Juneyssi mira a la cámara con su marido y su hijo detrás. jordi alemany
Vizcaínos en la pobreza

«Nunca imaginé que pediría ayuda a Cáritas»

La pandemia ha empujado a muchos vizcaínos a la pobreza severa por el parón de la hostelería y de otros trabajos temporales

Domingo, 7 de febrero 2021, 01:34

Nadie piensa que acabará un día en el comedor de Cáritas. Quizá por eso cuesta más vivirlo, porque forma parte de lo imprevisible, de lo inimaginable. Edurne, de 50 años, pide que le cambiemos el nombre y que pasemos por alto la pequeña localidad del ... Duranguesado donde vive. Lo hace por ella, pero, sobre todo, por sus dos hijos, de 22 y 10 años. «Porque a mis años me da igual el 'qué dirán', pero para ellos es diferente». Son una familia trabajadora. Cuando la pandemia estalló, tenían empleo todos los adultos de la casa. «Mi hijo mayor y yo estábamos en la hostelería y mi marido en un obrador. Llegó el confinamiento y cerraron todos los bares. A mi marido no le renovaron porque bajó la demanda, sin pintxos ni pan para restaurantes. A mí me tampoco me renovaron y a mi hijo lo mandaron a un ERTE». Esa prestación y la de desempleo eran exiguas «porque en hostelería se curran 30 horas, pero cotizas por 10». Así que las cuentas de la familia empezaron a fallar de un día para otro. «Al principio aguantamos, más o menos bien, porque había un finiquito y teníamos cuatro meses de paro. Así pasamos el verano, pero en septiembre ya no quedaban ahorros ni nada». El único punto a su favor es que habían terminado de pagar la hipoteca. Todos los miembros de la familia se sentaron en torno a una mesa y calcularon lo que iban a ingresar en octubre: 250 euros entre todos. Con eso había que pagar las facturas, comer y vivir. «Es duro. No te hundes por el otro. Porque sabes que los demás están como tú».

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Una mañana Edurne acudió a Lanbide para apuntarse a una formación gratuita. No contó mucho pero quien estaba al otro lado del mostrador comprendió lo que pasaba en su casa. Le recomendó que acudiera a una asistente social del Ayuntamiento. «No tenía derecho a la RGI porque tengo una parte del caserío de mis padres junto con otros familiares. No es muy grande, pero eso no podía venderlo. Es donde ha nacido toda mi familia», cuenta. La asistente social le habló de Cáritas y le concedieron una ayuda para gastos básicos de 200 euros. «Pude pagar facturas y la ikastola de la hija en diciembre. Era la primera vez que cobraba una ayuda. También fui al Banco de Alimentos. Está muy bien organizado. Te dan unos paquetes, que tienen todo lo básico. Leche, aceite, legumbres, arroz». Con la nevera algo más llena, todo se ve con más calma. «Sólo quiero dar las gracias a Cáritas y al banco de Alimentos».

El 52% de los 13.000 atendidos en Cáritas sufre una pobreza severa. En abril este porcentaje se disparó hasta el 70%

En su casa no han vivido esta situación como un estigma. «Es increíble que te pase esto. No te lo esperas, ni te lo imaginas. Pero es que nos ha pasado a todos. Nuestros amigos trabajan en hostelería. Están todos igual. Cerrados, sin ingresos, algunos mucho peor que nosotros porque tienen hipotecas», cuenta. «Hay mucha más gente de la que nos imaginamos en esta situación», advierte. Su pareja logró un trabajo temporal a principios de enero y «aunque es para unas semanas, ya hemos llamado para informarles y que den la ayuda a quien le haga más falta». Ella espera que abran pronto los bares para llevar el currículum, aunque no descarta intentar trabajar de aquello que estudió, administrativo.

