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A las doce y media del mediodía del pasado viernes, el acceso al hospital de Basurto por la calle Capuchinos está abierto de par en ... par. No hay mucho trasiego. De vez en cuando entra, a paso ligero, algún trabajador que llega tarde a su turno, mientras salen despacio varios familiares de pacientes. Todo está tranquilo. Nada hace pensar que, hace unas 36 horas, por esta misma puerta de forja huyó la mujer que raptó al pequeño Aimar. La captaron las cámaras. Iba vestida con un uniforme sanitario y portaba una bolsa donde ocultaba al pequeño. Como el pasado miércoles por la noche, en la entrada -una de las cuatro del recinto-, no hay ni rastro del personal de seguridad.
El secuestro del bebé de Durango tuvo un feliz desenlace. Aimar y sus padres descansan ya en su hogar. Y las miradas están puestas ahora en los fallos que permitieron que una joven se llevara a un bebé del área de Maternidad. Lo intentó tres veces. Y lo logró a la cuarta. La arrestada estuvo al menos dos horas y media acechando por los pabellones de Basurto sin que nadie diera la voz de alarma.
Osakidetza ha reconocido errores «en el protocolo» y ha pedido tiempo para analizar lo sucedido. El viernes mismo se celebró una reunión sobre esta cuestión. El departamento de Salud ha incidido estos días en el procedimiento para que los padres no se despeguen del bebé. Los progenitores aseguran que no fueron informados de esta recomendación. Lo cierto es que, más allá de pulseras de identificación para los pequeños y protocolos para no dejarles solos, a la Maternidad de Basurto y también a la de Cruces puede entrar cualquiera sin ningún tipo de control, incluso un día después de producirse un hecho tan grave como el secuestro de un niño.
Lo comprueba un redactor de este diario que llegará incluso hasta la misma habitación de Aimar sin demasiados problemas. Sólo después de abandonar la estancia será abordado por una trabajadora. En el caso del hospital baracaldés ni siquiera eso, porque nadie reparará en su presencia y se marchará igual que llegó.
Revisar la seguridad
Tras atravesar la puerta de Capuchinos, lo primero que llama la atención en Basurto es que la puerta de la lavandería está abierta. En su interior, una montaña de toallas y batas. Y en el exterior, al alcance de la mano, hay unos carritos con perchas y bolsas que tienen ropa sucia de sanitario. La impresión es que cualquiera podría robar un uniforme. Algo que ya denunciaron los celadores el pasado jueves.
Tras caminar 300 metros, el periodista rodea el pabellón Iturrizar, donde se ubica la Maternidad. En los dos extremos hay una puerta cerrada y un timbre. Parece difícil colarse. Pero en la zona ajardinada hay una sala de estar que tiene las puertas de emergencia abiertas. No sería difícil penetrar en el interior sin ser visto. Con todo, el redactor opta por acceder por la puerta principal, con normalidad, como un hombre que acaba de pasar con un ramo de flores.
Le recibe una amable trabajadora que le encamina a Maternidad sin pedir un solo dato ni explicación. «Planta tercera», se limita a decir. El periodista sube en ascensor. Al abrirse el elevador ve que hay un miembro de seguridad en las escaleras pero el profesional no se percata o quizás su presencia sea solo disuasoria. En Basurto hay entre 4 y 6 vigilantes, en función del horario. Se invierte 1,5 millones de euros al año en esta materia. El periodista entra sin que nadie sospeche y llega a la habitación 331. Es individual. Está vacía. Una limpiadora le informa de que a Aimar ya le han dado el alta. En ese momento llega la supervisora, que no hace preguntas al ver que el intruso se despide educadamente.
Cruces es la siguiente parada. Allí todo va a ser más sencillo. El acceso al edificio principal es un hervidero. El vigilante no para a nadie. El redactor consulta en información dónde está la Maternidad y se dirige con normalidad a los ascensores. Sube a la planta donde están los bebés y entra por una puerta abierta en la que pone 'Maternidad'. Nadie le aborda. El pasillo está semivacío. Un hombre friega el suelo. En el control de enfermería hay una chica que repasa concentrada varios historiales médicos. Nada de preguntas.
Se escucha algún llanto de bebé y por la puerta entreabierta de una habitación se observa a un hombre de espaldas, abrazando a su pequeño. Dos cunas están pegadas a la pared del vestíbulo. Otro fallo de seguridad: una puerta de emergencia está mal cerrada. El recorrido del redactor, que pasa desapercibido, es de ida y vuelta. Hay un segundo paseo, tras bajar al piso inferior y subir por el segundo acceso que tiene Maternidad. Todo despejado. El camino de salida se hace por el patio de Consultas Externas, sin toparse con nadie de seguridad.
JON ANDER GOITIA
Para acceder en el HUA Txagorritxu, donde el año pasado nacieron 2.159 bebés, hay que superar un control de seguridad. Pero lo cierto es que otro periodista también ha podido llegar sin mayores problemas a Maternidad. Todo ello a través de la 'grieta' que supone una puerta que hay en la cafetería, que sin ningún tipo de restricción conduce al corazón del hospital.
La entrada principal de Txagorritxu cuenta con dos puertas, una de entrada y otra de salida. Una vez dentro, el pasillo conduce a un control en el que dos personas repiten a cada uno que entra la misma pregunta. «¿A dónde se dirige?». La persona que está delante del periodista muestra un justificante para una prueba de radiología. Puede pasar. En caso contrario, este sería conducido a la salida. Otra opción podría ser justificarse con la visita a un familiar, una argucia a priori sencilla. No es así. Se tiene que decir en qué habitación se encuentra e identificarse. De manera que, hasta aquí, tratar de colarse parece una tarea imposible.
Sin embargo, no hace falta buscar mucho para encontrar un acceso por la cafetería. Una puerta automática conduce a las escaleras principales y el ascensor. A través de una ventana se puede observar el control de seguridad.
Subiendo por las escaleras son varios los médicos y doctores que se cruzan en el camino. El recorrido es corto, ya que el área de Maternidad se encuentra en la primera planta. Una vez en este punto, el acceso a los diferentes pasillos y habitaciones es libre. Apenas hay movimiento en la zona. Una mujer se encuentra en el corredor y un hombre se dirige al ascensor. Tras una breve recorrido, este periodista se sienta en una de las sillas. Después de unos minutos, opta por volver por sus pasos sin levantar sospechas. Tras bajar por las escaleras, la salida es de nuevo por la cafetería.
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