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Los tres animales que Naiomi Matthews tiene en su casa sirven para trazar un esquemático mapamundi. El perro mayor, al que no se le nota mucho la edad mientras retoza como un cachorrillo por el jardín, se llama Brooklyn: «Fue donde mi padre pasó su infancia», explica la luchadora. Su hijo y compañero de juegos es London: «Ahí fue donde mis padres se conocieron», aclara. ¿Y qué hay del gato Nilo? ¿Acaso sucedió algo importante durante un crucero por Egipto? Naiomi se echa a reír: «No, no... Nilo se llama así porque meaba mucho».
Brooklyn es el perro de la casa, el pobre animal al que le tocó soportar las ocurrencias de los hermanos pequeños de Naiomi cuando eran críos. «Los ha sufrido, sí, y es superpaciente, pero también es un gran escapista. Ahora no puede, pero los parches de esa valla se deben a que siempre la rompía para marcharse, incluso le faltan piezas dentales por hacer agujeros. La gente me llamaba siempre que veía por ahí un golden retriever solo. Una vez desapareció dos días, hasta que lo encontraron en el jardín de un vecino: estaba tan tranquilo, porque había una perra en celo y le habían puesto agua y comida. Otra vez apareció en el pueblo, rodeado de un montón de niños que le hacían masajes», relata la deportista.
Brooklyn es inteligente y disciplinado, aunque eso último ya no está tan claro como antes: «No sé si no me oye, por la edad, o si a veces no me quiere oír. Ahora se echa las siestas de los viejos, ni se entera cuando llego, y se ha vuelto un poco gruñón». Cuando Naiomi surfeaba, solía llevarlo con ella a la playa, aunque Brooklyn no era precisamente un lobo de mar: «No le gusta mucho el agua. Metía una patita y ponía cara de 'esto no es para mí'. Desaparecía y luego a lo mejor volvía con una barra de pan que le habían dado en las caravanas».
Se le daban mejor otros ejercicios. Cuando la familia quiso otro perro, le trajeron dos hembras. Con una de ellas habían fracasado todos los machos, pero Brooklyn «resultó un semental, fue visto y no visto». Acabaron con dos cachorros, uno de cada madre, pero al final solo se quedaron con London y regalaron el otro: «Mi padre sigue diciéndome que elegí mal, pero London es mi niño. Es joven y mimado, muy desobediente. También es superatlético y le encanta comer: cuando puede, abre el armario y se come lo suyo y lo del gato». Padre e hijo comparten aficiones, aunque cada uno con su enfoque personal: «A London le encanta revolcarse en la hierba recién cortada. A Brooklyn, en los charcos con más barro. ¡Menos mal que luego tienen autolavado y se les va!», bromea Naiomi. Los dos perros viven en un juego perpetuo, como una masa peluda y giratoria de la que surgen dos cabezas. ¡En algunos momentos parecen luchadores! «Sí, ja, ja... A veces hago llaves con ellos».
Nilo observa ese derroche de energía desde debajo de un árbol, con la atención un poco desdeñosa de los gatos. Por la casa han pasado muchos de su especie, porque Naiomi recoge todos los que se va encontrando por la zona, pero él es el único que no acabó 'colocado' en otro hogar. «Iba al trabajo y lo vi en mitad de la carretera. Como era de raza, puse carteles, pero no apareció el dueño. Después puse otros carteles para regalarlo y se lo llevó una madre, pero me lo devolvió: 'Este gato no va a pasar de hoy', me dijo, porque Nilo estaba muy quieto. Lo que pasa es que es muy tranquilo». Dice Naiomi que Nilo ve a los dos perros como sus hermanos mayores, y desde luego se parece a Brooklyn en su habilidad para buscarse la vida en las fugas: «Una vez desapareció seis meses. Cuando volvió estaba limpio, bien cuidado y gordito. Alguien lo había tenido en su casa, ¡estaba secuestrado!».
Raza: Brooklyn y London (padre e hijo) son golden retrievers. Nilo es un gato siamés.
Edad: Brooklyn está a punto de cumplir los 14, London tiene 6 y Nilo ronda los 5.
Peso: Brooklyn pesa 30 kilos; London, 28; Nilo, 4,5.
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