El 9% de las personas que acuden a las entidades de servicios sociales ha tenido que cambiar de casa para recortar gastos

«Hace unos meses trabajábamos mi marido, mi hijo mayor y yo. ¿Cómo me puede estar pasando esto? No te lo explicas, no puedes imaginar algo así»

Edurne | 50 años

A veces, cuando vienen mal dadas, los títulos no sirven de escudo. Juneyssi es técnica de bioanálisis clínicos y su marido es ingeniero. Nacidos en Nicaragua, llegaron a la Zona Minera en 2019, pocos meses antes del estallido de la crisis sanitaria. Tienen un bebé de unos meses. Salieron de su país «por la inestabilidad política y económica» y se asentaron en la casa de alquiler que dejaban unos compatriotas. Sin ayudas por la falta de tres años de empadronamiento, pronto se terminaron los 3.000 euros que habían traído ahorrados para iniciar una nueva vida y, con la pandemia, los trabajos ocasionales desaparecieron. «Yo he cuidado a una niña, pero era sólo para algunos días, y a una persona mayor. Mi marido hacía mudanzas». Todo aquello se fue cayendo como un castillo de naipes. En Cáritas les ayudaron con los gastos básicos y con el alquiler, del que «presentamos siempre la factura». «Les agradezco mucho todo lo que han hecho y el cariño que nos han dado, la amabilidad y la atención», añade. «Yo pensaba que trabajar aquí sería fácil. Nadie podía esperar una pandemia». Juneyssi no pierde el optimismo ni la motivación. «Estoy haciendo un curso de Cáritas de 'Atención sociosanitaria a dependientes'. Voy todas las mañanas. Tenemos cuatro meses de formación y luego prácticas. Me gustaría trabajar en una residencia». Cuando echa la vista atrás, reconoce que verse sin recursos «agobia mucho, estaba aterrada, quieres respirar y no puedes. Pero yo no me podía deprimir porque eso se también se contagia».

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Pobres que trabajan

Son solamente dos casos de una realidad creciente. «En marzo y abril, el impacto en las llegadas a Cáritas fue muy fuerte. En verano hubo cierta recuperación, que no fue total. Pero las consecuencias las veremos a largo plazo. Los colectivos de los sectores más precarios se han quedado sin red por la pandemia», explica Idoia Pérez de Mendiola, coordinadora de la intervención de Cáritas. La socióloga de la entidad, Ana Sofía Telletxea, comparte el mismo criterio y pone cifras al problema. «En marzo había cinco millones de personas atendidas en España por Cáritas. El 52% estaba en pobreza severa, con menos de 370 euros al mes por persona o 776 para familias de cuatro miembros. Ese porcentaje se disparó hasta el 70% en abril. Luego, bajó en verano, pero nunca se recuperó del todo». En Bizkaia, Cáritas presta atención a unas 13.000 personas, de las que 6.000 reciben la ayuda para gastos básicos. «El porcentaje de la pobreza extrema en Bizkaia subió de forma similar, del 50% al 70% de los atendidos».

«Verte sin ingresos agobia mucho. Estaba aterrada, quieres respirar y no puedes. Pero yo no me podía deprimir porque eso se también se contagia»

Juneyssi | 24 años

En Euskadi «la RGI -hay 900 vizcaínos más que la cobran- y el fondo Azken Sarea -la última red, en euskera- han servido para paliar y se han prorrogado, pero no sabemos cuánto durarán», valora Telletxea. Una de las claves es que esta pobreza empuja a la exclusión a colectivos que nunca antes la habían sufrido. «Gente que tiraba con empleos, unos sin contrato, otros muy precarios. Iban tirando con trabajos relacionados con la construcción, carga y descarga, limpieza, servicio doméstico, cuidados, hostelería de temporada... Pero todo eso ha parado de golpe».

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«En marzo el impacto en llegadas a Cáritas fue muy fuerte. Las consecuencias se verán a largo plazo. Los sectores más precarios se han quedado sin red»

Idoia Pérez de Mendiola | Responsable de Cáritas

«Un 45% de las personas en exclusión estaban trabajando antes de la pandemia», recuerdan las entidades sociales. No tenían capacidad de ahorro, ni generaban derechos -sólo el 7% logra una prestación contributiva por su trabajo-. «No salían de su situación pero iban tirando». La pandemia se los ha llevado por delante. «El 9% de los atendidos por Cáritas ha tenido que cambiar de casa durante la pandemia para recortar gastos. Y todo esto es la punta del iceberg».

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