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Mustaphá y Oya Ince posan frente a su suculenta oferta gastronómica. CRISTINA RAPOO
Solidaridad sin límites ni fronteras

Solidaridad sin límites ni fronteras

El matrimonio turco compuesto por Mustaphá y Oya Ince, refugiados políticos en Galdakao, intenta perseguir su sueño de abrir un restaurante humanitario

cristina raposo

Viernes, 2 de octubre 2020, 23:06

Podría decirse que tenían sus vidas resueltas. Mientras Mustaphá Ince trabajaba como economista en un banco de Turquía, su mujer, Oya Ince, cuidaba de sus tres pequeños en casa. Todo iba sobre ruedas, pero para ellos no era suficiente. Tenían que dar más de sí mismos. Debían ayudar a la gente. Y eso hicieron en 2009, cuando abandonaron su hogar para emprender una nueva etapa en Uganda. «Siempre hemos sido miembros del movimiento Hizmet, que asiste a personas en situación de vulnerabilidad y exclusión social. En nuestra casa recibíamos a los más necesitados y los ayudábamos, pero nos dimos cuenta de que había más urgencia en África», cuenta Mustaphá. Durante los dos primeros años la familia mantuvo su propio negocio, una pequeña tienda de comida y ropa turca. «Todo lo que ganábamos lo donamos para que se construyeran más hospitales», explica emocionado.

«Los siguientes cinco años nos involucramos aún más con el movimiento y junto con otros voluntarios abrimos pozos de agua y construimos escuelas, orfanatos y centros sanitarios. La gente de allí se lo merece todo. Después nos fuimos a Kenia, donde trabajé durante un año y medio como contable de una escuela».

Lo que la familia Ince desconocía es que allí surgirían sus primeros problemas. El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, acusó al movimiento Hizmet de estar detrás de un golpe de Estado –la frustrada movilización armada de 2016 de algunas facciones de las Fuerzas Armadas para derrocar al Gobierno–. Estaban en peligro. «Unos espías intentaron repatriarnos dos veces para encarcelarnos durante quince años. Para ellos éramos terroristas», recuerda mientras acaricia con ternura la mano a su esposa. La pesadilla había comenzado y, para más inri, sus pasaportes habían expirado. «Aunque solicitamos asilo político al país africano, éramos conscientes de que teníamos que abandonar Kenia, huir a cualquier otra parte», confiesa.

Madrid, la primera escala

No había opción, tenían que escoger un nuevo destino donde pudieran estar a salvo. Y su elección fue Madrid. «Allí pasamos nuestros dos primeros meses en España. Después, CEAR (Comisión Española de Ayuda al Refugiado) nos trajo a Galdakao y durante seis meses vivimos en un piso junto con una familia de Georgia. Eran muy agradables y aún mantenemos contacto, pero es muy complicado tener que compartir tu vida y tu intimidad con otros. Y más cuando en Turquía no es una práctica habitual. Ni tan siquiera entre los estudiantes», reconoce.

Ya ha pasado más de un año y, aunque hayan tenido que volver al punto de partida, aseguran que no podrían estar más felices. «Nos sentimos muy afortunados de que aquí haya gente tan amable y humanitaria. Además, cada vez sabemos más español», bromea entre risas la pareja. Ahora, el matrimonio, que reside con su hija Sare, se prepara para afrontar su próximo reto: dar a conocer su cultura y gastronomía. «Nos hemos sumado a la aplicación 'Eatwith'. Por un módico precio, la gente viene a nuestra casa a degustar autentica comida turca, a la vez que conoce nuestras tradiciones y costumbres», apuntan.

Pero la pandemia ha puesto de nuevo a prueba a la familia. Y aún con todas las medidas de seguridad, llevan desde marzo sin recibir invitados. «Ahora trabajo en otra empresa porque el proyecto se quedó estancado con el Covid-19. No obstante, es algo que vamos a retomar. «Estamos trabajando en ello», cuentan. «Habrá que esperar a que pase esta crisis sanitaria, pero, algún día, podríamos montar nuestro restaurante… Es nuestro sueño. Ofreceríamos la clásica sopa, pizza turca, kebab, burek (empanada), arroz con carne… Es una pena que aquí no existan muchos lugares con auténtica comida turca. La cocinera sería yo misma, y contaría además con un pinche, Mustaphá. La verdad es que si tuviésemos suficientes recursos no cogeríamos dinero con la iniciativa, simplemente compartiríamos nuestra cultura con la gente de aquí. Pero ahora mismo, no puede ser así», afirma Oya.

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