«Mis 32 niños ya me llaman mamá»

El futuro de esta última, de 26 años y responsable de la ONG Babies Uganda, estaba enfocado al ámbito empresarial tras estudiar Economía y Negocios Internacionales. Sin embargo, con más de 1,2 millones de seguidores en su cuenta de Instagram (auntie_mariagalan), esta influencer trabaja desde hace cuatro años en Kikaya, un pequeño pueblo, intentando mejorar las condiciones de vida de los menores. Dirige un orfanato que reflotaron su madre y Maribel -con la que no le une ningún vínculo familiar pero a la que considera una tía- «en el que todos los niños tienen cabida», se emociona.

Convive con 32 chavales, de entre uno y 16 años, las 24 horas del día. «No soy su madre, pero soy lo más cercano a una figura materna que estos niños pueden tener. Yo no los he adoptado, están a nombre de la organización. Esto es un hogar. Después de tanto tiempo juntos, cada vez me llaman más mamá. Doy mi vida por ellos y son el motivo por el que estoy aquí», se felicita.

Lo de Galán y Uganda fue un flechazo. Al terminar la carrera escogió este país africano para realizar las prácticas universitarias. No se veía en ningún otro sitio que no fuese allí. Después le convalidaron las prácticas porque, asegura, «gestionar una ONG es como administrar una empresa pero sin ánimo de lucro». Las prácticas, de tres meses de duración, se prolongaron otros tres más, tiempo suficiente para descubrir que no se iría «a ninguna otra parte».

En Uganda se siente realizada y «muy feliz». ¿Por qué? «He encontrado aquí todos mis porqués y 'paraqués'», detalla. La familia Galán abrió en 2017 Kikaya House, dos años después inauguró un colegio Infantil y de Primaria, donde estudian más de 650 niños, y el pasado febrero puso en marcha un centro de Secundaria. También gestiona una clínica de Atención Primaria con sala de maternidad y un colegio para 52 chavales con discapacidad visual. La mayoría de la población ugandesa, lamenta, no tiene acceso a la sanidad ni a tratamientos «baratos que puedan evitar su muerte».

Seis mujeres -'aunties'- le echan una mano para tratar a una familia tan numerosa. Si bien se reparten las tareas, «es verdad que el cariño, cuidarles, acostar por la noche a cada uno y darles un beso son cosas que hago yo y también mi pareja, que viene seis meses al año», relata. Kikaya House «rezuma magia», según esta cooperante, que sigue sumando seguidores en sus redes sociales. Los menores se cuidan «muchísimo entre ellos» y son conscientes de la suerte de haber acabado en este orfanato.

«Al final, la vida en Uganda es muy dura. No hay madre a la que no se le haya muerto más de un hijo, pero tampoco tienen el concepto de familia que tenemos nosotros en España», subraya María, cuyo próximo proyecto será la apertura de un orfanato para discapacitados como Vincent, que padece una parálisis cerebral severa, y Grace, que tiene una parte del cerebro que «no ha llegado a formarse bien».

Acostumbrada a tratar con una realidad que nunca «podré olvidar», Kikaya House será siempre el hogar de los niños huérfanos. «No es que cumplan la mayoría de edad y les digamos 'y ahora, búscate la vida'. Siempre estaremos aquí para ellos. Ojalá cada uno pueda estudiar lo que quiera. Cuando pienso a largo plazo, me imagino que el que elija ser cocinero pueda abrir un restaurante en la zona y dar trabajo en un pueblo en el que yo soy la única persona blanca. O el que haya estudiado enfermería pueda trabajar en nuestra clínica. Ese es mi sueño», proclama esta joven, a la que 'sus' niños llaman 'Amagalan', abreviatura, dice, de María y Galán, y con quienes se comunica en inglés y luganda. «Este es mi lugar y mi vida», confiesa.