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Miriam Cos
Lunes, 8 de febrero 2016, 03:07
Lleva 57 años viviendo en el mismo barrio, el más rural de Basauri. Javier Larrea nació en la casa que hoy comparte con su mujer e hijos, en el núcleo de Finaga, en el que solo hay otros siete vecinos, además de un yacimiento histórico ... en su ermita. Un lugar idílico y tranquilo en el que la vida sería perfecta para muchos si no fuera porque decenas de torres eléctricas rodean las viviendas. Hasta 36.000 voltios de potencia pasan a tan solo un par de metros de tejados y paredes, algo que en la actualidad supone un problema para los lugareños. «Las torretas han estado aquí toda la vida, pero cada día hay más cables», sentencia Larrea, quien cree que lo mejor sería soterrar o «apartar» los cables de las edificaciones.
«Esta zona debería ser apta para vivir. Podrían trasladar los cables a unos 300 metros, más alejados de las viviendas, o incluso soterrar algunos. Despejar el barrio y dejarlo en condiciones, como han hecho en otros muchos sitios», demanda. Lo cierto es que, aunque él y sus vecinos llevan años sufriendo las molestias y la constante inquietud por la cercanía de tan potentes artilugios, nunca se han atrevido a plantear sus preocupaciones a Iberdrola, la empresa propietaria de la subestación. «Sabemos que si ponemos quejas o intentamos hacer algo estaremos detrás muchos años para nada», aseveran. Porque puede que no sientan temor, «pero las torretas imponen respeto», afirma mientras alza los brazos a su alrededor. «Nos da miedo que se caiga algún cable, ya pasó una vez en una carrera de goitiberas, cuando un participante chocó contra uno de los postes, y podría volver a pasar», reconocen. Larrea va más lejos al denunciar que «vivir debajo de esto es incómodo. Estamos rodeados de un vallado eléctrico, como en Auschwitz. Mi hijo juega en estos terrenos, quería hacerle un txoko para que tuviera un sitio donde pasar el rato pero es imposible con ese entramado de cables por encima de nuestras cabezas», se lamenta.
Pegado a una vaquería
La cuestión viene de lejos. Según los vecinos, los propietarios de las fincas de Finaga recibieron hace 70 años los servicios básicos como agua corriente, luz e incluso teléfono -únicamente siete tomas- . Por aquel entonces, la promesa de vivir un poco mejor y algún que otro beneficio económico hicieron que los propietarios de los caseríos permitieran la instalación de la subestación eléctrica. «Les engañaron», dijo una de las vecinas. Ahora, con decenas de torres a su alrededor, y la subestación pegada a una vaquería, saben que vivir junto a torretas tan potentes «no puede ser sano», aunque tampoco tengan pruebas de lo contrario.
«Meterse con Iberdrola es complicado, nadie vive contento así, pero no queremos gastar nuestras fuerzas y probablemente nuestro dinero para no conseguir nada. Vivir en estas condiciones, además de no ser estético, nos está dando problemas a la hora de querer instalar o construir algo en nuestros terrenos», insisten. «Yo no he podido ni poner un depósito de agua industrial en mi casa porque quedaba justo debajo de un cable», concreta Larrea.
Iberdrola, por su parte, asegura que todo está dentro de la legalidad. Y lanza un órdago tanto a los residentes en Finaga como a la propia Administración local. «Hacer un soterramiento o apartar los cables no es ninguna broma. Cuesta mucho dinero. Los vecinos deberán negociar con el Ayuntamiento para ver qué hacen», sentencian fuentes de la empresa. «Sabemos que una subestación conlleva torres por las que pasan muchísimo voltios, pero todo está de acuerdo a la ley», insisten.
El Ayuntamiento, sin conocimiento previo de las quejas ni de la situación de estos vecinos, no sabe muy bien cuáles son las medidas de actuación a tomar y animan a los residentes a reunirse con el alcalde, Andoni Busquet. «Estamos abiertos a hablar con ellos para que nos cuenten que está pasando y ver en qué podemos ayudar», concretan los responsables locales.
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