Si hay una figura con una ascendencia casi irrepetible en el clero vasco, esa es la de Juan María Uriarte. El que fuera obispo auxiliar de Bilbao en los 'años de plomo', y titular posteriormente de las diócesis de Zamora (1991-2000) y San Sebastián ( ... 2000-2009), de la que es emérito, ha hecho este viernes un repaso a su trayectoria, un «servicio» en el que ayudó «a muchos» e hizo «sufrir a algunos», a los que ya pidió «perdón». Pero también una carrera eclesial en la que, tras colocarse la mitra, ha asegurado que vivió «muchas alegrías, pero también bastantes sinsabores». La Iglesia de Bizkaia ha reconocido hoy su legado, con motivo de su 90 cumpleaños, en una eucaristía celebrada en la Basílica de Begoña.
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La homilía ha sido obra del protagonista, que ya advertía antes de comenzar que iba a ser «más larga que de costumbre». Insistía en que este acto solemne, esta puesta en valor de servicio, «solo tiene sentido» si lo comparte «con todos aquellos que han colaborado conmigo»; lo contrario, a su juicio, «no sería justo ni evangélico». De ahí que estuviera acompañado en este día especial por decenas de sacerdotes y por otros seis obispos, algunos en activo y otros jubilados.
La ceremonia la ha presidido el anfitrión, Joseba Segura, que tiene una relación muy cercana con el prelado de Fruiz, su padre espiritual. Precisamente la visita al colegio donde cursaba COU del entonces rector del seminario, Juan María Uriarte, aceleró su decisión de convertirse en sacerdote. Y su vínculo se hizo fuerte, con al ahora responsable de la diócesis como asistente de Uriarte en la logística secreta para favorecer, a finales de los años 90, una mediación entre el Gobierno de Aznar y los dirigentes de ETA.
En el altar, junto a monseñor Uriarte y junto a Segura, estaban los dos últimos titulares de la diócesis vizcaína, Mario Iceta y Ricardo Blázquez; el obispo de Vitoria, Juan Carlos Elizalde; el prelado de Zamora, Fernando Valera; y el responsable de la Iglesia guipuzcoana, Fernando Prado, a quien ordenó sacerdote hace más de dos décadas «don Juan Mari».
El agasajado ha evocado los «momentos cruciales» de su vida, entre ellos una «sensibilidad religiosa temprana», ya que conserva «algunos recuerdos espirituales a partir de los 5 años». En el seminario, todo su «idealismo adolescente y juvenil» se volcó en el «conocimiento de Jesucristo», por lo que, haciendo autocrítica, ha señalado que «más tarde, demasiado tarde, brotó» en él «la sensibilidad» hacia los más desfavorecidos. Las responsabilidades episcopales las asumió «con toda el alma», aunque «con prisas excesivas en un principio», por lo que algunos le llamaban «el divino impaciente».
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Su labor, con «aciertos y desaciertos», con críticas «justas e injustas», fue «gozosa y costosa». Tanto que, ha confesado, «mi caballo de batalla siempre ha sido la ansiedad, con sus componentes de impaciencia y perfeccionismo». Uriarte siente «temor», que no «miedo», al futuro. «En esta última etapa –se jubiló en 2009– mi objetivo ha sido preparar mi encuentro con el Señor. Pensaba que esta etapa sería mucho más corta, pero la salud y la Providencia me han regalado 10 años», ha señalado.
Y, aunque cree que su final «no puede diferirse mucho», ha subrayado que «nunca he tenido tanta paz». Segura, por su parte, no ha perdido la oportunidad de agradecer públicamente la aportación a la Iglesia vasca de Uriarte, «una inspiración para quienes queremos seguir sus pasos».
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