se conocen entre ellas y siempre ejercen en la calle. El vudú o el yuyu es para ellas como una palabra de ley, no hace falta vigilancia, saben que si denuncian o no dan dinero va a caer sobre ellas o sus familias los males del mundo. Les cogen vello de la zona vúlvica o sangre y hacen el rito en presencia de sus padres en un lugar sagrado. Con las rumanas, el modus es curioso, el 'lover boy'. Una persona de su entorno que las enamora hablándolas de un mundo mejor. Vienen aquí y como tienen que subsistir, las empujan a la prostitución. Luego el tratista traerá a otra chica de su familia en las mismas condiciones. Mientras que de Brasil o China vienen en avión y de Rumanía en furgoneta, desde Nigeria lo hacen en patera por la misma ruta que la inmigración ilegal. Pueden tardar año y medio o dos años en atravesar el desierto del Sahel».
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