Ousman Umar, retratado en Barcelona. PAU BARRENA/AFP

Ousman Umar

«No tenía ninguna posibilidad de llegar vivo, pero aquí sigo»

Fundador de NASCO Feeding Minds ·

En su viaje de Ghana a España, superó dos abandonos en el Sahara y un naufragio, y ahora forma a los jóvenes para que no caigan en la misma «trampa infernal». Visita Bilbao invitado por el Athletic

Miércoles, 24 de abril 2024, 00:39

La palabra superviviente se queda un poco corta para Ousman Umar. Lo más lógico sería que llevase veintitantos años muerto, porque el viaje desde su Ghana natal hasta España fue una sucesión de desventuras y penurias desproporcionadas para un adolescente. «Había tantas razones para no ... llegar vivo que cuesta contarlas todas. Eso me ayuda a valorar cada minuto, cada segundo y cada oportunidad: me considero el hombre más afortunado del mundo, a pesar de la cruda vida que he tenido. No tenía posibilidad de llegar vivo, pero aquí sigo», explica Ousman, que fundó la organización NASCO Feeding Minds para mejorar la formación de los jóvenes de su país y disuadirles de emprender una migración que puede ser suicida. Hoy visita Bilbao, invitado por el Athletic, para pronunciar una conferencia y protagonizar un encuentro con los hermanos Williams.

Publicidad

Ousman Umar nació en 1988 en una aldea ghanesa de un centenar de habitantes. Ya de niño, le fascinaban los aviones que veía cruzar su pedacito de cielo, y esa inquietud pronto le empujó a buscar nuevos horizontes: con 12 años trabajaba de soldador en el puerto de Accra, la capital, aprovechando la ventaja que le daban sus manos pequeñas y su cuerpo menudo para alcanzar puntos poco accesibles de las maquinarias. Recibía como salario un bol de arroz al día, así que no se lo pensó mucho cuando le dijeron que en Libia, allá en la costa mediterránea, podría ganar un buen dinero por el mismo trabajo.

Pero les abandonaron en pleno desierto, no una sino dos veces: primero, la mafia que organizaba el viaje; después, un miembro del grupo que se erigió en guía y también les cobró. De las 46 personas que iniciaron el camino, solo seis alcanzaron el otro lado del Sahara al cabo de veintiún días. «Las tres últimas jornadas fueron crueles. Cuando empiezas a ver cuerpos de personas sin vida, gente que ha empezado el viaje como tú, y acabas cogiendo sus pertenencias, sus papeles, sus zapatos... ¡Ni a mi peor enemigo le deseo que viva un momento así!», suspira. Les esperaba la Libia de Gadafi, donde los inmigrantes negros eran sistemáticamente maltratados. «¿Cuántas veces he estado en la cárcel injustamente? No tengo dedos en las manos para contarlas. Argelia, Túnez, Marruecos, Mauritania... Era todo como caer de la sartén al fuego».

Y, finalmente, la patera a Canarias: «Llegas allí, con un mar infinitamente grande, sin saber nadar... Y, al primer intento, naufragas y tienes que apartar cuerpos flotando para volver a la playa. Y al cabo de un mes lo intentas de nuevo desde la misma playa... Nadie merece vivir aquel campo de batalla». En aquel naufragio perdió a Muusa, su mejor amigo, que había compartido con él su orina para soportar la sed abrumadora del desierto; en el segundo, se fue a pique la otra embarcación que había zarpado con la suya. Como menor, las autoridades españolas le preguntaron adónde quería ir, y él se acordó entonces de la primera vez que había visto la tele, allá en Accra: «Barça», respondió, por aquel partido de fútbol. Habían pasado cuatro años desde que dejó Ghana.

Publicidad

Un beso en la frente

En Barcelona estuvo durmiendo en la calle, pero acabó teniendo un encuentro providencial: una mujer, Montse, le prestó ayuda y, semanas después, ella y su esposo lo acogieron en su casa como tutores. «Son mi familia. Yo llevaba mes y medio en Barcelona y ya no intentaba hablar con la gente, pero aquel día algo me llevó a dirigirme a aquella mujer. Llevaba un mes sin ducharme y ella me cogió la mano, me hizo caso, llamó a su marido para que me entendiese en inglés... ¿Te imaginas lo que fue llegar a una casa con calefacción y un plato caliente y que me diese un beso en la frente al irme a dormir? Lloré como nunca había llorado». Ahí empezó a hacerse preguntas que le removían por dentro: «¿Por qué yo? ¿Por qué sobrevivió un niño de 13 años si habían muerto hombres mucho más fuertes? ¡Para ser la voz y evitar que futuras víctimas cayeran en aquella trampa infernal!».

Ousman era analfabeto cuando llegó a España, pero acabó completando la carrera de Relaciones Públicas y Marketing, además de un máster en ESADE. Y en 2012 fundó NASCO, una ONG que crea aulas informáticas: «Se trata de dar formación para que otros no tengan que venir. ¡Alimentar mentes! Si alimentas mi estómago, me quitas el hambre un día; si alimentas mi mente, me das de comer cien años. Yo tengo voz porque alimenté mi mente. Hoy tenemos 58 colegios en Ghana, más de 6.300 alumnos. Los africanos venimos aquí en busca de oportunidades de trabajo: si trasladamos la oportunidad allí, nadie tendrá que asumir ese viaje. Los primeros que empezaron a estudiar conmigo son programadores y veintitrés trabajan para empresas de España, sin necesidad de subir a ninguna patera ni saltar ninguna valla», argumenta. Su propio hermano, al que convenció de quedarse en Ghana, acabó siendo el candidato más joven al Parlamento.

Publicidad

–Después de aquella experiencia extrema de su adolescencia, ¿qué idea le quedó del ser humano?

–En aquel camino descubrí una generosidad sin precedentes y también una maldad sin precedentes. Hay más gente buena, pero lo malo vuela solo, se amplifica. Si me dices 'negro de mierda', acudo a los diarios y mañana se publica; si me hablas con respeto, se quedará entre nosotros. Me he encontrado con gente realmente mala, que disfrutaba haciendo daño: en Libia me han encerrado durante horas y el poli entraba, me pegaba hasta que no podía respirar, se iba a descansar y volvía. Pero sigo pensando que hay más gente buena.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Accede todo un mes por solo 0,99€

Publicidad